Maternidades incómodas: La hija oscura
21 de enero de 2022
Estas últimas semanas se ha oído hablar mucho de la película The lost daughter, escrita y dirigida por Maggie Gyllenhaal, que forma parte del catálogo de Netflix. El guion está basado en la novela La hija oscura de Elena Ferrante, el pseudónimo de una escritora italiana (¿o escritor?) de quien poco se sabe. ¿Por qué ha atraído tanta atención? Bueno, probablemente por la visión tan cruda y honesta de la maternidad. Al menos, de un tipo de maternidad, porque dudo que pueda hablarse de una sola.
Esta historia habla sobre Leda, una mujer atrapada entre su deseo de ser buena madre y su necesidad de hacerse un lugar –visible y reconocido– en el mundo. Cuando sus hijas se van a vivir con su padre a otro continente, ella se encuentra al fin liberada y feliz, para sorpresa suya. Entonces decide irse de vacaciones a una playa, pero sus planes de trabajar y descansar se ven empañados por su creciente obsesión con una joven madre y su hija, que le harán confrontarse con sus fantasmas del pasado, con su experiencia como hija y como madre y con las culpas de antaño.
Lo primero que sorprende del personaje de Leda es que abiertamente hace afirmaciones que nos sonarían antinaturales, poco maternales, fuera de lo que estamos acostumbrados a relacionar con la figura de una madre, como cuando se queda sola al mudarse sus hijas: “Me sentí milagrosamente desvinculada, como si una obra difícil, llevada al fin a su término, hubiera dejado de ser una carga”. Esa otra cara de la moneda acerca de lo que significa la maternidad es uno de sus grandes aciertos. Porque nos han vendido la idea de que la maternidad es hermosa, rosa, tierna, pura, donde la entrega hacia los hijos ocurre de manera espontánea y desinteresada. ¿Cierto? Bueno, permítanme romper su burbuja. Cualquier madre les podrá contar sobre los claroscuros de criar a un ser humano. Y la pluma de Ferrante saca a la luz los pensamientos más oscuros de una madre que se cuestiona casi todo el tiempo. Lo más revelador es que algunos –o muchos– de esos soliloquios los he tenido yo misma como mamá y es muy probable que muchas madres se identifiquen también con estos sentimientos incómodos que rara vez expresamos al mundo.
Leda se muestra inadecuada ante su papel de madre, recuerda cómo a veces –incluso ahora que ya son adultas sus hijas– le resulta insoportable. Más aún cuando Bianca y Marta eran pequeñas y dependían casi por completo de ella. Leda se vuelve a su juventud y lamenta que constantemente tuviera que debatirse entre el deseo de ser buena madre y ese otro impulso vital de desarrollar una voz, un camino propio a través de su carrera. El desarrollo profesional de su esposo, por supuesto, tuvo prioridad. Leda nos hace sentir la angustia de tener que robarle unos minutos a la cotidianeidad, de tener que pedir permiso para ser, de sentir que se va diluyendo en un mar de rabietas, quehaceres y falta de sueño, con poco o nulo apoyo de su pareja. Leda está siempre entre el anhelo de ser buena madre, diferente a la suya y la imposibilidad de serlo, de cumplir las expectativas propias y de los demás.
De ahí que no nos sorprenda que queda embelesada con Nina, una joven madre a quien observa en sus vacaciones en la playa: “Si la muchacha era de por sí bella, en esa manera suya de ser madre había algo que la distinguía; parecía no tener deseo de otra cosa que la niña”.
Nina le causa extrañeza, no entiende cómo puede comportarse de forma tan natural y ser tan entregada a su hija. La idealiza, la ve como la fantasía de lo que ella nunca logró ser, aunque se esforzara. La envidia, aunque por momentos desconfía de su perfección: “Sospeché que estaba representando su papel de madre joven y bella, no por amor a la hija sino para nosotros, la gente de la playa”.
En este viaje, Leda también se confronta con su papel como hija, recuerda con cierta amargura la manera en que su madre la crió y deja ver su desprecio a sus costumbres pueblerinas, a su falta de aspiración. No le perdona el chantaje de amenazarla con abandonarla a ella y a sus hermanas cada vez que la desesperaban, aunque también pareciera que le enoja más su falta de valor para cumplirlo. Se avergonzaba de su madre y también de ella misma. Le parecía inaceptable su forma de explotar frente a sus hijas cuando se sentía rebasada. Sentía enfado y culpa a la vez.
La trama de la historia se va desenvolviendo de tal manera que vemos cómo Leda, una persona culta y altamente racional, se ve arrastrada a comportarse de manera impulsiva, infantil, al grado de que se lleva la muñeca de Elena, la hija de Nina, en un arranque de enojo, celos, envidia o como una manera de resquebrajar el vínculo idílico entre Nina y Elena.
Hay que mencionar que la película es una gran adaptación de la obra original, que nos lleva por este mismo laberinto de emociones cada vez más complejas.
Vamos descubriendo los secretos de Leda, nos obsesionamos como ella y vemos –sabemos– que algo no está bien. Por todos lados están pequeñas señales: la fruta que pareciera brillante y jugosa, pero que del otro lado está podrida; una cigarra que arruina la blancura de la almohada; el origen sospechoso del moretón en la espalda; la sustancia viscosa y oscura que se aloja en el interior de la muñeca. Lo placentero de los primeros días de vacaciones se transforma en algo inquietante y perturbador.
La historia maneja con gran maestría el tema de la corporalidad: desde los embarazos de Leda, su sexualidad, sus heridas, la importancia del cuerpo como medio para relacionarse con el mundo y con los demás.
Por otra parte, los objetos también tienen una gran carga simbólica, como la muñeca, que se vuelve fundamental para establecer una relación entre Leda y Nina. Pareciera que la muñeca le permite a Leda volver a ser hija, le recuerda su niñez, le da oportunidad de volver a jugar, pero ahora con un poco más de control de su vida, sin el agobio que le causaba su madre. Y a la vez, le permite volver a ser madre, pero mejor: la cuida, la viste y trata de eliminar toda la suciedad que la afea.
La intensidad de La hija oscura no decae en ningún momento. Sentimos el impulso de seguir adelante, de saber más, de conocer el desenlace de esta historia. Como mencionaba antes, la película es fiel a la historia y los personajes. Pero si quieren ahondar más en el carácter de Leda y en estas reflexiones sobre su vida, la novela no tiene desperdicio; su prosa es fluida y contundente, y nos deja con un gran sabor de boca, aunque tal vez un poco agridulce.
Sin revelar los detalles del desenlace, lo que sí puedo decir es que me parece que al final Leda logra hacer las paces con sus decisiones y aprecia todo en su justa medida: a Nina, a su madre, a sus hijas y a ella misma. +