Errar para acertar: la poesía de Luis Jorge Boone
Perdidos en Hamartia reúne los cinco primeros libros de poesía publicados por Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977). Esta edición, publicada por el Fondo de Cultura Económica, busca, por un lado, volver a poner al alcance del público interesado estos primeros títulos y, por otro, permitir la perspectiva crítica que facilita el recuento de un trabajo ya amplio y maduro como el de Boone. En la “Nota final” que acompaña este volumen, el mismo autor explica sus razones: “Estos poemas estaban algo perdidos, tras la línea de sombra de los textos no disponibles, y ahora… no es que estén a salvo de toda duda, pero advierten que su signo ha sido la búsqueda, la tentativa”.
Creo que hay en Perdidos en Hamartia mucho más que una tentativa. Se puede constatar aquí el inicio, el ascenso y —particularmente en los dos últimos libros— la madurez de una de las voces más seguras de la actual literatura mexicana. No cabe duda de que se atestigua el progreso, no tanto de los temas, sino del modo de “poetizarlos” desde una destreza estética ascendentemente compleja.
La evolución de una obra literaria, cuando es posible conocerla a través de la perspectiva de varios libros, transmite una emoción contradictoria. Es algo parecido al reconocimiento que se experimenta cuando, al mirar una serie de retratos hechos a lo largo de años, se descubre y a la vez desconoce a una misma persona. La identidad está allí desde el principio, es cierto, pero es la evolución precisamente de las singularidades, de los rasgos o gestos inseparables, lo que resulta decisivo.
Si tuviéramos que hablar de geografías en la literatura mexicana, Boone no pertenece al sur sino al norte. Su escritura es honda y resistente. Es una escritura que conoce muy bien la luz y la sombra, que ha crecido en la aridez y atesora el agua, como los cactus, para esperar la siguiente lluvia. Observa y se estremece en silencio ante la vastedad del desierto, medita en las largas horas de un trayecto de vuelta al origen. En pocas palabras: su estrategia vital no es proliferar, como la selva, sino perdurar, como la roca. No es la multiplicación desbordada, sino la calma en secreto, la pausa, la observación, los gestos más poderosos de su escritura. No desperdicia ningún elemento, por el contrario: lo agota hasta su último sentido. Es uno de esos raros casos de escritores en los que menos es más.
Como lo preconizan los ancestros: para llegar a la madurez, no basta la acumulación de intentos o de errores, de éxitos y fracasos. Sólo la medicina de la autocrítica permite la salud de la evolución, y ella es probablemente el último e insobornable juez. La nada indulgente autocrítica que está señalada en el título de este volumen me parece un óbolo de honestidad. La hamartia es un concepto de origen griego que significa “errar el blanco”. Se emplea para referirse a un error o a un extravío, pero también a una falta o un exceso que conducen al encuentro con el destino. Lo que el autor advierte bajo este título es su percepción acaso de insuficiencia frente a sus propias expectativas. Sin embargo —y en descargo de este severo juicio sobre sí mismo— yo preguntaría: ¿cuántos poetas habrían logrado por lo menos la mitad de estas páginas antes de haber cumplido 30 años?
Hay una pregunta que vale la pena siempre recordar: ¿qué es lo que buscamos como lectores en un escritor? Las respuestas pueden ser un arcoíris de razones, pero creo que, ante todo, confiamos en alguien que, en principio, si se ha preocupado toda una vida por escribir, tiene por lo menos algo indiscutible qué decir. Algo hondamente cierto. Una verdad de vida. Tal vez eso sea un escritor.
Luis Jorge Boone es uno de esos autores de raza: lo mismo en la poesía que en la narrativa, el ensayo, la nota crítica o la reseña, no hay una página irresponsable, no hay una idea descolocada y no suele haber, prácticamente en cualquiera de sus textos, un vocablo gratuito. Así, cuanto más se adentra en la historia y la lectura, cuanto más asciende en la Babel de nuestra lengua extraña, creo que alcanza la estación del silencio. No el silencio del que no tiene nada que decir, sino el silencio del que regresa, luego de un largo viaje, al centro del silencio, a la primera y la última pregunta que comenzó el trayecto: “Habito la última, la página —en blanco— de todos los libros; / sé que el poema / siempre tiene por llegada / una desaparición”.+
Jorge Fernández Granados es poeta y ensayista. Con Materia oscura, acaba de obtener el V Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros, Granada, El duende, ¿dónde está el duende?, 2025.
