Cuando conocí a Oliverio Girondo
24 de enero de 2022
Era un día normal —tan normal como puede ser posible para una estudiante de 15 años—, a las siete de la mañana tenía clase con el profesor colombiano Álvaro Lerzundi, que cuando no recitaba poemas bailaba guaguancó con el estilo propio de quien goza la vida, recuerdo a la perfección su peculiar y sonora risa, me encantaba escucharlo declamar, era todo un espectáculo. Impartía el Taller de Lectura, Redacción e Iniciación a la Investigación Documental I, TLRIID para los cuates, una clase en particular, nos presentó Espantapájaros, una de las obras más conocidas del poeta Oliverio Girondo, hoy se cumplen 55 años de su partida. Sin aviso alguno, el profesor se paró en medio del salón e inició: “Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo”, en ese momento la expresión de todos fue de sorpresa y desconcierto, pero él siguió: “un cutis de durazno o de papel de lija”. Breve pausa que solo provocó interés. “Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida”. Se escucharon algunas risas, pero él continuo: “Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias;”. En este punto, puedo asegurar que el silencio permitía escuchar los latidos de nuestros corazones, era tanta pasión desbordada que nos paralizó, él elevó el volumen de su voz: “¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!”. Se detuvo y preguntó: “¿A qué se refiere el poeta con volar? —alguien dijo: “A hacer el amor”. Pero el profesor no se detuvo—. Reflexionen un momento, mientras escuchan el resto del poema”. Entonces un compañero leyó el final, ya sin el espectáculo del profesor, el poema nos hizo dividir en dos partes más o menos equilibradas, y concluimos que fue un poeta innovador y la otra perspectiva, la del feminismo nos aterrorizó.
Si no conocen el poema completo, aquí lo dejo (pueden brincarse el primer párrafo):
Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa! ¡María Luisa!”… y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera…, aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes, la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.
Mientras que el debate feminista nos lleva a horrorizarnos ¿por qué alguien se atreve a comparar a una mujer con una vaca? O bien, a esperar que volando las mujeres realicen tantas tareas de servicio, sus quehaceres, como el poeta les llama. En mi opinión, es una descripción para identificar a nuestra media naranja, esa persona con la que nos sentimos bien y volamos, fuera de la comparación con animales, que no me agrada, pero creo que se refiere a aquellas personas con las que no tenemos química. Lo sé, un poco romántica mi conclusión, sin embargo, en ningún lado está escrito que las mujeres no pueden buscar un hombre que sepa volar. Al final, la poesía es expresión, es arte, es discusión, por supuesto, es vida. +