
La felicidad y sus escombros

Fernando Sanabrais
Los hombres más sanos, más hermosos y mejor proporcionados
son quienes están de acuerdo
con todo. En cuanto se padece un defecto se
tiene una opinión propia.
Georg Christoph Lichtenberg
Convertida en principio absoluto, la felicidad no deja de ser una inquietante anomalía. Proclamar un día mundial en su honor no hace sino acentuar su singularidad. Se ha dicho demasiado sobre ella, pero, como en el amor, nadie podría definirla con precisión. El consenso se vuelve entonces imposible. Se persigue con devoción, se ostenta con torpeza y se disuelve con facilidad. En ese sentido, la felicidad podría ser cualquier cosa: desde los pensamientos más puros hasta las patologías más desconcertantes.
¿Quién posee la verdad, el amor o la felicidad? ¿Podríamos, acaso, diagnosticar la dicha de un individuo con un simple análisis de sangre o una radiografía? Es precisamente en esa paradoja donde se esconde la promesa— a menudo impostada— de una felicidad que otros pretenden ofrecernos.
Dicha felicidad requiere detractores. Todo principio, incluida la felicidad, demanda ser cuestionado y, por ello, requiere opositores que afiancen su significado mediante el análisis crítico de sus fundamentos. No basta con aceptar sus preámbulos y estatutos. Quizá por eso, algunos autores han dedicado parte de sus reflexiones a desentrañar la idea de felicidad, a cuestionar su carácter absoluto, su mandato y su naturaleza ilusoria.
- El culto a la positividad: Byung-Chul Han
En nuestros días, se han erigido diversos rituales para alcanzar la dicha; se han instaurado múltiples cultos y prácticas que pretenden encarnar el ser feliz. Las redes sociales se han convertido en el escenario ideal para proclamar que la felicidad puede ser un estado permanente, un mandato de sonrisas constantes que intenta transformar la existencia en un continuo desfile de positividad. Para ello, Byung-Chul Han, en El espíritu de la esperanza nos recuerda que:
Según la psicología positiva, cada uno es el único responsable de su propia felicidad. El culto a la positividad hace que las personas a las que les va mal se culpen a sí mismas, en lugar de responsabilizar de su sufrimiento a la sociedad […]. Cada uno se ocupa exclusivamente de sí mismo, de su felicidad, de su propio bienestar. A diferencia del pensamiento positivo, la esperanza no le da la espalda a las negatividades de la vida.
2. Alegría empaquetada: Guillermo Fadanelli
Para Guillermo Fadanelli, la literatura no es un bálsamo, sino una herramienta para distribuir el sufrimiento, como también lo señaló Doctorow. No busca edificar ilusiones, sino revelar un enfoque más profundo:
Insisto en que la infelicidad, siempre que no se torne insoportable o paralizante, puede llegar a ser acogida, pues la considero uno de los orígenes del pensamiento profundo y del sentimiento de pertenencia: un hogar donde la felicidad se nos concede a cuentagotas o en breves y milagrosos lapsos.
Para Fadanelli, el ser humano es, en sí mismo, una enfermedad, y desconfía de los recetarios de felicidad tanto como de los manuales de autoayuda que ofrecen alegría prefabricada:
El ser humano es, en esencia, una enfermedad incurable, y cualquier diagnóstico sobre él es, en el mejor de los casos, una aproximación.
En Desorden. Crítica de la dispersión pura, Fadanelli sugiere que la infelicidad es también un motor de reflexión y que el desorden puede ser una forma de resistencia:
Me atrae la idea de un desorden que ayude a vivir mejor de manera general. […] Me convence la dispersión como una manera de inventar-habitar el mundo, tanto como una forma de supervivencia y estímulo de la libertad individual (y, por lo tanto, comunal): vivir sin ser molestados…
3. El padecimiento de la felicidad: Arthur Schopenhauer
Arthur Schopenhauer desmantela la idea de la felicidad como un destino alcanzable. La existencia, según él, oscila entre el deseo, el dolor y el hastío:
Sufrimos al no tener lo que deseamos, y si lo obtenemos, nos aburre de inmediato; nuestra existencia oscila entre el deseo, el dolor y el tedio.
Para el filósofo alemán, la soledad es la única fuente de paz, y sugiere que debemos aprender a cultivarla desde la juventud:
El joven debe, desde temprana edad, aprender a estar solo, ya que ello es fuente de felicidad y de paz mental.
En El arte de ser feliz, añade:
No hay que entregarse a grandes júbilos ni a grandes lamentos ante ningún suceso, porque la variabilidad de todas las cosas puede modificarlo por completo en cualquier momento; en cambio, disfrutar en todo momento el presente lo más alegremente posible: esta es la sabiduría de la vida.
4. El horror de la felicidad: Emil Cioran
Pero lejos de ser un abismo sin retorno, para Cioran, el pesimismo también puede revelar una inesperada vitalidad:
Cuanto más leo a los pesimitas, más amo la vida.
En Adiós a la filosofía y otros textos, Cioran expone la oscilación perpetua entre felicidad y horror:
No se puede eludir la existencia con explicaciones, no se puede sino soportarla, amarla u odiarla… en esa alternancia de felicidad y horror que expresa el ritmo mismo del ser.
5. Sufrimiento como esencia del mundo: Michel Houellebecq
Houellebecq lleva la desesperanza un paso más allá y plantea que el sufrimiento es el núcleo de toda existencia:
El mundo es un sufrimiento desplegado. En su origen, hay un nudo de sufrimiento. Toda existencia es una expansión, y un aplastamiento. Todas las cosas sufren, hasta que son. La nada vibra de dolor, hasta que llega al ser: en un abyecto paroxismo.
Hay algo muerto en el fondo de mí,/ Una vaga necrosis una ausencia de alegría/ Transporto conmigo una parcela de invierno, / En mitad de París vivo como en el desierto.
En Configuración de la última orilla sentencia:
Cuando muere lo más puro/ Cualquier gozo se invalida/ Queda el pecho como hueco,/ Y hay sombras por donde mires.
Basta con unos segundos/ Para eliminar un mundo.
La felicidad, desde estas perspectivas, parece menos un destino que un síntoma: a veces del delirio, a veces del desconocimiento, y otras, del anhelo. Seguirá existiendo esa felicidad prefabricada, empaquetada en cápsulas de autoayuda y filtrada en las pantallas como un mandato inapelable. Pero también quedan la reflexión, el análisis, el cuestionamiento.
Así, la felicidad se nos revela como el desafío de un ser fracturado, que en su paradoja más íntima nos empuja a escudriñar nuestros anhelos, deseos y desencantos. ¿No es, al fin y al cabo, esta búsqueda un reflejo crudo y sincero de nuestra propia naturaleza?
Y, en todo caso, si la felicidad existe, que nos tome por sorpresa.