Au plen air? Las artistas del impresionismo

Au plen air? Las artistas del impresionismo

Herles Velasco

París, a mediados del siglo xix, era un revoltijo de fetidez y pobreza. Balzac había descrito las casas de muchos de los barrios parisinos como “fachadas leprosas”, y Napoleón III se refirió a la hoy Ciudad Luz como una “vasta ruina” y nada más. En estos contextos y en los albores de la metamorfosis del sucio París medieval a la imponente papillon moderna, los artistas gestaban sus propias transformaciones. Pero los aires de libertades estéticas no necesariamente marchaban a la par de otras más fundamentales. La historia de las mujeres impresionistas se caracteriza por haber despertado los prejuicios más vergonzosos de las élites, la alta cultura e incluso sus propios correligionarios. Éstos trataron de asfixiar las pretensiones de las pintoras, que buscaban explorar en las novedosas manifestaciones del movimiento estético su particular manera de expresar la realidad. Los ideales de liberté, égalité, fraternité de la reciente revolución estaban todavía lejos de contemplarlas como ciudadanas y artistas.

El barón Haussmann fue, a partir de 1853, el responsable de corregir el aspecto de aquella villa decadente de París, que conllevó la destrucción y reconstrucción de barrios completos. Sin embargo, aun en medio del deterioro y el empobrecimiento visual de la capital francesa, los impresionistas encontraron sus principales fuentes de inspiración fuera de los estudios: en los cafés, los bares, los salones de baile, las escenas domésticas, así como en la naturaleza, los escenarios campestres o en el eterno numen del Sena; es decir, en la impresión de la experiencia directa. La mayoría de estos lugares, que contenían aquella inspiración vital, no encajaba del todo con la figura de la mujer artista trabajando in situ en su obra; cuántos ceños franceses se habrán fruncido al encontrarse a una pintora en, por ejemplo, el Théâtre Italien.

Quizá la pintora impresionista más conocida, fundadora del movimiento y de las más prolíficas (con más de 400 cuadros), sea Berthe Morisot. Ella tuvo una educación artística y llegó a ir al Louvre a practicar copiando obras ahí expuestas, no sin supervisión, como era la costumbre para las mujeres de la época. Berthe estudió con Jean-Baptiste-Camille Corot. Comenzó con acuarelas y pasteles, y su talento y práctica la llevaron después al óleo. Se dice que llegó a dominar tan pronto las técnicas en esta disciplina que algunas partes del cuerpo, como ojos y manos, las pintaba sin necesidad de retrabajar. Su manera de capturar las sutilezas en la luz, la vida cotidiana, la intimidad y lo femenino fue única, a través de una paleta más etérea en comparación con la de otros artistas. Esto le acarreó a Berthe una buena dosis de fama y otra de detractores, quienes consideraban esa feminidad como algo negativo, mientras la contrastaban con la “vigorosidad” de los artistas masculinos. Aun con esto último, esta artista expuso en el Salón de París, cerrado para las mujeres hasta 1897. Podemos decir que su estética con “visión femenina” llegó a convencer a un puñado suficientemente amplio de conservadores del mundo artístico parisino como para incluirla en algunas exposiciones en las que no consideraban a sus contrapartes masculinos; no sólo eso, Berthe Morisot fue una de las primeras impresionistas en exportar su obra a la American Art Association, en Estados Unidos.

Y es que Estados Unidos fue el otro gran polo del impresionismo. Mientras en París debatían el valor de este movimiento, los círculos artísticos estadounidenses apreciaron mejor su potencial. Mary Cassatt (Pittsburgh, 1844) viajó a París, donde desarrolló su carrera artística e impulsó a otras mujeres en Francia a hacer lo mismo. Fue una feminista activa; se convirtió en la conexión de muchos artistas para exhibir su obra en América y, gracias a ella, una buena parte del acervo impresionista reside en aquel país. Su capacidad para capturar como pocos la emoción de los sujetos que retrataba con una paleta de colores brillantes fue innegable. Gracias a que Japón se empezaba a abrir al mundo, esta artista pudo aprovechar la tradición nipona del retrato intimista, en el que predominan las escenas domésticas y de naturaleza (ukiyo-e). Cassatt, al igual que Berthe Morisot y las otras mujeres pintoras del impresionismo, se enfrentó al esfuerzo de los círculos culturales dominantes por limitar su formación. Los prejuicios de estos grupos insistían en que era mal visto verlas deambular con sus herramientas de trabajo por los espacios públicos: recordemos que la École des Beaux-Arts no permitía la entrada a las mujeres y que el Salón de París fue el escaparate más importante del momento, en el que exhibían principalmente los egresados de dicha Academia. El trabajo de Cassatt para apoyar la formación y promoción de la obra de otras artistas resultó fundamental.

Otra de las pocas artistas que sobrellevaron estas restricciones, y que también logró exponer en el Salón, fue Eva Gonzalès, a quien algunas biografías ubican como la única alumna oficial de Manet. Esta pintora exploró en su obra cierta mezcla de impresionismo y realismo, lo que la proveyó de un estilo muy particular. Si bien fue una artista que dominó la luz como pocos y que exploró en su obra sobre todo la vida de mujeres y niños, también produjo obra que podría considerarse más melancólica y emocional. Gonzalès fue una figura prometedora del impresionismo: su peculiar estilo muestra que no quiso conformarse con las tendencias de la época. Murió prematuramente a los 34 años, truncando así una de las carreras más visionarias del movimiento.

 Marie Bracquemond encarnó lo que quizás sea el común denominador en cuanto a los desafíos a los que se enfrentaban las mujeres impresionistas. Su talento para las artes se manifestó a temprana edad y su formación fue principalmente autodidacta. La instrucción formal que recibió fue breve, en el estudio de Jean-Auguste-Dominique Ingres, quien tenía una visión conservadora respecto del papel de las mujeres en el arte. Se promovía que éstas desarrollaran la pintura como un hobbie, adquiriendo lo mínimo indispensable en cuanto a una instrucción formal. Ingres desalentaba constantemente las aspiraciones profesionales de Marie. La artista estuvo casada con un famoso pintor y grabador, Félix Bracquemond. Las constantes discusiones a causa de las aspiraciones de ella mermaron su relación al grado que se vio obligada a desistir de la pintura. Aun así, los elogios a su trabajo fueron permanentes: gustaba de pintar escenas cálidas y acogedoras, y exhibió su obra en distintas exposiciones. Marie Bracquemond mostraba una técnica impecable y una perspectiva muy particular para capturar escenas cotidianas.

Es cierto que la gran mayoría de mujeres impresionistas mantuvieron cercanía con los pintores del movimiento; que la influencia y el reconocimiento llegaron a ser mutuos. Sin embargo, también es verdad que aquello que podría haberse considerado una comunidad de creadores rebeldes a un sistema que imponía fondos y formas estaba lejos de ser ideal. Además de todo lo que ya hemos contado, el simple hecho de reunirse, artistas mujeres y hombres, en un café, era mal visto; por lo que normalmente las grandes tertulias, en las que se podían compartir experiencias, visiones, crear relaciones con el fin de proponer el camino a tomar para el impresionismo, fueron esencialmente masculinas, pero éste tampoco se trató de un tema exclusivamente francés. A la pintora danesa Anna Ancher se le llega a incluir por estilo dentro del impresionismo, si bien en cuanto a tiempo y espacio figura lejos del seno del movimiento. Su contexto social no fue muy distinto: la prohibición de una educación artística formal en Dinamarca no le impidió desarrollarse. Fue la única mujer del círculo pictórico de aquella ciudad, que, por cierto, no abandonó en toda su vida, salvo en dos ocasiones: para asistir a una exposición en Viena y para tomar clases en París. A diferencia de Bracquemond, el apoyo de su marido jugó a su favor y las restrictivas convenciones sociales se convirtieron, incluso, en fuente de inspiración, tan es así que llegó a pintar una escena en la que aparece con su esposo contemplando una pintura en el comedor de su casa, infiriendo que había en ese espacio un intercambio intelectual entre ambos.

Del reducido grupo de mujeres impresionistas (poco más de una decena) a lo largo de Europa y Norteamérica sólo cinco lograron exponer en el ansiado espacio del salón parisino. A finales del siglo xix, por fin la École des Beaux-Arts se sacudió de alguna manera el conservadurismo recalcitrante que ya no cabía en el París moderno. Y queda ahí, esparcido en las principales galerías del mundo, la obra de ese puñado de mujeres que se plantaron no sólo contra las convenciones artísticas de la época, sino, sobre todo, contra las sociales. Ni unas ni otras consiguieron apagar la luz y contener el color de estas artistas para la posteridad. +