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Lucia Joyce: la memoria en llamas

Lucia Joyce: la memoria en llamas

03 de diciembre de 2021

José Gordon

Sofía G. Buzali es una escritora profundamente involucrada con el mundo de los museos, las artes plásticas y la literatura. En 2012, publicó la novela basada en la vida de Leonora Carrington, Leonora antes de Leonora, ganadora del Certamen Internacional de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”. Entre otras obras, en 2014, publica Marguerite. Intensidad y dolor de una vida, sobre el mundo de Marguerite Duras. Hoy nos entrega su más reciente novela: Mi nombre es Lucia Joyce, en donde se interna en la memoria en llamas de una mujer que vivió en los bordes del abandono más doloroso y la belleza sin límites, de la locura y la genialidad.

En Mi nombre es Lucia Joyce, profundizas en un personaje, en ciertos universos y atmósferas. Gustave Flaubert decía que una novela implica una lenta inmersión en un mundo. Hablemos de cómo fue que te adentraste en Lucia Joyce.

Durante un año tomé un curso sobre el Ulises. Así me fui adentrando en su narrativa, en su mundo y en su vida. Me enteré de que tuvo dos hijos, uno de ellos era Lucia: una bailarina profesional que padeció esquizofrenia y durante 30 años estuvo internada en un hospital psiquiátrico. Ahí comenzó mi curiosidad: ¿cómo fue la vida de la hija de un genio como Joyce?

Después leí la biografía de James Joyce, de Richard Ellmann; en ese momento también se había publicado una biografía de Lucia, escrita por Carol Shloss, una joyceana de la Universidad de Stanford. Me adentré en ella y quedé fascinada. Me enteré de que Shloss tuvo problemas legales con la familia Joyce, sobre todo con Stephen, el nieto de James. Él era el albacea de su legado y destruyó todas las cartas que se escribieron James y su hija; también le pidió a Beckett que quemara todo el material sobre su relación.

Cuando tuve esta información me costó mucho trabajo decidir desde qué ángulo abordaría a Lucia: primero lo hice en primera persona, después, en segunda. Mandé la novela a una editorial y me dijeron que aún resultaba oscura. Trabajé en varias versiones. Finalmente, decidí el inicio: iba a empezar cuando Lucia ya era mayor y recordaba su pasado. Ésta era una herramienta para pensar y sentir como Lucia: cómo vivía su soledad, su abandono, su infancia y su relación con la familia. Otro de los elementos que me sirvió mucho fue inventar al médico McArthur. Todos los personajes del psiquiátrico son ficticios. Lo realmente biográfico es el diario; gracias a él pude recrear la voz de Lucia en primera persona.

Tu interés inicial estaba en el mundo de James Joyce, en el Ulises, pero, de pronto descubres a este personaje. ¿Qué te deslumbra y qué te inquieta de Lucia Joyce?

Lo que me inquietó fue saber que era una mujer que formaba parte de la modernidad. Ella estudiaba danza moderna con el hermano de Isadora Duncan. Vivía en un medio donde el arte, la ópera, el teatro y las relaciones de James Joyce —como la que mantenía con Beckett— eran estímulos que la llevaron a hacer lo que quería hacer: bailar. Incluso la mencionan en los periódicos, en los que dicen: “Puede ser que James Joyce llegue a ser conocido como el padre de su hija”. Me imagino que esto detonó celos familiares, y por eso le prohíben bailar a Lucia. Le impiden bailar, la encierran, la limitan…

El gran problema es ¿puedes curar a una bailarina volviéndola inmóvil? Se trata de una pregunta terrible, que tiene que ver además con el espíritu de un tiempo… Varias esposas de escritores de la época —como Scott Fitzgerald o T. S. Elliot— fueron invisibilizadas. Háblanos de este drama.

Este problema siempre me ha interesado. Pienso en Leonora Carrington, que también fue hospitalizada o en la difícil infancia de Marguerite Duras. Pero a ellas el arte las ayudó a salir adelante y a seguir sus sueños. Hay mujeres que viven situaciones muy difíciles, y cuyas circunstancias o cuyo carácter las ayudan a enfrentarse a las reglas escritas por los hombres. Siento una parte de tristeza al pensar qué pudo haber sido Lucia, más allá de la hija de James Joyce; pues la nombraban como “la hija loca del genio”. Por eso decidí escribir sobre Lucia.

Hablamos de algo muy interesante: el vínculo que descubres entre Joyce y su hija. Un vínculo del que los demás no participaban, aunque sabían que se estaban perdiendo de algo que rayaba en la genialidad. Una genialidad que también rayaba en la locura. Ésta es tolerada cuando hablamos de hombres; pero en las mujeres no: ellas van al psiquiátrico.

Además habría que pensar que el celo principal era de la madre. Había una relación edípica muy fuerte. Lucia era la musa de Joyce. Ella fue su inspiración para crear el personaje de Finnegans Wake. Descubrir lo que sucedía dentro de la familia fue muy interesante: Joyce era alcohólico, parrandero, le gustaba ir a los prostíbulos… pero ahí estaba Nora, la esposa que le soportó todo. Se trata de descubrir que en la vida de estos genios también hay problemas familiares tan fuertes que marcan a los hijos.

Lucia se hunde, pero también la hunden; sin embargo, hay amigos, amigas, que de repente lanzan el salvavidas. La gran pregunta queda por ahí: ¿por qué James Joyce, queriendo y adorando a su hija, no se involucró para tratar de salvarla?

Cuando Joyce muere, Lucia tiene treinta y pico. Su hermano, Giorgio, estaba seguro de que ella tenía un problema mental. No hay nadie que la rescate; Joyce la abandona porque muere. Tal vez si esto no hubiera sucedido en ese momento, habría sido otra historia.

Hablemos de la gran aportación a la literatura que exploras a través de esta vía indirecta, de entrar al mundo de los vasos comunicantes que Joyce tenía con la hija, para también tratar de entender esa genialidad de ambos.

Lucia hereda la genialidad y esa cosa interna del pensamiento que no se detiene. Joyce decía que nadie entendía que Lucia tenía fuego en la mente. Él también lo tenía, su mundo era otro. Pienso que vivían en otra dimensión. Lucia bailaba y podía vivir en otra dimensión, igual que su padre. Ahí había una simbiosis. Hay una parte que menciona Carol Shloss, de cómo, mientras Joyce escribía Finnegans Wake, Lucia bailaba, ensayaba. Ahí está este hilo que los unía: el artista que observa a otro artista.

Eso te lo voy a plantear en términos de novelista: háblame de la posibilidad que tienes que jugar de explorar, de meterte en el pensamiento del otro.

Tú siempre has hablado del hilo que conecta los corazones. Cuando ya estaba conectada con Lucia, muchas veces pensaba: “¿Qué estará pensando? ¿Qué estará sintiendo?”. Hay algo, hay voces que, cuando estás escribiendo, te van guiando inconscientemente. Nunca sabes hacia dónde. Los personajes llegan cuando toman vida. Eso me pasó con Lucia: empezó a tomar su propia vida. Me tardé mucho en encontrar su voz, pero finalmente encontré el hilo de corazón a corazón con Lucia, y pude adentrarme en su alma, en sus sentimientos, en lo que podría estar pensando. No sé, espero que lo haya logrado.

Esto que dices es muy interesante: tienes que asumir el tema hasta las últimas consecuencias. Y esto puede rayar en lo que algunos podrían considerar como una locura o como la empatía más profunda. Lo que me llama la atención en este marco es ¿cómo sigues este hilo? Porque eso ya no está en las biografías. Ése es realmente el riesgo de novelar que nace en el momento en que dices “ya no hay más datos, tengo que meterme en el personaje y arriesgarme”.

El hecho de usar el diario me permitió recuperar la voz de Lucia. En ese momento, la novela empezó a funcionar muy bien. La primera persona es maravillosa: inmediatamente te conectas con el personaje, que fue lo que me sucedió con Lucia. Desde ahí pude adentrarme en ella.

¿Llegaste a soñar con Lucia?

Por supuesto que sí, sobre todo después de que comprendí su imagen. Violet Gibson estuvo en el psiquiátrico con Lucia; ella fue un personaje real que trató de asesinar a Mussolini. A Violet, en lugar de encarcelarla, la mandaron al psiquiátrico. Su mirada me ayudó un poco a comprender a Lucia. Hubo detalles que me ayudaron a conectarme, sobre todo con el físico, que fue lo que más trabajo me costó describir.

Hay un momento muy interesante en el cual planteas que Lucia Joyce es un personaje de ojos negros que miran hacia adentro.

Lucia tenía un problema de visión. Me parece que la madre también lo padecía. Ella sufrió mucho por esta deficiencia física. Creo que mirar hacia adentro es encontrar las tristezas y la nostalgia, los momentos felices que se tuvieron a través de tu vida, valorar las amistades que existieron y sufrir lo que no se logró, como la relación con Samuel Beckett, que finalmente fue el amor de su vida. Todas las parejas de Lucia finalmente se van o se casan con otra. Ella se quedó abandonada por la madre, por el hermano y por los hombres. En la novela se plantea: “loshombresmedejansevan”. Pero esto que tú mencionas del alma significa adentrarse a lo que uno es, a tu esencia.

Después de momentos verdaderamente luminosos en el París de esos años, llegamos a la tristeza que se demora de una manera terrible en un hospital psiquiátrico. Hay una sensación de que el olvido marca lo que pasó y, sin embargo, la novela es más que eso. Hay una parte de testigo: the artist watching the artist, el artista que observa ese mundo de imágenes que se levantan, caen y se rescatan. Háblanos de lo que tú descubriste en ti misma, e intentas comunicar al lector, al adentrarte en el mundo de Lucia Joyce.

La única alternativa que habría tenido mi Lucia es escribir para no olvidar. No olvidar su pasado, sus vivencias, su éxito como bailarina, sus amistades, el mundo en el que vivió. Imagínate a una mujer que es testigo de una de las creaciones más importantes del siglo xx, el Ulises, y además está en contacto con Sylvia Beach, con Fitzgerald, con Hemingway, con toda la generación perdida, que vivía en París. También encontré un dato maravilloso: no sé si conoces la película Ballet mécanique. Uno de los novios de Lucia tocó el piano en ésta, y parece ser que Lucia bailó en esa película. Imagínate estar al lado de Man Ray y convivir con las ideas vanguardistas… Era una Lucia distinta: todo lo que soñaba podría haberlo hecho. Y en cambio, todo eso se detuvo brutalmente. Sólo queda la posibilidad de la memoria.

Estamos hablando de una dialéctica entre lo que se quiere recordar y lo que se quiere olvidar, porque las dos cosas están ahí: la bendición del olvido y la bendición de la memoria, la maldición del olvido y la maldición de la memoria. Estamos hablando de una memoria en llamas. +