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Las palabras del poder y las burradas en el uso del lenguaje

Las palabras del poder y las burradas en el uso del lenguaje

18 de mayo de 2021

José Luis Trueba Lara

Juan Domingo Argüelles pertenece a una rara especie de lexicógrafos: los cazadores de burradas. En su nuevo diccionario se contenta con mostrar dos carretadas y media de horrores, pues cada ¡No valga la redundancia! No uno le merece una explicación en la cual no se tienta el alma para el choteo y la crítica a quienes los cometen. Hace unos días conversé con él, y esto fue lo que me contó mi lexicógrafo de confianza sobre una de las locuras que hoy nos aquejan.

El lenguaje lo transforma el uso del común, el de la mayoría de las personas que lo hablan y lo emplean. Por esta razón, el español, como todos los idiomas, está construido con la participación de propios y extraños a lo largo de toda su historia. Al principio, no contaba con todas las normas que hoy tenemos y estaba lleno de redundancias; sin embargo, poco a poco se fue transformando gracias a los cambios que se introdujeron y lo perfeccionaron. No obstante, cuando digo “lo perfeccionaron”, no estoy afirmando que se debe convertir en algo estático o que ya no pueda ni deba incluir una nueva palabra o una modificación que puede nacer del habla común. Un ejemplo de esto es el uso que le damos a la palabra abusado; mientras en otros países y otras regiones esta voz se refiere a la persona que fue violentada, en México la usamos para señalar a alguien listo, y esto se debe a la deformación de la voz aguzado que se transformó en abusado. ¿Qué quiero decir? Algo simple: cuando los barbarismos son usados por el común de la gente, pasan a nuestra lengua y se admiten como válidos.

Este hecho implica algo muy importante: no podemos crear un idioma a partir de lo ideológico o lo político y tampoco podemos hacerlo desde los grupos de poder económico, social o académico. No olvidemos —como bien lo dice Gabriel Zaid— que los poderosos casi siempre enfatizan lo que conceden. Justo por esto, desde los tiempos de Vicente Fox, comenzó un desdoblamiento del idioma con un único fin: quedar bien. Los chiquillos y las chiquillas; las licenciadas y los licenciados, y las ciudadanas y los ciudadanos se convirtieron en una manifestación del poder que no se atrevía a decir “las ladronas y los ladrones”. Esto no era admisible, pues desde el punto de vista político, las mujeres sólo están presentes para lo bueno y lo reivindicable.

Éste es un uso político, un uso ideológico. Me parece que el lenguaje de duplicaciones y desdoblamientos —al que se le llama incluyente— obviamente surge por causa de la reivindicación de las mujeres, pero estos problemas no se resuelven descomponiendo el idioma. Muchos políticos machines se lucen diciendo “los y las” o cosas tan espeluznantes como “guerrerenses y guerrerensas”, pero llegando a su casa matan a su esposa de un batazo. Todos fingen ser incluyentes, pero el idioma inclusivo e incluyente en realidad es exclusivo y excluyente, porque el común de las personas no habla así. Incluso, cuando uno lee los libros de las feministas que quieren ser comprendidas por el común —como ocurre con los de Sara Sefchovich, por sólo mencionar un ejemplo que sin duda puede multiplicarse— en ninguna de sus páginas se escribe con desdoblamientos.

Esto nos revela algo. Las formas de hablar o de escribir tienen un principio básico: darnos a entender y que los demás sepan lo que queremos decir. Si yo me encuentro con un amigo que tiene tres hijos jamás le preguntaría “¿cómo está tu hija y tus hijos” en aras de ser incluyente, simplemente le digo “¿cómo están tus hijos?” y con eso queda claro que me refiero a todos. En el habla común y en lo que el común entiende sobran los desdoblamientos que poco o nada mejoran el idioma, pues la comunicación sólo se vuelve más complicada y se tropieza con lo políticamente correcto.

En realidad, este lenguaje sólo es utilizado por algunos estancos de poder y obviamente pasará a la historia de la lengua como un asunto anecdótico en tanto no sea utilizado por el común y terminemos diciendo “por todes nosotres” o “por todxs nostrxs” o “por tod@s nosotr@s”, algo que parece bastante difícil, pues la x es consonante y la arroba no tiene sonido. La situación es muy clara: es necesario resolver los problemas que enfrentan las mujeres, pero eso no se va a lograr echando a perder el idioma. El idioma tiene una lógica que está más allá de estos problemas. Y exactamente lo mismo sucede con la corrección política que, en aras de no ofender por decir la verdad, inventa fórmulas extrañas. Me entero de que yo pertenezco a la tercera edad y que no soy un viejo, lo cual es una mentira: yo soy viejo y me siento muy contento de serlo. Lo mismo ocurre con los ciegos a los que debemos decirles invidentes —una palabra muy rara— o débiles visuales, algo que no son. Yo soy débil visual en medida que uso lentes, pero no soy ciego en tanto veo.

El lenguaje del poder es extraño; supone que, si cambian las palabras, de manera automática se transforma la realidad. +

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