Les Luthiers: una conversación epistolar
14 de abril 2023
Les Luthiers recorren el mundo por última vez. El tubófono parafínico cromático y la desafinaducha —entre otros instrumentos— guardarán silencio después de esta gira, por esta razón había que conversar con ellos y, entre el trajín que anuncia el espectáculo, nos enviamos pequeñas cartas que ahora presentamos.
La trayectoria del grupo ha corrido al parejo de grandes cambios políticos y sociales, ¿cómo ha cambiado su manera de comprender y hacer humor?, ¿de qué manera el entorno lo ha transformado?, ¿cómo han enfrentado los retos para hacer humor en algunos de esos momentos?
Nuestra forma de hacer humor no ha cambiado, pero es verdad que en la sociedad hubo cambios relevantes en la explicitación y la consideración de muchas temáticas, especialmente en la zona de ciertos ideales morales. La modificación gradual pero constante de lo considerado como políticamente correcto ha ido determinando aperturas y cierres en los límites, y los humoristas debemos adaptarnos a ese marco. De lo contrario, nuestro humor pasaría a ser confrontativo, polémico o hasta revulsivo, y ésa no es nuestra línea. Nuestros principios esenciales no han cambiado, pero sí ha habido una fuerte variación en la resonancia interior que muchos temas tienen sobre el público. No puedo enumerarlos todos. Para dar unos pocos ejemplos de un listado inmenso: en un sentido o en otro, son muy diferentes de los de hace cincuenta años los chistes que incluyen cualquier ingrediente de sexualidad, relaciones prematrimoniales, género, homosexualidad, matrimonios de todo tipo, conducta sexual, racismo, etcétera. En otras líneas, también son buenos ejemplos los chistes que involucran dictaduras, censura, Guerra Fría ―con todos sus ingredientes― y una lista enorme que nunca hemos confeccionado, pero que todos conocemos.
El humor es transgresor y pone la lupa sobre nuestros ridículos, sobre el poder y la soberbia. ¿Recorrer su historia podría llevarnos a descubrir cómo han cambiado esas actitudes?
La sociedad cambia permanentemente, y las convicciones, tanto las profundas como las pasajeras, repercuten en la sensibilidad ante el humor que toca esos tópicos. Los humoristas trabajamos sobre un colchón de convicciones morales de las sociedades en las que vivimos, las cuales mutan permanentemente. Explicitamos algunas, nos referimos más o menos indirectamente a otras… y se sabe que siempre existirán temas que —aunque estén ingeniosamente tratados— habrán de herir la susceptibilidad del público antes que despertar su risa.
En un apartado especial debo decir la obviedad de que a lo largo de la historia siempre hubo chistes prohibidos, temáticas con las cuales uno podría ser repudiado o hasta jugarse la vida. No eran las mismas antes que ahora, pero es claro que en todos los tiempos hay unas cuantas en vigencia.
Respondiendo a la pregunta disparadora: creo que es un procedimiento histórico cuestionable, aunque no inválido, observar la obra a lo largo de la vida de un artista o de muchos de su época para intentar descubrir su evolución según los cambios sociales, pero implica una difícil tarea de ingeniería inversa, esencialmente ver y comprender ya no por la obra, sino a través de sus omisiones. Como un ejemplo ajeno a nosotros: me acuerdo ahora de El Mikado, de Gilbert y Sullivan, representantes del humor musical inglés de finales del siglo xix, y que todavía representa un baluarte indiscutido de ese ingenio inteligente y chispeante emparentado con Wilde y con Shaw. El Mikado se sigue representando frecuentemente en el mundo anglosajón, pero el original contenía dos chistes de tinte racista que en su época eran perfectamente aceptados y festejados y que en todas las versiones actuales se consideran de mal gusto, y se quitan o reemplazan. Más que el cambio en perspectiva desde el ayer, me preocupan las prohibiciones desde el hoy, tanto para lo ya creado como para lo por crear.
La música y el humor son una combinación explosiva, que puede ser vista desde distintas perspectivas, ¿cuáles de esas perspectivas han sido las más complejas de enfrentar y superar? ¿Existe un momento del grupo que pueda ejemplificar estos desafíos?
Estamos viviendo en un mundo cada vez más medievalizado: el anacronismo y la naturaleza multiforme de la mal llamada corrección política, ejerce una presión enorme y a la vez difusa sobre la libertad de decir y de reír, desde la autocensura interior hasta la extrema violencia. Cada vez somos más los que defendemos la libertad de expresión, pero, paradójicamente, nos autolimitamos al expresarnos. Esto, seguramente, dificulta la capacidad de pensar y afecta la posibilidad de reír. Hoy, al momento de reír en público, buena parte de la humanidad antepone inconscientemente un velo censor, algo tenue, que la hace evaluar “¿está bien que me ría de esto?”.
Desde esta certeza, el “momento” del grupo siempre ha sido el hoy. Para nuestro nuevo espectáculo, Más tropiezos de Mastropiero ―primero realmente nuevo, no antología, en quince años―, sentimos que no podíamos permanecer atados a los paradigmas de hace dos décadas, pero tampoco infringir nuestras amadas normas de calidad. Así que buscamos cuidadosamente caminos por los que, dentro del marco referencial de la ética luthier, pudiéramos incluir ideas, conceptos y hasta limitaciones propias del presente.
Cada vez que los veo o los escucho tengo la impresión de que en ustedes hay una huella de las vanguardias… Una suerte de dadaísmo perfectamente calculado, de surrealismo en el que lo automático se revela tras muchos ensayos, o una suerte de marxismo radical de la línea de Groucho… ¿Es cierto esto que pienso?
Es una suposición muy divertida, interesante y hasta halagadora, pero, lo siento, debería hacer un cierto esfuerzo para admitir que sea verdadera. Que nos ubique como influenciados o aun como tenues reflejos de alguna huella dejada por esos movimientos me resulta encantador. Sin embargo, y superando la tentación de decir que sí, siento que la irreverencia, la rebeldía sarcástica contra el orden establecido no fueron nunca característica ni objetivo de nuestro grupo.
Saltando décadas: desde Duchamp hasta John Cage ―con la enorme cuota de humor que derrocharon― o cualquier otro artista conceptual de los muchos admirables y que produjo el siglo xx, todos generaron una reflexión profunda y también polémica sobre la esencia del arte. Pero nuestra pretensión ha sido siempre mucho más humilde: queríamos, simplemente, hacer reír; aunque moviéndonos dentro de una refinada utilización de la parodia hacia los ritos culturales, hacia la veneración del canon y hacia la cultura misma: todo, mezclando lo más indisolublemente posible la música y el humor, con buen uso de la lengua y elegante manejo de las estructuras.
A diferencia de aquellos grandes iconoclastas, nosotros nunca actuamos para generar una corriente crítica del arte ni para burlarnos de él o de su supuesto aburguesamiento. En cuanto al absurdo, sólo entró en nuestro trabajo muy ocasionalmente y sin convertirse jamás en un medio en sí mismo, sino apenas un camino hacia un fin perfectamente preestablecido. Nunca hubo en la obra de Les Luthiers un cadáver exquisito. Y en nuestro oficio y experiencia, lo automático no parece haber dado nunca grandes frutos.
¿Cuál es la herencia que queda del grupo?
Lo dirá el tiempo (y el albacea, cuando se lea el testamento). Tal vez, ojalá, quede un modelo, un ejemplo estimulante de que se puede hacer humor con extrema nobleza de medios, expurgado de grosería o banalidad. La música es un capítulo nada aparte: en nuestro decálogo se exige que sea parte casi indisoluble del todo y que esté cabalmente servida, con calidad profesional y artística.
Quizá sea mejor expresarlo así, para los jóvenes: busquen, piensen. La espontaneidad en el arte está sobrevalorada, muchas veces esconde pereza. Y para alcanzar un resultado como el de Les Luthiers, generalmente se necesita todo lo contrario: trabajo, búsqueda, esfuerzo e inclaudicable exigencia de calidad.
Suena la tercera llamada y la correspondencia se suspende. El escenario llama. Y eso es lo más importante.+