El fenómeno sobrenatural de J. K. Rowling y sus Animales fantásticos

El fenómeno sobrenatural de J. K. Rowling y sus Animales fantásticos

El fenómeno sobrenatural de J. K. Rowling y sus Animales fantásticos

Adriana Romero-Nieto

El ideal occidental de la originalidad es una gran falacia. Surgido en el siglo xviii, este concepto ―ahora jurídico― se basa en la muy obsoleta hipótesis de la generación espontánea, a partir de la cual pensadores como Aristóteles, Descartes, Bacon y Newton sostenían que varias formas de vida animal y vegetal surgían de pronto, por acto mágico, a partir de otra materia orgánica o inorgánica. En el mismo sentido, algunos ingenuos todavía defienden que la obra artística germina de la insuflación de una musa, ente espiritual o similar. Nada más lejos de la verdad. “No hay nada nuevo bajo el sol”, dice el proverbio del Libro del Eclesiastés en la Biblia, texto sapiencial.

Como un desafío a este afán cultural, Animales fantásticos y dónde encontrarlos, de J. K. Rowling, cuestiona y reformula la innovación creativa. No hablo, por supuesto, de que la autora británica haya cometido plagio ni de que su inventiva resulte limitada, sino todo lo contrario: me refiero a que su bestiario es la mera puesta en práctica del acto inspirativo y una muestra de su sobrenaturalidad como escritora, en resumen, de ella como su propio fenómeno literario. Como los animales que retrata, las características fantásticas del libro se centran, en primer lugar, en que es en sí mismo un original ejemplo de las estrategias narrativas de mise en abîme y metaficción; en segundo, en que se trata de un homenaje actualizado a la larga tradición histórica de los bestiarios, y en tercero, en que representa la puerta a una nueva disciplina, la ecocrítica.

 Al principio pensado como una adición a la famosa saga y como un elemento narrativo ―pues consiste en la reproducción de un libro escolar empleado en Hogwarts, propiedad de Harry Potter, con notas de éste y sus amigos―, Animales fantásticos surgió como una herramienta ficcionalizada dentro de las novelas infantiles. El resultado tangible se publicó en inglés en 2001 por la editorial canadiense Raincoast Books.

En la ficción, el libro es producto de la autoría del personaje Newt Scamander —cuyo nombre de pila representa la abreviatura de Newton, un guiño transparente al físico, alquimista y matemático inglés antes referido—, un magizoólogo que viajó por el mundo, “desde la jungla más oscura hasta el desierto más deslumbrante” ―afirma en su introducción― para recolectar información sobre las 75 especies mágicas que clasifica en su obra. Así pues, el personaje de Scamander funciona como un alter ego de Rowling. Ella trabajó como secretaria bilingüe para Amnistía Internacional, mientras que la historia del personaje cuenta que él pasó algunos años en trabajos burocráticos de baja importancia, en su caso, en la Oficina de Realojamiento de Elfos Domésticos y luego en la División de Bestias, hasta que fue contratado por la editorial Obscurus Books para escribir su obra, que después se convirtió, al igual que la ya conocida saga del mago, en un best seller.

Resulta evidente que el Animales fantásticos auténtico, aquel que nosotros como lectores podemos comprar en una librería, es un subproducto de aquella obra de Newt, quien, a su vez, es un reflejo de la propia Rowling. Y, si llevamos la estrategia todavía más lejos, a la película homónima dirigida por David Yates, notaremos que ésta se trata de otro paso dentro de la autorreferencialidad, pues si bien se inspira en el libro, su argumento no es un retrato de éste, sino el punto de partida para el guion en manos de la misma Rowling: toda una puesta en marcha de la técnica de la caja china, también conocida como mise en abîme, que André Gide describió como colocar un relato dentro de otro.

Animales fantásticos también nos remite a la estrategia de la metaficción o del borramiento de fronteras en la categoría de autor. Esto la convierte en una obra muy consciente de sí misma, que nos recuerda al personaje de Pierre Menard de Borges en su intento de apropiarse del Quijote. Sólo que, en el caso de Rowling, el espejo interno termina siendo externo y va de la ficción a la realidad tangible en una reduplicación repetida y especiosa: una estrategia compleja que demanda una lectura atenta. Porque, como afirma la teórica Linda Hutcheon, la narrativa metaficcional se centra en la mímesis del proceso y no del producto; es decir, demanda al lector una lectura crítica y activa sobre lo que lee.

No conforme con esto, la autora británica da otro salto duplicativo, esta vez hacia su inspiración en los compendios de animales fabulosos o bestiarios, tan antiguos como la curiosidad e imaginación humanas. Si esbozamos una cronología, el primero del que se tiene noticia es el Physiologus griego, proveniente quizás de Alejandría entre los siglos ii y iv a. C. Éste no sólo incluye la descripción y las ilustraciones de animales, plantas y rocas, sino también de criaturas fantásticas, por ejemplo, el ave fénix, cuya cualidad consiste en resurgir de entre sus cenizas. Esta criatura aparece —junto con otros seres quiméricos como el sátiro, el unicornio y el grifo; así como con especies reales, entre éstas el lobo, la pantera y el leopardo— en el Bestiario de Aberdeen, el más conocido, escrito en latín en la Inglaterra del Medievo. Se trata de una compilación que incorpora bestias tanto del animalario griego como de algunos capítulos del Génesis. El libro medieval añade, también, la etimología de cada animal, pues se inspira, a su vez, en la obra de Isidoro de Sevilla.

La obra de Rowling ―o de Scamander, si persistimos en la mise en abîme― sigue la misma estructura de estos textos antiguos: incluye fichas descriptivas de los animales estudiados y protegidos, junto con algunas ilustraciones, además del origen y significado de sus nombres. En Animales fantásticos aparecen bestias como el bowtruckle, nombre que mezcla la palabra bowl (vivienda) del antiguo escocés y truckle (rama de árbol) del inglés antiguo; este animal es un guardián de los árboles y comedor de insectos. Encontramos también al demiguise, palabra conformada por demi (parcial) y guise (aspecto), que tiene el poder de la invisibilidad; al erumpent, cuyo nombre deriva del vocablo latino ērumpō (estallar o huir), y que se asemeja a un rinoceronte, con la particularidad de que su cuerno tiene la capacidad de explotar. Podemos ver al hipocampo, con cabeza y parte delantera de caballo, pero parte trasera de pez; el mooncalf, animal tímido nacido bajo la influencia de la luna llena; el occamy, una especie de serpiente alada y con patas, cuyos cascarones están hechos de plata; entre otras bestias ya existentes en el imaginario colectivo y provenientes de las antiguas mitologías grecorromana, escandinavas y orientales, como el unicornio, el centauro, el basilisco, el dragón, el trol. 

A través de estos ejemplos resulta innegable la idea de crear un bestiario o una enciclopedia, pero se añaden otros elementos a la descripción de las criaturas: las breves diferencias en la clasificación por índice de peligrosidad, indicaciones de dónde encontrarlas, cómo tratarlas, así como la explicación en el texto introductorio de la diferencia entre una bestia y un ser mágico; estas cualidades le dan al compendio, a la par, la estructura de un texto didáctico.

Precisamente con la intención de educar, el libro de Rowling/Scamander resalta la importancia de la magizoología, disciplina que se ocupa del estudio de las criaturas mágicas y de la que se desprenden subcategorías como la rama de los dragonolistas. Su propósito esencial consiste en el cuidado de estos seres, por medio de la creación de hábitats seguros, el control de la cría y venta, además de su ocultamiento a los muggles (humanos sin cualidades mágicas). Una nueva materia de estudio ficcionalizada cuyo precursor y máximo representante ―según la biografía del protagonista de la precuela― fue el mismo Scamander.

Así, tal vez sin saberlo, J. K. Rowling y su obra aportan reflexiones a la ecocrítica, una disciplina que estudia la representación de la naturaleza en las obras literarias y que borra las fronteras entre las ciencias duras y el arte y las humanidades. En The Ecocriticism Reader: Landmarks in Literary Ecology, de Cheryll Glotfelty y Harold Fromm, el primer libro de su tipo, se compilan varios ensayos de diversas disciplinas sobre el discurso ecológico escritos durante más de veinticinco años. En ellos, además de la ecología y la literatura, confluyen la antropología, la filosofía, la sociología, la psicología y la ética: un verdadero cruce interdisciplinario. Esto se debe a que en la teoría ecocrítica todo se conecta con todo para lograr uno de los objetivos centrales: reforzar la conciencia ecológica.

En este sentido, Animales fantásticos es una obra que se presta de forma ideal al cuestionamiento ecocrítico. En su texto introductorio, Scamander afirma: “Tal vez la medida más importante para ocultar a las criaturas mágicas fue la creación de hábitats seguros. […] Algunas de esas zonas seguras deben mantenerse bajo constante supervisión mágica, por ejemplo, las reservas de dragones”. El magizoólogo aplaude que se hayan establecido multas elevadas para aquellos que trafiquen con huevos y criaturas jóvenes. Además de funcionar como un compendio de taxonomía biológica y un libro de texto, varias afirmaciones del libro confirman la posibilidad de su estudio a partir de la ecocrítica. Si planteamos la pregunta ¿los valores expresados en este relato son consistentes con una sabiduría ecológica? la respuesta, por supuesto, será afirmativa. 

Como sabemos, Animales fantásticos se dirige a un público infantil, pero su complejidad y amplitud fascinan también a los lectores adultos. O más bien, como ocurrió con el camino editorial de Harry Potter, cuyas cualidades narrativas fueron descubiertas por una niña de ocho años, hija de su editor, Alice Newton —otro divertido y menos evidente guiño al nombre de Scamander—, sólo debemos admitir que su intrincada hechura es tal porque los niños resultan siempre más brillantes que los mayores. 

Más que en un ilusorio deseo de originalidad, el libro se inspira primero en tradiciones narrativas antiguas para luego hacer uso de un complejo juego de mise en abîme vinculado con la estética posmodernista, en la cual la realidad se relativiza para alimentar el escepticismo en el lector; un escepticismo que se inscribe en la reciente disciplina de la ecocrítica. No: por fortuna Animales fantásticos no surge de la generación espontánea. Se trata de la convergencia de una serie de inspiraciones históricas y teóricas, un amalgamado brillante y hábil que, más de veinte años después de su publicación, nos confirma que J. K. Rowling es un sobrenatural fenómeno literario, mientras nos recuerda las sabias palabras del profesor Albus Dumbledore: “Draco dormiens nunquam titillandus”, el latín para “nunca le hagas cosquillas a un dragón dormido”. +

Adriana Romero-Nieto es editora, traductora y escritora. Licenciada en literatura latinoamericana por la uia y maestra en edición por la Universidad de Borgoña, Francia. Su trabajo se ha publicado en antologías y en diversos medios nacionales.

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