Vocaciones que arrebatan
20 de enero de 2021
Las memorias inconclusas de Rita Macedo son una afirmación inequívoca de su vocación: la de artista. Con ellas, regresa a escena. El tablado es sólo suyo, los demás apenas son un pretexto para que ella se muestre intensa y poderosa. Alrededor de Macedo van y vienen personajes, unos se estancan y otros se desarrollan con mejor o peor fortuna. Antes que protagonista, Macedo es la historia misma. Mucho podría decirse de sus amores y la intensidad que les prodigó, en particular a uno, Carlos Fuentes; pero su pasión última, la definitiva, fue la de la actuación. Macedo, por encima de cualquier otra cosa, era actriz y en Mujer en papel –el acertado título de sus memorias– lo deja claro. Quien se acerque a Mujer en papel tendrá ante sí un camino de muchas vías. Por un lado es un entretenido paseo por el cine mexicano, sus luces y miserias. Macedo trabajó con algunas de las personalidades más atrayentes de su época: María Félix, Emilio “El Indio” Fernández, Pedro Infante y Pedro Armendáriz son los felices convidados a su historia. De ellos desliza sabrosas anécdotas y algunas observaciones maliciosas, como aquella incómoda revelación sobre la ropa interior rota de la Félix, el mal genio de Armendáriz o el insaciable apetito carnal de “El Indio”, que tenía todo un harem a su servicio.
Pero no todos son recuerdos luminosos de una época brillante; Macedo narra con dolorosa franqueza las vicisitudes por las que debió atravesar para mantener a flote una carrera que en no pocas ocasiones parecía terminada, no tanto por la carencia de talento –sambenito que mantuvo en vilo la autoestima de la actriz–, sino por las enviciadas reglas del juego: las alianzas entre productores y actrices, los amoríos utilitarios o, a veces, la pura suerte. Así, detenida por las intrigas tejidas a su alrededor o por la pura competitividad del medio, Macedo llegaría a ejercer de prostituta, identidad asumida sin ambages ni eufemismos.
Aun así, y a despecho del pesimismo, la actriz también se da tiempo para la amistad. Ahí están sus numerosas referencias al legendario Luis Buñuel, de quien confirma su talento y generosidad. Algunos de sus papeles más memorables se los debe al director español, como el de Andara en Nazarín, o Patricia Terrazas en Ensayo de un crimen, protagonizada junto a su amigo Ernesto Alonso, más tarde conocido como “El señor telenovela”. También queda plasmado su reconocimiento a lo mucho que hizo Julio Bracho por su desarrollo como actriz, aunque éste, en algún punto de la relación, echara a perder la simbiosis creativa que habían desarrollado juntos.
Para otros, las memorias de Macedo son un vistazo a la agitada vida cultural de la época, de la que fue protagonista junto con su marido, Carlos Fuentes. La actriz narra su vida conyugal junto al escritor con nostalgia y cariño, aunque sin dejar de señalar las heridas infligidas. Probablemente la mejor época de Fuentes como escritor la vivió al lado de Macedo; su consolidación como un autor de alcance internacional y su lento ascenso en el panorama literario lo hizo junto a la actriz. En Mujer en papel quedan registradas las muchas facetas de Fuentes como intelectual: su compromiso con la Revolución cubana, su ideología de izquierdas y sus conocidos hábitos de trabajo, en los que la disciplina era parte indispensable. Sin embargo, lejos de los oropeles o la “máscara” pública del escritor, gracias a Macedo los rasgos de Fuentes se humanizan hasta la ternura –como cuando retrata a la pareja como un par de gnomos regordetes en pijama– aunque en el proceso también se asome un perfil no precisamente halagador.
Vistas en conjunto, las memorias de Macedo debieron representar todo un reto editorial. Muchas fueron las restricciones que debieron superarse para que Mujer en papel viera la luz. Destaca por ello la amorosa labor de Cecilia Fuentes, hija de Macedo y Fuentes, quien tuvo a su cargo el trabajo de edición y la recopilación de las más de 300 cartas que su padre enviara a su madre y que fueron incluidas hábilmente en el cuerpo de las memorias. No debió ser sencillo. La intimidad de los padres suele ser un terreno inhóspito.
¿Qué son las memorias? De momento, un género resbaladizo y paradójico. Sin la obsesión de la imparcialidad, el periodismo le viene chico, no lo explica; sin las estructuras de la novela, la ficción le viene floja, le supera. Lo que queda más allá de toda duda es su culpabilidad, o mejor sea decir su no inocencia: las memorias nunca son inocentes. Ya sea que la venganza o la reivindicación las acompañen, las memorias son poderosos instrumentos de autoconfirmación. En Mujer en papel queda bien establecido. Por encima de cualquier identidad, Macedo era actriz. Ahora habita su propia obra. +