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De letras y música

De letras y música

23 de febrero de 2022

Gilberto Díaz

Durante su evolución, el rock ha trascendido de ser un mero fenómeno pop a convertirse en un movimiento musical que gradualmente incorporaría diversas influencias artísticas en su compleja constitución, y la literatura no fue la excepción. A menudo encontramos temas musicales con referencias a novelas y poemas, tal vez por la predisposición de que un fenómeno sociocultural como el rock se fue alimentando de la cultura y la educación de sus intérpretes y aficionados con el paso del tiempo.

Es conocida la influencia de William Blake en la lírica de Jim Morrison, o de Lewis Caroll en la psicodelia de bandas como Jefferson Airplane o incluso The Beatles. Lo mismo podemos decir de la obra de Edgar Allan Poe, que, por un lado, ha inspirado álbumes conceptuales como Tales of Mystery and Imagination de The Alan Parsons Project y por otro, todo un repertorio de bandas de corte gótico como Siouxsie and The Banshees o Nightwish.

También podríamos presumir esto acerca de la obra de J. R. R. Tolkien, que ayudó a darle forma a buena parte del rock progresivo y el metal; impactó en la composición de temas y conceptos detrás de las obras de Camel, Marillion, o bien, en la mística druídica de Led Zeppelin o Blind Guardian. Un caso similar ocurre con George Orwell, cuya novela Rebelión en la granja sería la base para uno de los discos más interesantes y poco apreciados de Pink Floyd: Animals; mientras que la distopía que narra en 1984 se convirtió en el punto de partida del Diamond Dogs de David Bowie y del poco valorado Hail to the Thief de Radiohead.

Y los casos pueden seguir, con referencias a J. D. Salinger, J. G. Ballard, Aldous Huxley, C. S. Lewis, Ernest Hemingway, Emily Brontë, Bret Easton Ellis, Virginia Woolf y muchos otros. Autores y autoras que definieron las letras del siglo   entre guerras mundiales, la Guerra Fría y un mundo al borde del cataclismo nuclear. Pero tal vez el caso más emblemático está directamente relacionado con una de las corrientes literarias más caóticas que haya surgido de Estados Unidos, con ese trío de inadaptados conformado por Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William S. Burroughs.

Los beatniks dejaron su huella en el rock tan pronto como los jóvenes universitarios de Greenwich Village y sus equivalentes en otras urbes encontraron en el jazz y en la poesía de los cafés y los centros de convivencia que frecuentaban esa sustancia que le hacía falta a la estridencia del rhythm and blues de sus años de preparatoria: una lírica marcada por un existencialismo que cuestionaba la frivolidad materialista de aquella sociedad, que vivía (y todavía vive) autoengañada, en una paz tensa que oscilaba entre el egoísmo randiano y el marxismo.

Entonces, los cafés y los bares que frecuentaban estos escritores gradualmente fueron alejándose de los sonidos de la improvisación jazzística, para acercarse en la misma proporción a los sonidos de la declamación y de las rimas improvisadas, del scat, de la denuncia mediante el arte y del arte como instrumento contestatario para escandalizar a las buenas conciencias. Los sonidos de los metales, las percusiones y las cuerdas de bajo golpeadas se apagaron para dar lugar a los arpegios de guitarras acústicas y voces, que proyectaban su poesía multiforme para hablarle a una sociedad ensimismada y conforme.

Las letras tomaron fuerza y un mayor sentido; la música de protesta hacía eco de los derechos civiles, los abusos de la policía, el racismo y la segregación; denunciaba y le daba una voz propia a quien quisiera. Odetta, Mimi Fariña, Judy Collins y Joan Baez cantaban acerca de asuntos trascendentes, mientras los demás callaban y escuchaban. Phil Ochs se burlaba y satirizaba la política en sus canciones, mientras Eric Andersen inspiraba a otros a tomar la guitarra, y un muy joven Robert Allen Zimmerman se alzaba como la voz ante el vacío y el dolor del violento fin de la era Kennedy.

…how many years can a mountain exist before it’s washed to the sea?

De música y letras

Por eso no extraña que, de entre los músicos de la escena folk de Nueva York, algunos sean considerados poetas más que cantautores, que incluso hayan recibido reconocimientos literarios por ello, aunque pocos son los que se han atrevido a incursionar en el mundo de las letras como una extensión de su carrera artística.

Primero tenemos a Leonard Cohen, el más obvio de los ejemplos: un destacado estudiante de letras en la Universidad McGill que no escondía su gusto por Yeats, Layton, Whitman y García Lorca. Durante ese tiempo y hasta antes de iniciar su carrera musical, ya había publicado cinco colecciones de poesía y dos novelas; con la segunda y última de éstas, Beautiful Losers, llegó a ser comparado por la crítica de ese tiempo con el propio James Joyce.

Pero Cohen perdió el gusto por escribir al final de la década de los sesenta. Entonces se mudó a Nueva York, trabajó para Andy Warhol y escribió canciones que interpretaron otros. “Suzanne” fue la llave para este nuevo mundo, donde la música podía acompañar sus versos. En ese tiempo vino el contrato con la disquera: “Cuando Leonard canta sus canciones, entiende que todo el acto de vivir contiene inmensas cantidades de dolor, desesperanza y desesperación, pero también pasión, grandes esperanzas, amor profundo y amor eterno”, así describía la cantante Jennifer Warnes sus composiciones. En 2011, Leonard Cohen recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Patti Smith es otro ejemplo, y tal vez uno de los más prolíficos en cuanto a su desarrollo literario. En 1969, ella llega a vivir en el mítico Hotel Chelsea en Nueva York. Sobrevivía haciendo arte y performance callejero. Ahí se involucró en los círculos de spoken word y en el proyecto de poesía experimental de St. Mark’s Church, donde se dedicó a pintar, escribir e interpretar obras que combinaba con su activismo.

Su ingreso al mundo de la música fue más un vehículo para interpretar sus actos de poesía spoken word, pero la voz de Patti ejercería una estridencia que comenzó con la línea “Jesus died for somebody sins but not mine…”, un extracto de “Oath”, uno de sus primeros poemas, y con el que abre su álbum debut Horses, considerado por muchos como el punto de partida del movimiento punk desde su lado más intelectual. Patti Smith representa uno de los casos en los que fue posible combinar la carrera musical con la literaria; desde 1972 hasta 2019, ha publicado y editado diversas colecciones de sus poemas, así como una antología de William Blake. En 2005, fue reconocida con la Orden de las Artes y las Letras del Ministerio Francés de Cultura, por sus aportaciones a la música y su aprecio por la obra de Arthur Rimbaud.

…the answer, my friend, is blowin’ in the wind.

El caso más destacado y polémico nos regresa a los tiempos de Greenwich Village, a una manifestación en Washington D. C. El 28 de agosto de 1963, Joan Baez y Bob Dylan interpretan “Blowin’ in the Wind”, el himno de la canción de protesta de los sesenta. Ese día, Dylan (Robert Allen Zimmerman) se encontraba en el punto más alto de éxito.

Su camino desde Minnesota comenzó siguiendo los pasos de Woody Guthrie, mientras acompañaba con sus letras toda causa social, injusticia o preocupación interna o externa. Ante dicha manifestación, frente a él estaría su reinvención como músico, artista y figura pública. Dylan crearía una obra lírica única e inclasificable, que fluctúa entre lo folclórico y lo abstracto, la fusión de géneros, el jingle publicitario y la denuncia social. Se trata del único músico en la historia del Premio Nobel de Literatura en ser reconocido con ese honor. Nada más se puede agregar.

Es natural que el desarrollo de la escritura de canciones afine la poesía, que mejore el léxico y que el autor encuentre mejores figuras con las que pueda jugar para expresar sus ideas y mensajes. Es normal que toda la literatura que se consume se vea reflejada en los textos de quien lo hace. En algún momento, las canciones del músico dejan de ser sólo eso, cuando adquieren cierta complejidad, que muchas veces es subestimada por los puristas del texto, que ya olvidaron que el primer símbolo de la poesía es la lira, y que los trovadores antecedieron a la literatura moderna. +