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Cash, el narrador

Cash, el narrador

21 de febrero de 2022

Hilario Peña

Todos tenemos un pasado oscuro. Yo solía ser un esnob de la música country. Presumía mis discos de Waylon Jennings, Merle Haggard y Hank Williams a la menor provocación, discografía que ya no vale nada, porque fue adquirida cuando el cedé era la onda y ahora, si no escuchas puro vinil, tu membresía al club de los hipsters es cancelada inmediatamente.

Ese pasado no es algo que me enorgullezca. Era el típico mamador que padecía chorro cuando alguien se declaraba fan de Johnny Cash y sólo conocía su concierto en la prisión de Folsom y, por supuesto, su versión de “Hurt”, la balada de Nine Inch Nails.

Se me ha quitado un poco lo esnob, pero sigo pensando que es una lástima que ese cover no haya servido como invitación para adentrarse en una discografía fascinante en lo musical, pero, sobre todo, rica en historias. Y es que el Hombre de Negro era un narrador nato. En el 72 escribió una película sobre la vida de Jesucristo, y en 1986 publicó una novela histórica acerca de la conversión del apóstol san Pablo de Tarso.

Su erudición bíblica no le impedía seguir cantando acerca de criminales. Billy Graham, el predicador cristiano más famoso de su tiempo, fue quien le aconsejó continuar interpretando temas que chorreaban sangre. Gracias a esto, tanto los salvados como los pecadores se encuentran bien representados en la música del nacido en Kingsland, Arkansas.

Todos saben que el narrador de “Folsom Prison Blues” asesinó a un hombre en Reno sólo por el placer de verlo morir, ¿pero qué me dicen de las canciones menos sangrientas? No todo en el Hombre de Negro era crimen y espiritualidad. Cash también poseía una enorme capacidad para burlarse de sí mismo y de su imagen de tipo duro. Una muestra de ello es “Starkville City Jail”, cuya anécdota ocurrió en la vida real. Todo empezó cuando, después de un concierto, como a las dos de la mañana, Johnny se dirigía a la tienda a comprar cigarros. Se detuvo en el parque municipal para recoger dientes de león. Debido a que esa noche había toque de queda, un policía se le acercó:

—¿Qué haces, Florecita?

Cash musitó, con la voz entrecortada:

—Sólo recojo margaritas, señor.

Uno de los últimos versos de la canción va así:

A las 8:00 a. m. me dejaron ir y grité:
“¡Regrésenme mis cosas!”.
Me dieron una mueca burlesca, mi púa y… mis florecitas.

Otro ejemplo del humor desplegado por Cash es “One Piece at a Time”. Este tema está protagonizado por un obrero en la línea de ensamble de la General Motors. El empleado sueña con ser dueño de un Cadillac, pero no tiene dinero para comprarlo, por lo que idea un plan: llevar a cabo un robo hormiga dentro de la empresa. Sacar su ansiado Cadillac, pieza por pieza, todos los días, dentro de su lonchera.

Todo le sale a pedir de boca hasta el día en que se dispone a armar su coche nuevo. La transmisión es del 53 y el motor del 73. Luego de muchas chicanadas, el protagonista logra armar un carro Frankenstein. “Lo construí una pieza a la vez, ¡y no me costó ni diez centavos!”, nuestro héroe festeja en el coro de la rola.

Como dato curioso, en esta canción aparece por vez primera el término psychobilly, que las bandas que fusionan el punk con el rockabilly usan para etiquetar su género musical.

***

“The One on the Right Is on the Left” nos habla de un glorioso conjunto de música folk que interpretaba mejor que ninguno las canciones del llano y la montaña. “El público creyó que la banda llegaría muy lejos, pero las convicciones políticas de sus miembros significaron su ruina”, canta Cash durante el puente que cede lugar al estribillo:

Resulta que el integrante parado a la derecha del escenario era de izquierda;
el músico ubicado en el medio era de derecha;
el de la izquierda era de centro, y el del fondo era… metodista.

La banda se fue de gira por todo el país, interpretando los temas del llano y la montaña con gran virtuosismo, pero sus miembros se tomaban sus posturas políticas tan en serio que una noche se suscitó una batalla campal arriba del escenario —todo esto está en la letra de la canción, por cierto—. El estribillo regresa de la siguiente forma:

El integrante de la derecha terminó abajo de la trifulca;
el de en medio, arriba; el de la izquierda, con un brazo roto,
y el del fondo suspiró: “Ay no”.

Luego de meter tantos jugosos detalles en su canción, Johnny se atreve incluso a lanzarnos una moraleja:

Que esto sirva de lección,
si planean iniciar una banda de folk.
No vayan a andar mezclando la política
con las canciones de la llanura y la montaña.

En su última vuelta, el estribillo regresa de la siguiente manera:

El integrante de la derecha ahora trabaja de cajero en un banco;
el de en medio conduce un camión;
el de la izquierda es pinchadiscos, y el del fondo…
fue enviado a la guerra.

Por último, “A Boy Named Sue” trata de eso: de un chico sin padre que sufre bullying toda su vida por el simple hecho de llamarse Susana. “No lo odio por haberme abandonado —afirma el narrador—, sino por haberme puesto ese maldito nombre antes de irse por los cigarros”.

Me ponía rojo como tomate cuando una chica se reía al escuchar mi nombre,
y si un tipo se carcajeaba le rompía la cabeza.
La vida no es sencilla para un hombre llamado Susana. 

Susana busca por todos los bares y cantinas del Oeste, hasta que da con su progenitor. Lo reconoce por la cicatriz que le cruza la mejilla, presente en una fotografía que tenía su madre.

Me llamo Susana, ¡cómo te va! ¡Ahora vas a morir!
Le propiné un puñetazo en medio de los ojos
y se desplomó, pero, para mi sorpresa,
se puso en pie con un cuchillo y
cortó un pedazo de mi oreja.

Le rompí una silla en los dientes; derribamos la pared,
y terminamos en la calle,
revolcándonos sobre los charcos de lodo, sangre y la cerveza. 

Estoy seguro de que he peleado con sujetos más duros,
aunque no recuerdo cuándo,
ya que pateaba como mula y
mordía como caimán. 

El progenitor se toma un respiro y le habla a su hijo:

Sabía que no estaría ahí para ayudarte
y por eso te di ese nombre y me fui.
Porque sabía que tendrías que volverte duro
y ese nombre te hizo fuerte. 

Padre e hijo hacen las paces. El remate de la anécdota es igual de genial que el resto de la canción y dice así:

Pienso en él de vez en cuando,
cada que intento algo y salgo bien librado.
Y, si algún día tengo un hijo, le pondré
Bill o George o Frank.
¡Cualquier cosa menos Susana!
¡Odio ese nombre! 

De manera invariable, este remate arrancaba carcajadas del público —que solía conformarse por reos en cárceles de máxima seguridad—. Y, bueno, todo esta información sólo es para que sepan que Johnny Cash grabó otros temas musicales, además de covers de Nine Inch Nails.+