
La Dama, San Jorge y el Dragón: los vestigios del amor cortés en la pintura de Tintoretto

Si no puedo volver a ella,
por quien mi corazón se abrasa y se abre,
no quiero ni el imperio de Roma ni el papado.
Si ella no cura mi tormento con un beso antes de que el año pase,
a mí me destruye y a sí se daña.
– Arnaut Daniel
Hijas de Clío
¿De dónde viene la imagen de una damisela en peligro rescatada por un valiente y enamorado caballero, que lucha contra viento y marea para defender y procurar su amor? A lo largo de los siglos, este tropo ha sido representado de diversas formas y ha llegado hasta nuestros días en múltiples novelas, películas, musicales y obras de teatro, pero tiene sus más remotos orígenes en la Edad Media. La promesa del caballero andante ha moldeado formas de concebir el amor romántico por generaciones; sin embargo, las concepciones del amor son, sobre todo, históricas. Desde El otoño de la Edad Media (retomando el título de Johan Huizinga) al Renacimiento tardío, este fue uno de los tópicos más recurridos por trovadores, literatos y artistas.
En los siglos XI y XII surgió, en la poesía de los trovadores del sur de Francia, un concepto literario y cultural que vino a transformar la sensibilidad de Occidente: el amor cortés. Esta forma de amor tiene dos elementos centrales: una dama inalcanzable y un varón que constantemente aclama y sueña en ser correspondido. Bien evoca el historiador Denis de Rougemont, en El Amor y Occidente, que en este tipo de manifestación “no hay más que dos personajes: el poeta que, ochocientas, novecientas, mil veces repite su lamento, y una dama hermosa que siempre dice que no”. La mayoría de estas mujeres pertenecían al estrato noble de la sociedad y debían encarnar virtudes y valores como la belleza, la decencia y la pureza. Las solteras debían salvaguardar su virginidad y quienes fueran casadas, promover la prudencia y la castidad.
Posteriormente, en los siglos XIII al XV, los valores del amor cortés se incorporaron y difundieron a través de la literatura de caballerías, en los relatos artúricos y en las obras de renombrados escritores como Dante y Petrarca. Estas últimas eran ampliamente leídas y admiradas durante el Renacimiento, tanto así que sus historias inspiraron temas y personajes que los pintores representaron en sus obras. Durante los siglos XV y XVI, se mezcló con los ideales humanistas de la época. En la pintura, esto se tradujo en la representación idealizada de la figura femenina como una musa o un símbolo de virtud, belleza y perfección espiritual.
Ahora bien, ¿cómo aparece la figura de la Dama ya en pleno Renacimiento? Pensemos en una mujer noble veneciana del siglo XVI, en su oratorio personal, contemplando el detalle de la pincelada del cuadro que tiene frente a sí. A primera vista, se muestra una agraciada mujer en movimiento, sus ricos ropajes son envueltos por el viento, y el rostro se dirige hacia la parte trasera del cuadro. La mirada de la Dama se convierte en el ancla de toda la composición invitando a la imaginación y a sumergirnos en la leyenda áurea. Se trata de la obra de Tintoretto “San Jorge luchando contra el dragón” donde, contrario a sus antecesores, el artista decide poner en primer plano a la doncella antes que al héroe.
Realizada hacia el Renacimiento tardío, el pintor muestra la leyenda de San Jorge, también conocido como “el gran mártir”, quien fue un militar romano que liberó a Silca (Libia) de un dragón. La ciudad tenía la intención de enviar a la hija del rey como sacrificio para ser devorada por la criatura. No obstante, surgió el joven soldado y derrotó a la bestia clavándole una lanza en el pecho. De la sangre emanada, nació una rosa que entregó a la princesa. –de ahí la leyenda de entregar una rosa el mes de abril el día de San Jorge–.
Esta historia resuena y tiene múltiples paralelismos con el mito griego del héroe Perseo, quien rescata a la princesa Andrómeda de ser devorada por una serpiente marina. Es posible vislumbrar cómo la pintura de Tintoretto remite directamente al mito pagano, en el que elementos como la serpiente marina, el océano y la princesa aparecen en escena. Esto se relaciona con el hecho de que durante el Renacimiento, artistas como Tintoretto plasmaron los ideales del amor cortés a través de escenas mitológicas, donde el amor se mostraba como una fuerza trascendente y a menudo inalcanzable. Recordemos que una característica de los humanistas era, justamente, el rescate y la reinterpretación de historias, valores y conocimientos de la antigüedad.
La leyenda de San Jorge y el Dragón tiene paralelismos claros con relatos paganos y mitológicos previos, que influyeron en su desarrollo antes de ser reinterpretados en un contexto cristiano. Suelen girar en torno a un héroe que derrota a una bestia monstruosa, representando el triunfo del orden y del bien sobre el caos y el mal. Las primeras menciones de San Jorge se remontan a los primeros siglos del cristianismo, en los que ya se aprecia como un mártir. Según la tradición, murió alrededor del año 303 durante la persecución de cristianos bajo el emperador romano Diocleciano y, para entonces, no había mención de un dragón; solo se hablaba de su martirio y valentía al defender la fe.
Fue hasta la Edad Media que, en el albor de las Cruzadas, San Jorge se convirtió en un símbolo del ideal caballeresco y la lucha contra el mal. La figura del dragón, retomada de aquellos mitos paganos, apareció como un símbolo del mal que representaban los infieles musulmanes y los herejes cátaros, contra quienes los cruzados peleaban en estas guerras. Bajo este horizonte, el héroe santo encarnaba los valores del caballero que tanto exalta la poesía trovadoresca: coraje, fe y la defensa de los débiles. Así se convirtió en un modelo ideal para los caballeros medievales y posteriormente renacentistas.
Este relato es un gran ejemplo de cómo la institución eclesiástica, en aras de ordenar todos los ámbitos de la vida dentro del dogma cristiano, rescató muchas narraciones paganas y míticas moldeándolas de acuerdo a sus propios intereses. Es necesario ver esta dinámica como parte del horizonte histórico cultural de la época y no bajo los juicios que, como personas herederas del mundo moderno, podamos hacer.
El cuadro de Tintoretto da luz sobre este proceso histórico, pues Dios padre se encuentra en la cima de la composición, rompe en gloria y baña en luz a los personajes. Su presencia se vuelve fundamental situando la leyenda antes pagana bajo una luz secular donde parece bendecir de dones y virtudes a los protagonistas.
Por otro lado, es importante señalar que la composición se construye desde la perspectiva de la doncella, quien dirige la mirada hacia su amado caballero cuyo rostro apenas se vislumbra, en plena acción de batalla. Sobre su corcel, San Jorge está a punto de clavar su lanza en la figura serpentina. Justo debajo de él, resalta un hombre muerto a las orillas del mar. La postura de este último personaje se asemeja un tanto a la de Jesucristo, por lo que es posible interpretar a ambos hombres como vencedores del mal y redentores de la humanidad. La escena destila teatralidad; la contorsión de los cuerpos provoca una tensión climática que pone a quien observa en el límite de la expectativa. ¿Y cómo es que la Dama observa a San Jorge? No sobre una torre, pasiva y a la espera de su rescate; todo lo contrario, en un movimiento vertiginoso, ella contempla fascinada e iluminada por el halo divino que cae sobre su cuerpo.
A través de Tintoretto, observamos cómo en la figura de esta mujer se mezclan los valores del amor cortés medieval con los nuevos ideales morales y de belleza del Renacimiento: una joven de cabellos rubios, frente amplia, cejas delgadas. Si bien en previas representaciones esta bella ya había aparecido en segundos planos, es con Tintoretto que la observamos partícipe primordial de la leyenda y a la vez espectadora. Además, es importante señalar que en esta obra, la Dama defendida por San Jorge es una noble, pues las prendas y atavíos que porta dejan en claro una posición política que resulta relevante en tanto que fueron estas mujeres quienes recibieron los halagos y cantos de los trovadores, sobre los cuales construyeron una concepción propia del amor cortés.
De esta manera, el lienzo nos invita a imaginar cómo las mujeres nobles, desde la Edad Media hasta el Renacimiento, conocieron e internalizaron estos ideales a través de los dulces cantares de los juglares, la literatura caballeresca y obras como las de Tintoretto. En un contexto en que el matrimonio era un contrato económico y político poco relacionado con asuntos del corazón, las damas de las cortes encontraron en esta forma de amar un espacio de libertad y de decisión. Según René Nelli, “Amor no es pecado, sino virtud, decían los trovadores”. Así, el amor cortés se consolidó como un posible medio para que las mujeres pudieran ejercer autonomía sobre su propio sentir.
Por último, a través de estas líneas queremos recordar que el Renacimiento no marcó una ruptura respecto a la Edad Media, sino que incorporó y reinterpretó muchos de sus valores. Así como el caballero medieval se convirtió en héroe de las pinturas renacentistas, el protagonismo de la Dama fue una constante en las representaciones que surgieron desde el siglo XII hasta el XVI. Sin embargo, no deseamos mostrar la historia de “San Jorge luchando contra el dragón” como una leyenda lejana, pues vale la pena apuntar que el impacto histórico y cultural de sus personajes, al igual que las nociones del amor cortés, permean hasta la actualidad.
Hijas de Clío
Somos historiadoras que deseamos dar visibilidad a la creación femenina.
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