The Office: El espejo perfecto
4 de agosto 2022.
Por Juan Cárdenas.
The Office pertenece a esas series tan exitosas que siguen siendo vistas y repetidas incansablemente, sobre todo ahora, gracias a los sistemas de televisión por internet disponibles. Diálogos concretos, exactos, perfectamente atribuidos a cada personaje (y éstos tan bien definidos), cortos y salvajes, en extremo salvajes. La sociedad de clase media y baja fue retratada perfectamente. Pronto todo espectador estaba comparando a los personajes con compañeros de sus propios universos. Los memes son infinitos y perpetuos.
Además, The Office supo identificar cómo esa oleada de reparación ética global, representada por movimientos sociales en favor de injusticias raciales, económicas, de género, entre otras, tenía su representación y escenario ideal en las recónditas, monótonas oficinas. Todo lo indebidamente dicho se ha dicho ahí: entre pasillos y escritorios, en cuartos de café, en cocinetas y estacionamientos. Todo lo incorrecto y básicamente estereotipado tiene en esas oficinas la seguridad absoluta para extenderse, explayarse, prosperar. Quienes las viven lo saben, quienes lo han experimentado a cualquier nivel, también.
Incluso hoy en día, en cualquier capítulo, las alertas saltan una tras otra de forma escandalosa, pero en lo profundo sabemos que estamos lejos de verlas como algo extinto; por el contrario, presenciamos en la comedia una atmósfera tradicional, perfecta, que lleva décadas de subsistencia y lucha por mantenerse así. Sexismo. Racismo. Menosprecio. Falsa superioridad. Resentimiento. Abuso de poder, abuso de posición, abuso de los altos mandos, abuso de los empleados, abuso de recursos, abuso del sistema, abuso de las leyes. Etcétera.
Esta serie muestra un lado de la sociedad no siempre romantizado: el sentido de propiedad y de orgullo. Los personajes se dividen en aquellos que representan a la oficina con orgullo, como su segunda casa, como su familia, y dan la vida por ella, y por otro lado, quienes están atrapados por la falta de opciones y no tienen recursos para salir de ahí, quienes dan lo menos posible por ese proyecto, se desprenden y se desligan a la menor oportunidad. Ese conjunto, esa oposición entre pasión y compromiso, deviene en un caos natural y evidente.
La serie original, creada por los genios británicos Ricky Gervais y Stephen Merchant, se estrenó en la BBC en 2001. En total, doce países produjeron versiones locales. La Job, La ofis, Kanci, Le bureau, Stromberg fueron algunos de los títulos. En Estados Unidos se lanzó en 2005 y se trató de la versión más exitosa, con nueve temporadas hasta 2013. Para Steve Carrell, la serie implicó quizá el impulso más grande en su carrera, y le abrió las puertas para películas importantes.
The Office consiste en un excelente ejercicio para recordarnos el campo de batalla que es una oficina regular, común y corriente, café crema, gris, sucia, encerrada. En países como México, donde reírse de uno mismo representa un deporte de alto nivel, la sociedad ha encontrado estereotipos y símbolos para tomarlo por el lado amable, para reír en vez de llorar. Gutierritos hace mucho tiempo, Godínez hoy en día, el concepto es el mismo. Las exageraciones dejan de serlo al enfrentarse a las injusticias laborales persistentes, que demandan sacrificio y resiliencia de los niveles más bajos, a alcances críticos. Hoy en día, la burocracia resulta un círculo vicioso, uno de los cánceres más letales en incontables infraestructuras alrededor del mundo.
¿Cómo reírse o por qué? Por qué no es la respuesta que la literatura y el arte han dejado en la historia. Grandes escritores como Kafka, Dickens, Melville o Saramago lo han plasmado (como puedes leer en el artículo “Saludos cordiales. Oficinistas en la literatura”, también en este número); otros ejemplos nos recuerdan lo versátil y vasto del universo godín.
The Restaurant at the End of the Universe, de Douglas Adams, aunque no tan buena como The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy, resulta igual de absurda y cruda. Esta novela plantea que todo un planeta finge el fin del mundo sólo para deshacerse de los managers y coordinadores. ¿Una conspiración global únicamente para eliminar a ciertos elementos y hacer que abandonen el planeta?, ¿dónde firmo? He ahí una iniciativa que podría unir al mundo, y es que muchos países compiten por la peor o la más ridícula burocracia.
En Discworld, de Terry Pratchett, el infierno consiste en una oficina de inagotables trámites, donde las almas condenadas pasarán la eternidad sufriendo la incapacidad burocrática y el papeleo interminable. ¿Pueden imaginar algo peor? ¿Quién no ha estado un martes cualquiera a las 11:00 de la mañana sentado contra una pared, hipnotizado por una televisión de 1989, viendo programas de concursos, sólo esperando ser el siguiente en la fila para presentar 74 documentos con la zozobra de que nos pidan un ciento más y la siguiente cita sea dentro de cuatro meses, para, además, ser informados de todo esto de mala gana y con muecas de inconformidad?
Henos aquí, predispuestos a confrontar la más totalitaria ilógica imaginable y demostrar de nueva cuenta que el sentido común es una leyenda urbana.
Ferrett Steinmetz describe a Paul Tsabo, su personaje principal en Flex, como:
El burocromante obsesionado, quien ha convertido el papeleo en una bestia mágica que puede reescribir contratos de alquiler, conjurar coches alquilados de la nada, localizar a cualquiera que haya rellenado un formulario. Pero cuando toda su magia formulada no puede salvar a su hija quemada, Paul debe ingresar al peligroso mundo de los distribuidores de Flex para curarla. Excepto que nunca había hecho esto, y el castigo por preparar Flex es el servicio militar obligatorio y una limpieza total del cerebro.
Esta obra se torna una pesadilla burocrática, oscura y triste, muy diferente del ánimo humorístico del que hablamos antes. En general, Steinmetz es un autor que imagina acciones mundanas convertidas en magia poderosa y extravagante. En sus novelas, las obsesiones se convierten en peligrosas artes sobrenaturales, y así como hay burocromante, hay videogamemancers, origamimancers y culinomancers.
De forma similar, el inglés Charles Stross juega con el poder oculto y magnánimo que puede representar el mundo burócrata. Este autor experimenta con otros géneros muy del gusto del público británico, como las novelas de espías, el horror de Lovecraft o la magia y la ciencia ficción, en su serie The Laundry Files. En estos libros, el protagonista, Bob Howard, pelea contra las fuerzas ocultas que amenazan a Gran Bretaña en el campo de las regulaciones del sector
público, en lugar de combates físicos en castillos o tiroteos en edificios de supervillanos.
Un ejemplo más viene de la joven autora Natasha Pulley, cuya novela The Watchmaker of Filgree Street ganó un Premio Betty Trask. Ésta describe la vida humilde de Thaniel Steepleton en la también entrelazada y vasta burocracia del Londres victoriano. Pulley demuestra cómo algo sencillo puede cambiar y otorgarle una importancia colosal a la vida del más sencillo burócrata. Y es que Thaniel de pronto tiene poder. Su trabajo insignificante como telegrafista en el Ministerio del Interior le da al personaje información única que puede salvar a la nación. Thaniel se convierte en un héroe en potencia. La escritora captura perfectamente esa historia del desconocido e invisible personaje en la oficina, que se transforma en la persona más importante del país de un momento a otro, a quien todos quieren contactar y tener en su equipo.
Estos y muchos ejemplos más se asemejan al fenómeno de The Office. Situaciones ordinarias, conocidas por todos nosotros, inmediatas, así como circunstancias que vemos en la cotidianidad, seamos o no Godínez (creamos que lo somos o no). Nos reflejamos en estas historias. Nos vemos en esos personajes. Identificamos a nuestras familias, amigos, vida y mundo. Y es que, en el fondo, en toda economía y durante toda la historia, ¿quién no tiene un godín dentro de sí, listo para salir cuando se vuelve necesario? +