Papando moscas en la oficina
3 de agosto 2022.
Por Rodrigo Morlesin.
Como ustedes, yo trabajo en una oficina. Una oficina en la que se pasan demasiadas horas y siempre hay trabajo de sobra.
Trabajo rutinario y mecánico.
También, como a ustedes, me gustaría salir de aquí, conocer el mundo, ¡ser libre!
Estoy seguro de que no existe trabajo más aburrido y rutinario que el mío. No importa a lo que se dedique usted, le garantizo que agradecerá el suyo después de que le diga a lo que me dedico.
Soy clasificador de moscas.
O como nos llaman en la oficina: los papadores, porque el trabajo es tan aburrido que termina uno con la boca abierta, comiendo más de lo que clasifica.
Mi trabajo resulta tan aburrido que algunos compañeros se lanzan mutuamente el reto de papar una mosca, y muchos han perdido su empleo por ello.
“¡Estoy que papo moscas!”, decimos cuando el aburrimiento parece absoluto y se nos cierran los ojos y abre la boca de sueño.
Pero no sólo es contarlas, también hay que medirlas, pesarlas, clasificarlas…
Para eso, cada escritorio tiene su báscula, su cinta, su vernier, su colorímetro y su tabla de relación y diferencia entre las especies, así como un altero de fichas foliadas para cada espécimen.
Ah, y un gran cuaderno de contabilidad en el que se lleva un registro detallado de toda esta información en tinta verde y roja.
Verde para valores positivos y roja para negativos.
Cada mosca tiene un valor del uno al nueve, siendo el cinco la calificación perfecta. Ésas van en verde esmeralda. Los tonos de verde-rojizo o rojo-verdoso varían en cada calificación.
Así, una mosca puede ser verde por tamaño, pero no por peso, por coloración, por tamaño de ojos o extensión de alas.
Para el zumbido existe otra clasificación, pero eso lo hacen en otro departamento de la oficina.
Existe una enorme diferencia entre ese departamento y el nuestro. Son absolutamente opuestos: el nuestro, oscuro, frío, cada escritorio con su propia lámpara; el área de ellos, iluminada por los rayos del sol, con las blancas paredes tapizadas de cojines de algodón para que el sonido de cada zumbido no se contamine.
En cuanto a las características del personal, los zumbistas rebosan energía, son sociables y siempre se encuentran de buen humor.
En cambio, nosotros somos solitarios e introvertidos. Estoy seguro de que se debe a la luz solar y a la hermosa vista del bosque y la laguna que tienen desde su oficina.
Mientras que, además de oscuro, el Departamento de Papadores es húmedo y uno nunca sabe si es de día o de noche.
Por eso les digo que sueño con salir y recorrer el mundo; conocer otros sitios; que el sol y el aire fresco entren en mí y me hagan sentir vitalidad y alegría; irme a algún lugar en el que no llueva tanto, para ver si así se me quita esta tos, que me entra por las tardes cuando baja la temperatura.
Antes, mi escritorio estaba en el pasillo catorce, fila diecisiete, pero desde que en la oficina notaron mi tos de la tarde, el supervisor decidió aislarme del resto.
No por cuestiones de salud, sino porque dice que así todos sabían que era la hora de la salida, y la empresa perdía mucho dinero pagando horas extras.
De eso hace ya tres años. Tres años en los que he trabajado solo.
Los especímenes a clasificar me llegan por una compuerta que está en la pared del lado izquierdo. Provienen del Área de Desinfección, en donde reciben un baño para eliminar la tierra y las bacterias que puedan traer. Una sola mosca transporta cientos de bacterias, ¿puede usted creerlo?
En cuanto me llegan las moscas, las mido, las peso, las categorizo y clasifico. Las evalúo, elaboro su ficha individual y anoto todo en el cuaderno de contabilidad.
Ficha y mosca se colocan en una caja de madera, que deposito en la compuerta que está en la pared derecha. De ahí son enviadas a los zumbistas.
Pero en este trabajo no todo es malo: tenemos incentivos laborales, como el récord mensual y anual, que obtienen quienes mes con mes han clasificado una mayor cantidad de moscas.
Una vez recibí el premio mensual, ya que tres compañeros habían enfermado y tuve que cubrir sus labores durante una semana, con sus días y noches.
Ese mes me dieron una hora extra de descanso y pude elegir dos platillos del menú directivo.
Lamentablemente, esos premios no son para gente como yo; siempre los ganan los parientes de los directores o los directores mismos. Sabemos que la entrega de premios está mosqueada y siempre triunfan los mismos. Cuando alguno de los que realmente trabajamos ganamos, es para simular que cualquiera puede hacerlo y así mantener viva la ilusión para que se sigan esforzando.
Don Sepo, mi supervisor, es enérgico y siempre está vigilándonos. Mide con exactitud el tiempo que pasamos en el comedor o el baño.
Lleva un reloj de cadena atado a su chaleco y su frase favorita es “El tiempo es lo que hacemos con él”, con esto nos invita a no desperdiciarlo en banalidades como soñar despiertos.
De verdad quisiera irme lejos…
Recorrer el mundo…
Conocer otras charcas y croar hasta el amanecer…
Pero esa vida no está reservada para sapos como yo.
Seis milímetros… azul turquesa… envergadura de catorce…