Maestros del cine
17 de mayo de 2021
Gilberto Díaz
Generalmente, cuando escuchamos hablar de los maestros del cine, viene a nuestra mente esa imagen de un hombre con boina, bufanda y cuello de tortuga, muy parecido a un lo que ve a su paso; pero más allá de lo que esta caricatura estereotípica pueda representar, lo cierto es que existe beatnik, que se la pasa encuadrando con sus dedos todo un término para referirnos a esos talentos que toman elementos desde la realidad para contarnos historias mediante las imágenes en movimiento.
Desde una perspectiva académica, se puede decir que los primeros maestros del cine fueron aquellos “magos” que supieron sacarle provecho al invento atribuido a los hermanos Lumière, y que Edison reclamó como propio. Visionarios que entendieron al aparato de captura de imágenes como un objeto que servía, más que para documentar la vida cotidiana, para construir universos verosímiles ante nuestros ojos; gente capaz de hacernos sentir emociones en una silenciosa compañía, desde la pasividad de la butaca en una habitación oscura.
Los maestros fundamentales
Georges Méliès fue uno de estos maestros. Encontró en la cámara un objeto para llevar sus actos de magia a otro nivel, haciendo posible que las historias ya conocidas por la literatura se convirtieran en películas, más verosímiles que la filmación fija de una representación teatral. Su Viaje a la luna es la metáfora perfecta de lo que significa el cine: un viaje imposible que se hizo realidad ante nuestros ojos. Su brevedad no demerita la cohesión de una narrativa que le hizo justicia a la obra de Julio Verne. Nuestra imaginación literaria ahora podía ser vista colectivamente. Por eso, la figura de Méliès ha recibido tributos desde otras disciplinas, desde videos musicales como Tonight, Tonight de The Smashing Pumpkins, hasta novelas basadas en su vida, que luego serían adaptadas al cine como La invención de Hugo Cabret de Brian Selznick.
Otro caso es el de David Wark Griffith, director conocido como el padre de la forma de hacer cine en Estados Unidos. Polémico por sus ideas políticas, se le atribuye elevar el cine a un nivel mayor que Méliès, gracias a su manera de modificar las perspectivas en favor de un relato más impactante, que pudiera plasmar el realismo de las historias sin llegar a la fantasía. Tal vez por ello el cine estadounidense es tan grandilocuente —y por eso muchas veces resulta insufrible—; obras como la infame Nacimiento de una nación e Intolerancia son los mejores ejemplos. Sin embargo, se reconoce que su combinación de técnicas para filmar y editar sentaron las bases del sistema cinematográfico que sigue dominando a la industria.
Es inevitable mencionar también a Sergei Eisenstein, una tercera figura que llevó al naciente cine a un nivel mucho más intelectual y cercano a su definición como arte. En cualquier bibliografía sobre la historia del cine nos encontramos con su teoría del montaje, fundamental para entender la narración de historias en el cine, porque, de acuerdo con Eisenstein, el montaje no implica únicamente filmar, cortar y pegar de forma cronológica: es un proceso mental, casi de reflexión sobre cómo se deben realizar estos pasos; utilizar ese cortar y pegar para decir algo más; crear alegorías visuales que acompañen los hechos que suceden en las historias, y que además impacten en las audiencias, dejando una idea adicional sobre lo que se acaba de ver. Por eso una película como El acorazado Potemkin posee una de las secuencias más intensas: vemos cómo la carriola con un bebé desciende las escalinatas mientras la gente va cayendo herida y muerta. Se trata de una de las escenas más homenajeadas por otros artistas, desde Brian de Palma hasta el pintor irlandés Francis Bacon.
Alumnos que se vuelven maestros
Desde la época o lugar del que se mire, siempre habrá un cineasta rindiéndole tributo a otro cineasta. Esto ocurre, en parte, porque —a diferencia de otras artes, como la literatura — no existe método, escuela o reglas rígidas para contar historias en este medio, y también porque el cine es un arte colectivo, en el cual el intercambio de ideas y el trabajo en equipo son fundamentales para que las películas sucedan tal y como las apreciamos, y aunque se atribuye el trabajo principalmente al director, la visión de éste no sería posible sin un equipo que siga sus indicaciones y perfeccione sus habilidades.
De forma directa e indirecta, los directores se convierten en maestros de cine. La primera conversión sucede por el fogueo de las filmaciones; cada sesión de trabajo establece nuevos aprendizajes; así, algunos guionistas, fotógrafos, actores, sonidistas y asistentes pulen tanto su experiencia que se sienten con la confianza de dirigir películas por sí mismos. En la segunda forma, como cinéfilos, siempre vamos a encontrar a algún director o directora capaces de motivarnos a querer hacer cine; del estudio de sus películas surgen ideas y técnicas que moldean un estilo que se siente propio y se convierte, a la vez, en un homenaje a aquellos que inspiraron la nueva obra.
Los casos abundan en esta materia, pero tal vez el más significativo para explicar al director como educador de cineastas es Roger Corman, director y productor de películas de bajo presupuesto que siempre abusaban de los clichés, el sexo y hasta el plagio descarado. Corman se convirtió en el mentor de los principales directores de la llamada Nueva Ola hollywoodense. A través de su guía se formaron directores como Francis Ford Coppola, Peter Bogdanovich, George Lucas, Steven Spielberg y Martin Scorsese —sólo por mencionar a algunos —. Bajo su tutela aprendieron que la creatividad en el cine pasa por los presupuestos reducidos y la optimización de los recursos: hacer más con menos, y que la imaginación haga su parte.
Por otro lado, resulta bastante conocido que Quentin Tarantino es un autodidacta de la realización fílmica. No tener recursos suficientes para pagar una educación cinematográfica, lo llevó a convertirse en un cinéfilo que tomó las lecciones más importantes desde la pantalla del videoclub en el que trabajaba. Educó su atención mediante los detalles que le mostraban los Nichols, los Truffaut, los Leone, los Kurosawa, los Godard y un largo etcétera, guiños que después plasmaría en su ya reconocida filmografía. Pero el caso de Tarantino no es el único; situaciones parecidas atravesaron Robert Rodríguez, Christopher Nolan, Terry Gilliam, Paul Thomas Anderson y los hermanos Coen, quienes a la fecha son algunos de los directores más prestigiosos y cuyas películas son tema de conversación.
Aprender cine
Saber y aprender de cine no es un asunto meramente académico; de ser así, la mayoría terminaríamos excluidos por la “incomprensión de las reglas”, como sucede en otras artes. De hecho, todo el tiempo estamos estudiando cine, porque cada vez que nos encontremos con una cinta que llame nuestra atención y nos siga invitando a detener el mundo por unas cuantas horas existe la garantía de que encontraremos un lenguaje nuevo para aplicar en nuestra vida; la seguridad de que somos capaces de descifrar códigos, formas y mensajes replicables: podemos encontrar poesía en las imágenes; discursos sociales en las historias; mensajes figurativos de una resonancia más grande de lo que vemos en pantalla. Porque educar el ojo cinematográfico sólo requiere sentarse y poner mucha atención a lo que experimentamos, mientras viajamos a otras realidades a través de esa mezcla de entretenimiento, arte y escapismo que se mueve a 24 cuadros por segundo.
Sigamos aprendiendo cine.+