Se fue el editor de las ideas: Daniel Divinsky, el hombre que ayudó a nacer a Mafalda

Se fue el editor de las ideas: Daniel Divinsky, el hombre que ayudó a nacer a Mafalda

El mundo editorial ha perdido a una de sus figuras más entrañables y valientes. Daniel Divinsky, el editor que convirtió a Mafalda en una voz universal y que acompañó a generaciones de lectores desde las trincheras de la palabra impresa, falleció este 1 de agosto a los 91 años.

Dueño de una lucidez sin estridencias y de una ternura que sabía convivir con la ironía, Divinsky no solo publicó libros: los cuidó, los defendió y les dio alas. Como si supiera que la libertad —en los países, en las personas y en las páginas— no es un lujo, sino una urgencia.

Abogado de formación, ingresó al mundo editorial en los años 60 al fundar, junto a Ana María “Kuki” Kweitel, el sello Ediciones de la Flor. Desde esa pequeña gran trinchera, publicó a autores que incomodaban, que interrogaban, que respiraban. Entre ellos: Rodolfo Walsh, Julio Cortázar, Umberto Eco, Carlos Monsiváis. Y, claro, Quino.

Fue Divinsky quien vio en una niña preguntona, insolente y dulce —la inolvidable Mafalda— algo más que una tira cómica. Publicó su primer libro recopilatorio en 1970: se agotó en dos días. Lo demás es historia. Historia de papel, de humor y de crítica social que cruzó fronteras, idiomas y generaciones. Gracias a Divinsky, Mafalda no fue solo argentina, fue latinoamericana, fue universal.

Pero editar libros incómodos durante tiempos oscuros tiene su precio. En 1977, durante la dictadura militar, Divinsky fue encarcelado y obligado a exiliarse en Venezuela. Aun lejos de su tierra, nunca dejó de ser editor. Desde el exilio continuó su labor con la misma obstinación silenciosa de quienes saben que los libros también salvan.

Volvió a Argentina con la democracia, como quien regresa a un lugar prometido, y siguió publicando con la misma pasión de siempre. Más que un editor, fue un cómplice de la imaginación, un amigo de la duda, un custodio de la palabra libre.

Hoy se va uno de esos hombres que, sin alzar la voz, cambiaron el curso de muchas otras. Se va el editor que entendió que los libros pueden ser refugio, espejo y semilla. El que hizo posible que una niña de papel nos preguntara qué mundo estamos heredando. El que defendió con hechos que editar también es resistir.

Mafalda lo llora. Y lo lloran también quienes alguna vez se asomaron al mundo con un libro entre las manos y un deseo urgente de entenderlo. Gracias, Daniel, por enseñarnos que a veces, el gesto más revolucionario es publicar.