Adelanto de La teoría del amor, de Ali Hazelwood

Adelanto de La teoría del amor, de Ali Hazelwood

PRÓLOGO

A lo largo de mi vida he sentido arrepentimiento, vergüenza y tal vez incluso una pizca de angustia. Pero nada, absolutamente nada, me había preparado para la ignominia de encontrarme en el cubículo de un baño apretujada contra el arrogante hermano mayor del chico con el que llevo seis meses fingiendo tener una relación.

Esto ha sido tocar fondo a un nivel digno de reconocimiento. Sobre todo si tengo en cuenta que, además, Jack Smith me está salvando el pellejo. Cuando me toma por la cintura para moverme por el estrecho espacio con una fuerza que desafía la gravedad, no sé qué es peor: si el hecho de que sus manos sean lo único que impide que me pliegue sobre mí misma como un coletero o la mortificante gratitud que siento hacia él.

—Cálmate, Elsie —me dice contra la piel de la mejilla con un tono seco (algo habitual en él) pero, en cierta manera, tranquilizador. Está cerca. Demasiado cerca. Y yo también estoy cerca. Demasiado cerca. ¿O no lo suficiente? Ay, ese dulce abandono que se siente cuando una está a punto de morir—. Y estate quieta.

—Ya estoy quieta, Jack —digo sin poder estarme quieta.

Pero, al cabo de un segundo, me rindo. Cierro los ojos. Me relajo sobre su pecho. Siento cómo el aroma que desprende me invade las fosas nasales y evita que pierda la cordura. Y me pregunto, de las millones de decisiones absurdas que he tomado a lo largo de la vida, cuál fue la que me llevó a este momento.

 

ONDAS Y PARTÍCULAS

Veinticuatro horas antes

 

Durante toda la secundaria, en Halloween iba disfrazada de la dualidad de la luz.

Me hice el disfraz con un rotulador. Recuperé una camiseta interior blanca que papá había tirado a la basura y pinté un montón de círculos y líneas en zigzag por encima. El resultado fue tan pobre que ni siquiera el profesor de Física consiguió adivinar de qué se trataba. Pero no me importaba. Caminaba por los pasillos escuchando la voz de Bill Nye en mi cabeza; qué gracia tenía para explicar que la luz, dependiendo de cómo uno quisiera verlo, podía ser dos cosas diferentes a la vez: una partícula y una onda.

Me pareció una idea fantástica. Y me pregunté si existía la posibilidad de que yo también tuviera dos… no, una multitud de Elsies dentro de mí. Cada una de ellas hecha a mano, a medida, cuidadosamente seleccionada y pensada para ser una persona diferente. De ser así, podría ofrecerle a cada persona el yo que quisiera, que necesitara, que anhelara, y, a cambio, la gente se preocuparía por mí.

Fácil y rápido como un aminoácido.

Es curioso que mi trayectoria como física y mi trayectoria como persona dedicada a complacer a la gente empezaran al mismo tiempo. Podría trazar una línea recta desde el primer concepto de mecánica cuántica que aprendí hasta mi trabajo actual. Bueno, en realidad, hasta mis dos trabajos actuales. El diurno, en el que cobro prácticamente nada por elaborar teorías de Física que explican por qué las moléculas pequeñas se agrupan como si fueran un grupito de chicas malas en el recreo. Y el otro, en el que… Bueno. En el que finjo ser quien no soy, pero al menos me pagan bien.

—El tío Paul va a intentar convencernos de hacer un trío. Otra vez —me dice Greg, con esos ojos marrones cargados de disculpas.

No titubeo. No muestro signos de enfado. No me estremezco de asco al pensar en el apestoso aliento del tío Paul o en su pelo grasiento, que me recuerda al vello púbico.

Ok, puede que un poco sí me estremezca. Pero lo disimulo con una sonrisa y un tono profesional al decir:

—Comprendo.

—Ah, y otra cosa —continúa, pasándose una mano por el pelo rizado—: papá desarrolló una grave intolerancia a la lactosa, pero se niega a dejar los lácteos. Puede que ocurran…

—¿Ciertos fenómenos gastrointestinales? —Lógico. A mí también me costaría dejar el queso.

—Y a mi prima Izzy se le conoce por recurrir a la violencia física cuando la gente no está de acuerdo con ella sobre el valor literario de la saga Crepúsculo.

Doy un respingo.

—¿Está a favor o en contra?

—En contra —responde sombríamente.

Me encanta Crepúsculo, incluso más que el queso, pero voy a tener que guardarme la TED Talk sobre por qué Alice y Bella deberían haber dejado plantados a todos esos imbéciles y haber dado comienzo a una nueva vida juntas.

100pre equipo Bellice.

—Entiendo.

—Lo siento, Elsie. La abuela cumple noventa años. Viene toda la familia. —Suspira y su aliento forma una nube blanca en contraste con el aire nocturno de este gélido enero en Boston—. Mamá estará subiéndose por las paredes.

—No te preocupes.

Llamo al timbre de la casa de la abuela de Greg y esbozo mi mejor sonrisa. Me contrató para ser su novia falsa, y tendrá a la Elsie que quiere que sea: la que le brinda apoyo y, a su vez, es ligeramente mandona. Una dominatriz a la que no le gusta blandir el látigo, pero que es capaz de hacerlo si es necesario.

—¿Recuerdas nuestro plan de huida? —le pregunto.

—Pellizcarte el codo dos veces.

—Diré que me siento mal y nos escabulliremos. Y cuando nos propongan lo del trío, insinúa de forma muy evidente que tengo gonorrea.

—Eso no disuadiría al tío Paul.

—¿Verrugas genitales?

—Mmm… ¿puede? —Se masajea la sien—. Lo único bueno es que viene mi hermano.

Me tenso.

—¿Jack?

—Sí.

Qué pregunta más tonta. Greg sólo tiene un hermano.

—¿No me dijiste que no venía?

—Le cancelaron la cena de trabajo.

Refunfuño para mis adentros.

—¿Qué?

Mierda, refunfuñé en voz alta.

—Nada. —Sonrío y le aprieto el brazo por encima del abrigo. Greg Smith es mi cliente favorito, y voy a ayudarle a salir airoso de esta noche—. Yo me encargo de tu familia, ¿ok? Al fin y al cabo, para eso me pagas.

Y es que así es. Y doy gracias todos los días por no haber tenido que recordárselo nunca. Muchos de mis clientes cuestionan de una forma más o menos evidente qué otros servicios ofrezco, a pesar de que las condiciones de servicio en la aplicación Faux son bastante claras. Carraspean, se acarician la barbilla y preguntan: «¿Qué incluye exactamente esta… tarifa de novia falsa?». A menudo siento la tentación de poner los ojos en blanco y darles un rodillazo en los huevos, pero intento no tomármelo a malas, sonreír con amabilidad y decir: «Sexo no».

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