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Las lanzas rotas y las plumas quebradas. Entrevista a Ángel Gilberto Adame

Las lanzas rotas y las plumas quebradas. Entrevista a Ángel Gilberto Adame

03 de marzo de 2021

 José Luis Trueba Lara

Las pugnas no eran poca cosa. Para muchos, el momento de decidirse y tomar partido había llegado. El arte que promovían los comunistas estaba atento a sus adversarios y a quienes osaran cometer la mínima desviación de su ideario. Eran los tiempos en que los camaradas obligaron a José Revueltas a arrepentirse de Los días terrenales y de El luto humano; los momentos en que Pablo Neruda le escribía odas a Stalin y a los defensores de Stalingrado; los días en que era necesario censurar a Gide por sus recuerdos de la Unión Soviética, o valía la pena sumarse al intento de asesinar a Trotsky. La fe absoluta y la certeza de que el paraíso existía obligaban a muchos a mirar hacia otro lado o caer en el engaño. ¿A quién podría importarle si las purgas y las persecuciones en la Unión Soviética condenaban al silencio y al gulag a los creadores? ¿Qué protesta podía escucharse en un mundo en el que salvar al socialismo era una seña de identidad? 

Este enfrentamiento también ocurrió en México, y en Pasiones, fracturas y rebeliones, el nuevo libro de Ángel Gilberto Adame, se recorren las luchas protagonizadas por Octavio Paz, Pablo Neruda, José Bergamín y otros intelectuales durante casi cuatro décadas. Desde los años treinta del siglo pasado, hasta el momento en que Neruda ganó el Premio Nobel después de abjurar de su fe enrojecida, y cuando Bergamín, en cierta medida, fue condenado a la miseria. —Cuando elegí a estos personajes como objeto de mis investigaciones comenzaron a bro – tar todas estas historias —me dice Ángel Gilberto— y, al momento de empezar a trabajar con ellas, decidí que no sólo debía ser un notario de profesión, pues también debía serlo de la historia. Tenía que dar fe de hechos en esas pugnas, en esos enfrentamientos y en esas burlas feroces. Ésta es la fe de hechos más simpática que he creado en mi vida: es una relatoría de fracturas y desencuentros intelectuales.   

—¿Cómo ves al Octavio Paz de los años del realismo socialista, rompiendo lanzas con la izquierda? —En México, en los años treinta, el maximato había terminado y el país entraba al cardenismo. El mundo también era convulso: se iba saliendo de la crisis de 1929. En Europa irrumpían los gobiernos totalitarios, y se iniciaba la Guerra Civil española. Estamos ante un tiempo que definió las generaciones. A veces a Paz se le juzga con demasiada dureza, pero olvidamos que él llegó a esta década a los 16 años. Sus primeros atisbos políticos, en especial después de su estancia en España durante la guerra, están marcados por una militancia, aunque nunca llega a afiliarse al Partido Comunista, y en él siempre está presente la duda entre el socialismo real de la Unión Soviética y el socialismo a la manera de Trotsky. Y lo mismo le sucede con los procesos de Moscú y el sectarismo. Él duda en una época que no permite dudas. —¿La obra de Paz sería un enfrentamiento contra los radicalismos, contra las consignas y las censuras de partido? 

 

 

 

—Efectivamente, a él le preocupaban los radicalismos y los fundamentalismos, sin importar el bando en que ocurrieran: está en contra de las prédicas absolutas de la izquierda y la derecha. Él se enfrenta a los extremos que pierden a los escritores. Paz es un hombre de mutaciones, un hombre de su siglo, como lo llama Christopher Domínguez. Hablar de que él es un hombre de derecha es no conocer su obra. Todavía en 1968 está emocionado porque la revolución que no ocurrió en los años treinta aún puede ocurrir, aunque al final volverá a ser presa de la desilusión. Él encarna las ilusiones perdidas.   

—¿Y Neruda?, ¿cómo ves al hombre que escribió la “Oda a Stalin”, y que años más tarde hace lo posible por distanciarse de su pasado, con tal de ganar el Nobel para solucionar sus aprietos económicos?

—Esto lo dijo Matilde Urrutia, su viuda. Aunque él muchas veces declaró que el Nobel no le interesaba, en corto se mo – vía con todo para conseguirlo. En este caso, encontré al gran juerguista que armaba grandes pachangas de dos o tres días. Sus casas en Chile son casas de fiesta. Obviamente era un gran derrochador y, en los sesenta, es presa del sentimiento de in – justicia. Quería el Nobel que merecía y también necesitaba la lana, porque la quiebra lo había alcanzado. 

—En cambio, Bergamín es presa de la miseria… —Cuando Paz le niega el Premio Cervantes a Bergamín, ocurre una condena de este tipo. Premiarlo, como decía Alberti, también implicaba negarle un lugar a la generación del 27. Él murió sin recibirlo y, cuando se lo entregaron a Alberti, él se lo dedicó a Bergamín, que acababa de morir.

Estamos ante tres personajes, ante las rupturas y los enfrentamientos que forman parte de Pasiones, fracturas y rebeliones, de Ángel Gilberto Adame. +