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Mural de ojos

Mural de ojos

Por Jesús Pérez Gaona

Mujer mariposa, regálame un hijo

y dame el sonido de música nueva

que nunca ha nacido.

León Chávez Teixeiro

7 de junio 2022.

Madrigal, música de madrugada, mirador en medio de la oscuridad. Después de todo, debajo de la bruma de la vida cotidiana, tras la espuma acumulada durante varios años, me sigues gustando. Gusto de ti. Y, además, si de confesiones se trata, te sigo deseando. Túúú, como piedra preciosa, como divina joya, valiosa de verdaaad.

Me sueño en tu vida antes de mí. Acaso una década atrás. Como en aquellas fotografías de familias clasemedieras con viajes a Grecia, a España, a Nueva York…

El cigarro ondeando el octágono de mármol manchado por el paso del tiempo de los rostros de quienes te rodean y desconozco. Sobre la mesa un dominó cubano. Los muebles de un departamento como el que habitaste algún tiempo con ayuda de tu padre. El ritual diario del tránsito en la ciudad frente a ti. «En mil pedazos», escribiste en un correo. «No sé qué hice para que dijeras eso. Tus palabras me partieron el corazón en mil pedazos». Todavía sigo buscando piezas de los pétalos más delgados, aun cuando en ti ya brotó un nuevo capullo.

Triángulos púrpuras. Verdes. Anaranjados. Caleidoscopio de olores suaves.

Me veo lejos, distante de lo que hiciste, colmado de nostalgia por lo que eres ahí. Pero compartiendo varios de los detalles más vergonzosos de tu vida, las anécdotas detrás de las marcas en tu piel, los dolores por los que no encuentras reposo. En secreto. Rombos en punto de fuga. Diamantes rojos de un naipe.

—Tu piel como el planisferio de mis recuerdos más felices –te dije alguna vez.

Alondras sobre un cielo azafranado que no atino a describir como el atardecer o el amanecer. El cuadro más chicloso de la típica familia mexicana.

—Tus palabras como la conciencia de una tregua, como un descanso –respondiste.

Por alguna razón (tu mirada, el modo como nunca rechazas mis brazos), sé que hasta en otra dimensión ese inédito yo te invitará a la cama, deslizará su cuerpo hacia el tuyo y descubrirá la calma. En secreto.

Una certeza que no ahoga la neblina: junto a ti, el reposo, la serenidad.

La fe que resiste un viaje al subconsciente.

Roald Dahl creía que ciertos sueños son como fieras salvajes, borrascas: cuanto peor el sueño, más le enfurece que lo apresen. Y no es mi intención que una mala noche te enferme o disguste cuando recibas esta carta, prisión de una pesadilla.

Parezco ahí el guardián de tu vida, apenas un instante (un abrir y cerrar de ojos). Esa Gema, la del mundo de allá, luce como alguien que aborrece a los centinelas. ¿Necesita de alguien que la proteja? Lo dudo. Como tú, creció en el paraíso más agreste y sanguinario de México: Guerrero. De ahí mi cautela. Más bien, mi tremenda vacilación.

¿Es que estoy condenado a sucumbir estrangulado por mí mismo? ¿A nunca desaparecer por completo hasta que el último trozo de mí se arrepienta de ser yo? Si mis ojos no me mienten… si mis ojos no me engañan… tu belleza es sin igual.

Con la computadora sobre mis piernas, reproduzco el archivo de video cuyo título y existencia ignoras: «Para Gema y Josué, 2026».

—Hola, rucos. No sé por dónde empezar. Filmo esto la madrugada del 1 de enero de 2016. Si todo sale según el plan, están viendo esto en el futuro. Me ha movido el sentimiento de… Fue por ansiedad. Ayer Gema y yo peleamos. No es grave. Tal vez, en su realidad, no tendrá la menor importancia. Ya lo habremos olvidado. A lo sumo será una anécdota por la que, sin embargo, reflexioné sobre nosotros…

Me detengo, miro hacia un costado, se escucha tu voz a lo lejos y busco sin éxito poner pausa a la grabación. Me alejo hasta perderse el sonido. A continuación, tras el lapso de unos minutos, retomo mi sitio, pero con otro tono y un semblante distinto.

—Que te esfumarás, lentamente…

Estoy realmente encabronado.

—Dices que te esfumarás lentamente, que nos separaremos sin apenas darnos cuenta. Pero no es cierto. Esfumarse lentamente es el privilegio de habitar las tinieblas, algo de lo que no sabes en absoluto.

Te lo dije entonces y sigo creyéndolo, sólo quien ha vivido como sombra puede entender el mundo en su penumbra y la profundidad de ese abismo.

—¿Te crees propietaria de la crueldad? Olvidas que la maldad habita en todos. Ya me cansé de que repitas que todo acabará pronto. Dale tiempo al tiempo –digo imitándote–. Pero no decides que todo explote de una vez. ¡Cobarde! Déjame ayudarte. ¡Vete a la chingada!

La grabación termina. Siento cómo se incendia mi rostro. A mi alrededor todo se quema.

El fuego consume nuestra recámara con la misma velocidad con la que transcurren los meses sin tener noticias de ti. Me ahogo. Se hizo un nudo en mi garganta. Hay humo por doquier. No puedo respirar. ¿Será necesaria ahora más frialdad mentirosa? ¿Más indolencia ante la reflexión final? ¿Esclerosis en el alma?

El silencio idiota, producto del azoramiento de un neófito, me hizo impotente ante las insinuaciones de maldad con las que nos ungimos en la oscuridad. Pero perdí a Trotsky, el perrito pulgoso que adoptamos al bajar de las trajineras de Xochimilco.

—Haría más promesas si no estuviera demasiado ocupado ahora cumpliendo las que ya hice –dice Orson Welles como Charles Foster Kane. Me llamas mentiroso por la revelación del supuesto nexo entre «rosebud» y las partes íntimas de Marion Davies.

Un cenicero repleto de colillas manchadas de un labial carmesí cae al suelo. En el caos de la fiesta tienes un momento de soledad. Descansas en la pared con la escoba en la mano y el humo saliendo de tu boca, contra un fondo amarillo. Cuando nadie te ve bajas el ritmo, por primera vez. De forma inaudita, en tus ojos, las lágrimas de la desesperación; de quien no necesita a nadie, pero ignora que muy pronto aquel tipo perdido encontrará su lugar (a tu lado). Me sonrojo, aún hoy soy muy poca cosa para ti.

La diferencia entre tú y yo –cantas en el karaoke frente a los extraños–, la diferencia entre tú y yo sería que yo en tu lugar sí te amaría.

Todos celebran tu interpretación. La cerveza sabe otra vez a sopa, y la saliva a cocaína adulterada. Los títulos de dos películas aparecen en una repisa del librero: Viajo porque preciso, vuelvo porque te amo. Y destellante, imposible no verla: El amor es más potente que las bombas. ¿Qué diría de esto el terapeuta new age que consultaste hace un año? Quizá te recomendaría volver a ver Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Para describir lo que siento al ver a parejas bailar danzón, tendría que usar los antónimos de las sensaciones que llegan a mí cuando intento bailarlo.

Arpegios flamencos de una vieja guitarra de cedro siguen la sombra que escurre sobre el camino una motocicleta a 160 kilómetros por hora. Faena taurina para cortar orejas y rabo. Estúpido juego dadaísta donde decapitamos dioses egipcios.

También me conmueves. El cesto de la ropa sucia está por desbordarse y tú vistes un atuendo tan elegante como para una junta con gerentes. Ante un comedor repleto de caras estiradas, disertas sobre pedagogía y maternidad joven. Eres apasionada, convincente. Eres hermosa, y coqueta. Me derrites.

Y luego me enfadas. Me hierve la sangre ver cómo hablas con el Ejecutivo Cuenta Clave No. 645-97 (modelo 1983, descontinuado).

—Estoy escribiendo el guion para un cortometraje sobre una enorme fiesta en el bosque. Muchísimos invitados. Desconocidos entre ellos. En medio de la penumbra hay música agradable. De pronto vemos la espalda de una mujer. Un vestido de noche, color rojo. Cabello castaño, suelto. Piel apiñonada.

No lo había notado, te hiciste trenzas. Contra tu voluntad, siempre quise que hicieras trenzas con tu cabello ondulado, bermejo. Pero nunca te ha gustado.

—Y luego aparece este tipo, un hombre con rostro iracundo. Chaqueta de cuero. Jeans deslavados. Playera rota. Zapatos llenos de lodo. Todo el equipo, ¿sabes? –te pregunta.

Sonríes, restriegas la colilla de cigarro en el cenicero sin dejar de prestar atención. Con su índice, el maniquí toca de modo juguetón tu nariz de bolita.

Adivino en esos ojos mediterráneos que es temporada de caza.

—Él da unos pasos hacia ella. La toma por detrás. Tapa sus ojos con delicadeza, sin que oponga resistencia la mujer, todo como en un comercial de perfume elegante. Quietud expectante pese al lío en torno a ellos. Respira el protagonista, acerca sus labios y dice: llegué, te encontré. Ella voltea. Se congela. No lo sabe, no lo entiende, ¡no lo dice!, pero intuye que juntos rasgarán la eternidad.

Silencio. Frío, tengo frío.

—¿Crees en las almas gemelas, Gema? Aunque me dejastes ahogado en el mar, acuéstate en la tierra de la realidad de tu sueño. Manos me recuerdo solamente a ti te odio, yo ya me voyyy. In denial. Who will clean up all this ravenous debris.

Frío, más frío… Aguanieve, aguamiel, aguachile. A continuación atropellas al hablar sobre grandes proyectos de los que ya no compartías conmigo, y con ese entusiasmo que no escuchaba en meses. Buenas intenciones. Sin miedo, ni vértigo, muy poca ansiedad. Me contagia tu buen humor y me domina la esperanza de que las cosas pueden mejorar. Es ahí cuando comprendo que no todo es morir o matar, como me explicaste cuando te conocí. Jajaja. ¡Qué pretenciosa eras!

Lo contrario a morir no es la vida, no es revivir, ni reencarnar. Lo contrario a morir es nacer (dar vida). Pero intenté quemar la ecografía de las ocho semanas. No pude hacerlo, sólo la escondí para que luego hicieras con ella un tétrico cartel con el que recargaste toda culpa en mí por defenestrar nuestro futuro.

¿Y qué quedará de nosotros? ¿Quién nos recordará? No lo sé. Quizá nadie.

Quizá sólo nos queda vivir lo que resta. Habrá que vivir. ¡Vi-vir! Hacer planes. Perder el tiempo. Esperar. Arriesgar. Seguir. Pausar. Bajar la guardia. Dar pasos en falso. No temer a la muerte. Que no nos paralice. Que no nos impresione. Que no apeste nuestras vidas.

¡VIVIR!

La muerte no necesariamente debe ser una degradación, ni la vida tiene que llevarse como un lento morir. La fiesta aún no concluye y al final alguien debe lavar los platos. «La vida misma es triste y solemne –te leí este párrafo de El mundo de Sofía–. Entramos en un mundo maravilloso, nos conocemos, nos saludamos y caminamos juntos un ratito. Luego desaparecemos tan de repente y tan sin razón como llegamos». Lagartijas, machetes, huesos, colmillos de monstruos, retratos, alimento seco, ídolos negros, incienso, veladoras. El altar de tu madre. Yoruba y alebrijes.

En mera abundancia de los frutos del esplendor de la vida, ¿a otro aparte de mí se le ha marchitado el alma? ¿Acaso alguien ha muerto de sed sumergido en el néctar nutritivo que es su propia existencia? Ya lo sééé… Pero a mi corazón cómo diablos se lo hago entender… Ya lo sééé… Que aunque tú no me quieras yo siempre te recordarééé…

—No me despiertes –me pediste, ¿en este mundo o en el otro?–. Si esto es un sueño, no me despiertes. Pero si no lo es, guárdatelo. No quiero saberlo.

Y por eso tomé mi grabadora y lo guardé. Grabé tu nombre en mi escritorio. Lo tallé sobre un árbol del Parque Tezozomoc. Dejé un grafiti en una pared de la vieja tabacalera: 20 de diciembre de 2014. Releo en el vaho de una ventana imaginaria: «Uno siempre está intentando que las cosas salgan perfectas en el arte, porque conseguirlo en la vida es realmente difícil». Reconozco la cita. Puedo recordar incluso el minuto exacto de la película. Una nota que mi yo de aquel mundo dejó para los «yos» que volvemos de vez en cuando.

Pienso encontrar esto en el futuro, y deseo que aquel asunto haya quedado en el pasado. Ojalá sigamos juntos… Para acercarnos poco a poquito a un pacto que desafíe lo comercial y al espectáculo de las poses. No como Fando y Lis, ni como Rachael y Deckard, mucho menos como Cronauer y Trinh. Acaso un pacto efímero pero con estilo, trascendencia sin consecuencias aturdidoras. Una pasión intentando ahuyentar la rutina. Je. ¡Qué ingenuidad!

Acaso porque todo fue culpa mía, dejo una nueva anotación:

Pide perdón por matar en Gema el amor que sentía por ti, por despilfarrar la intensidad con la que te amaba. Por ser un estúpido y llevar su compromiso a ese estado zombie del que tanto te advirtió. Por no corresponder a su lealtad y engañarla.

Un mural de ojos se desvanece en una cortinilla que da paso al tirabuzón del insomnio, madriguera de espejismos. Madrigal, música de madrugada, mirador en medio de la oscuridad.

Muevo una mano. Ciego, te busco.

Giro en la cama. Ya no estás aquí.

Para M.