
Alejandro Zambra y la literatura de los hijos

El tema de toda literatura, dice Zambra, consiste en pertenecer. En hacer del mundo —y de uno mismo— un lugar habitable. Desde sus primeras novelas, el autor chileno ha construido una obra íntima, coherente y profundamente humana, que gira en torno a la infancia, la paternidad, los vínculos familiares y el poder de la escritura como forma de cuidado, consuelo y resistencia.
Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) es heredero de una tradición literaria sólida, pero ha sabido encontrar su voz propia, una voz que no teme mirar hacia adentro: a la casa, a la escuela, a los padres, a la herencia emocional que cada uno arrastra. Sus personajes —a los que él mismo llama “secundarios”— transitan espacios familiares que se mueven, se rompen, se reconstruyen. Padres heridos o ausentes, hijos que observan e intentan comprender el mundo que les fue dado, relaciones marcadas por la ternura, la pérdida o la memoria.
Desde Bonsái (2005), su primera novela, hasta Poeta chileno (2020), su obra más extensa, Zambra ha mantenido una sensibilidad constante: escribir sobre quienes fuimos y quienes intentamos ser. Entre esas dos obras publicó también La vida privada de los árboles (2007), Formas de volver a casa (2011) y Facsímil (2014), títulos que profundizan en sus obsesiones literarias: la familia, la escritura, la infancia como territorio frágil y revelador. Más recientemente, en Literatura infantil (2023), su libro de relatos, Zambra da un paso más allá al explorar su propia experiencia como padre, con preguntas llenas de humildad y ternura: ¿Qué significa ser padre? ¿Cómo se aprende a serlo? ¿Qué aprendemos de quienes, en teoría, deberíamos enseñar?
En Formas de volver a casa, escribe:
“Los padres abandonan a los hijos. Los hijos abandonan a los padres. Los padres protegen o desprotegen, pero siempre desprotegen. Los hijos se quedan o se van, pero siempre se van. […] Últimamente todos los libros hablan de eso.”
Y quizás tenga razón. La literatura de Zambra se nutre precisamente de esos territorios: la herencia emocional, la búsqueda del afecto, el abandono como herida y como punto de partida. Sus personajes no son héroes; son personas comunes que se equivocan, que dudan, que aman mal pero también con una sinceridad desarmante. Personas que escriben cartas, leen cuentos, cuentan chistes antes de dormir, y que encuentran en la literatura una forma de nombrar lo que no saben decir.
Zambra cruza con delicadeza el tema de la paternidad con el de la creación literaria. Para él, escribir no es solo narrar, sino una forma de habitar el mundo, de corregirlo. Como decía Raúl Zurita: “La poesía sirve para corregir el dolor de la experiencia.” En los libros de Zambra, ese dolor aparece de forma sutil, sin estridencias, pero con la fuerza emocional de quien ha mirado de frente las ausencias, los silencios, las pequeñas grietas de la vida cotidiana.
Además de consolidarse como una de las voces más potentes de la literatura latinoamericana contemporánea, Zambra ha logrado algo más difícil: construir una obra cercana, entrañable y profundamente reflexiva. Sus libros nos invitan a volver a casa —física, emocional o simbólicamente—, y a recordar que todas y todos venimos de una historia familiar compleja, pero necesaria.
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