¿Se comió el gato tu lengua?: Las máscaras que combaten la desigualdad
DEMENTE
Yara Vidal
Viernes 6 de septiembre de 2019
Face to face
No telling lies
The masks they slip
To reveal a new disguise…
They say, follow your heart
Follow it through
But how can you
When Split in two?
And you’ll never know…
“Face to Face”, Batman Returns
Solemos ver en las máscaras un signo de mentira, de ocultamiento, de falsedad. Pero en realidad son la representación de una investidura que nos conecta con fuerzas que de otra forma no podríamos alcanzar.
La simbología de las máscaras en Batman ha sido siempre directa, osada y oscura, como sus cómics y sus películas. Sombras nocturnas de la verdad que no nos permitimos ver. Con su máscara, Batman inflige un terror pánico en quienes tienen una conciencia inquieta, que anhela gritar. Por eso, cuando aparece (y en realidad nunca se deja ver del todo) los delincuentes tiemblan. El poder de Batman es el que su máscara ejerce sobre los demás.
Para las mujeres en los cómics las máscaras también han sido una investidura de poder: el de la libertad, aunque a la gran mayoría se las ha querido homologar con una versión femenina de un personaje masculino, o se han disfrazado de mujeres fatales listas para complacer las fantasías sexuales masculinas. En un ámbito dominado por lo varonil, las máscaras de las superheroínas les permiten transgredir el sistema que las oprime.
La máscara libera a las mujeres. Aunque en los cómics se les ha mostrado como vasijas de miedos, de fragilidad y ejemplos de la aspiración de completarse con un hombre y casarse y dejar de luchar (la única forma de autorrealización que les permite el mundo), la identidad secreta de las protagonistas que no han entrado en esa categoría, fue cubierta para encajar en la sociedad, haciéndolas adoptar personalidades tibias —como Diana Prince, que esconde a Wonder Woman, escondiendo su realidad superior, pues ella es una diosa— y enmascarando en realidad su verdadera femineidad, como la gran mayoría de las mujeres quienes han sido forzadas a vivir roles de hijas suprimidas, educadas.
Pero entre todo el universo de superheroínas, pocas son como Wonder Woman o Catwoman, que han podido trazar un camino aparte y encontrar su propio potencial.
En el mundo de Batman, Catwoman es una ladrona con alto sentido ético y apego a los animales. Entre ella y su identidad original (Selina Kyle) no hay gran diferencia, aunque ocultarse sí es uno de los objetivos de su disfraz, puesto que si es capturada, no puede seguir robando. Porque la Gatita es una ladrona. Una hábil y conspicua ladrona. Y eso la convierte en antiheroína. Sí, en su mundo, como está planteado, la única forma en que una mujer puede hacerse con el poder es siendo antiheroína. Y Catwoman lo hace a la perfección.
Y Batman es el vigilante encapotado que debe detenerla. Pero por alguna razón, es mayor el miedo que él siente por ella que el que el Murciélago despierta en ella. Y es que el cinismo despojado de toda moralina heteropatriarcal de Catwoman es, quizás, un estado de inocencia y claridad, cuya muestra es la carencia del temor que experimentan los que tienen la conciencia sucia.
El miedo que Catwoman provoca en Batman no es el mismo que otros ven. Su relación es un campo de batalla oscilante entre la némesis y la tentación, porque Catwoman como la predadora potencial de Batman y su igual. Ella parece saber a la perfección lo que quiere, y sus anhelos, deseos y motivaciones son su marco ético. Está más allá de la moral humana, mientras Batman trata de devolver a la ciudad a la ley y el orden. Eso también la pone en un plano semejante al de las diosas, nacida de la espuma de un océano que es el mito antropomórfico, la proyección de lo subjetivo sobre la naturaleza y lo sobrenatural.
En ese sentido, Catwoman es toda una dominatrix, pues es el primer gran personaje femenino maduro y “adulto” en la saga (y entre muchas sagas), pero lo es en sus propios términos. Es Calipso y Circe atrapando a Odiseo con sus embrujos, que no son otra cosa que el empleo de la misma libido masculina que le dio nacimiento, que Batman parece tener controlada y sometida en su lujosa vida monástica, pero que despierta en un sobresalto ante la visión de Catwoman, para nunca más calmarse.
* * *
Nuestra relación con los héroes, pero en especial con las superheroínas, es de amor y odio, porque en la cultura pop —que es básicamente la cultura de consumo aplicada a la producción artística, como lo sugiere Umberto Eco en Apocalípticos e integrados— el culto al cuerpo femenino se orienta a esta idealización de la belleza, que sirve principalmente de “fetiche” para la satisfacción de los deseos preponderantemente masculinos de perfección.
Pero la máscara puesta sobre esos rostros femeninos les han devuelto el poder milenario que el antifaz ha servido al mundo femenino para construir lo que conocemos como “narrativa de libertad”, de emancipación de la cultura de género dominante. Los poderes para sanar, redimir y transitar entre los mundos ordinarios y especiales —como lo explica Marie-Louise von Franz— le han devuelto poco a poco a la mujer, al menos en el plano simbólico de las superheroínas, esa personalidad de trascendencia y poder que sólo se pone de manifiesto a través de la máscara.
Ello constituye la sutil pero enorme diferencia entre las mascaradas de Batman y Catwoman. El caballero usa la máscara de un murciélago para infringir miedo. Catwoman utiliza al gato, como símbolo del equilibrio entre elegancia e inmoralidad se esconde —o revela— detrás de un gato, ladrón, ágil, indomable.
En otros ejemplos del mismo mundo de Gotham, Two Faces o el Joker la máscara ha tomado posesión de sus personas, no les ayuda a representar algo, sino a expresar su verdadero y transformado ser. Two Faces usa la dualidad de su rostro para justificar la del mundo y sus acciones. El Joker es el símbolo de la burla máxima ante la vida misma.
Batman y el trauma de su orfandad sin resolver no le permitían abrir su corazón a menudo. Pero ha encontrado el amor con Catwoman. Después de un compromiso, la boda, frustrada y resonada por todo el mundo, quedó como el testimonio de ese amor que se antojaba imposible tras 78 años de un peculiar cortejo.
Al ponerse sus máscaras se transforman y son capaces de llevar a cabo algo especial. Ellos usan la máscara como un canal. No es nueva ni se ha agotado la pregunta sobre si no serán sus máscaras de murciélago y gato las verdaderas identidades, mientras que Bruce y Selina son disfraces de distracción, y no al revés. En Batman Begins, Rachel Dawes se entera de que Bruce es Batman y éste le dice que cuando todo esté mejor, él se quitará la máscara para siempre y podrá pensar en una vida con ella. Pero Rachel le acaricia su rostro, su piel, y le dice: “No, Bruce, ésta es tu máscara”.
Por eso Catwoman es la única capaz de sostener un amor duradero, emocionante, tórrido y romántico con Batman: ninguno de los dos sabe qué plano de su realidad es el que está enamorado de qué aspecto del otro. Sus máscaras han pasado a jugar un importante papel.
Ambos han tenido siempre una torcida relación amorosa que se manifiesta y concreta a través de estos personajes. La relación entre Bruce Wayne y Selina Kyle no existe ni de cerca como existe la de Batman y Catwoman. A través de los años nos lo han probado. Las máscaras les han permitido tener esa relación de amor-odio, enemigos-amantes. Porque al mismo tiempo no hay contradicción cuando has visto detrás de la máscara, y ese siempre ha sido su juego: vestirla, pero transgredirla, lo cual es, por supuesto, excitante. +
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