Julio Rojas. La realidad fracturada

Julio Rojas. La realidad fracturada

La duda es imposible: Julio Rojas es un escritor todoterreno. De su pluma han nacido guiones de cine, series de televisión, podcasts tan asombrosos como Caso 63 y una serie de obras en las que la novela, el cuento y el ensayo se entreveran con una malicia que vale la pena leer. Sus más recientes libros son Freeland, Retornados y Un mundo imposible. Conversar con Julio resultaba fundamental y los temas eran obligados: la escritura y el cine; la realidad y la ciencia ficción; las fracturas que ocurren delante de nosotros y la posibilidad de sobrevivir como una especie capaz de reírse. Veamos algo de lo que ocurrió en esta plática.

Tu biografía y tu escritura son sorprendentes. Sin ningún problema saltas de los podcasts a los libros, de los documentales a las películas. Y, por si lo anterior no fuera suficiente, vas y vienes de la televisión al cine con una facilidad asombrosa. ¿Cómo puedes pasar de un medio a otro? ¿Piensas en tus obras como algo destinado a un soporte específico?

La verdad es que esto que dices no es muy difícil en mi caso: soy absolutamente irresponsable cuando me meto en una historia y, por supuesto, no considero cuál es el género en el que ella alcanzará su máxima expresión. 

Al principio sólo me concentro en la historia que quiero contar. Sin embargo, a medida que voy escribiendo, la propia historia me da la respuesta acerca de cómo se convertirá en su máxima expresión: si como una serie de audio, un largometraje o un libro. A pesar de esto, no puedo negar que en más de una ocasión, cuando descubro cuál es el medio necesario, tengo que reescribirla.

Por esta razón, siempre digo que, para escribir una historia, primero tienes que escribirla. Esto no es una contradicción, pues el acto de la escritura termina por revelarte a dónde vas… Esto puede parecerse un poco al realismo mágico o al romanticismo de los escritores del siglo xix, pero —en realidad— la escritura genera las claves de la escritura.

Cuando me asomo a tu obra, desde Caso 63 hasta Retornados o Un mundo imposible, tengo la impresión de que en ellas hay una serie de influencias cinematográficas, un toque de Blade Runner que parece perseguirte de manera inexorable…

Blade Runner es la gran película fundacional del cine de la nueva ciencia ficción. No sólo generó un canon para el género, sino que también estableció las claves de los grandes problemas que hoy lo alimentan. Estamos hablando de la inteligencia artificial, de la posibilidad de que las máquinas tengan conciencia, de cómo se van a relacionar con nosotros, de la ciberfobia y, por supuesto, de la posibilidad de que la creación se rebele en contra de su creador. Todas las claves del género, que vienen de Mary Shelley y su Frankenstein, han dejado sus marcas en mis palabras y, por supuesto, Blade Runner me parece fundamental.

¿Hasta qué punto piensas en imágenes más que en palabras cuando estás escribiendo? La influencia del cine y tu trabajo como guionista quizá no puedan quedarse de lado al momento en que trabajas en una novela.

Yo creo que las historias son sistemas casi orgánicos. Por esta razón, ellas poseen áreas que son absolutamente visuales y áreas que sólo pueden resolverse mediante un diálogo. Mi mente no sólo piensa en términos de imágenes, a veces tengo que crear diálogos, y luego viene la imagen. Sin duda, esto es resultado de mi formación como guionista. Siempre trato de ser muy visual, económico en las acciones, y de no darles el peso de la narración al personaje y a los diálogos, sino que busco mostrarlos. Sin embargo, tenemos que asumir que, obviamente, el diálogo es el rey y puede brillar de una manera absoluta.

Debido a este hecho fundamental, creo que si tuviera que elegir un solo camino, elegiría el formato de ficción en audio. La creación de diálogos me encanta. Pero en una novela necesitas todos tus sentidos. En ellas no te importa la figura del personaje, ni el entorno, ni cómo está la silla, ni dónde estás sentado, te lo imaginas todo sin los límites que te impone la producción cinematográfica o la que determina lo que sucederá en una serie.

Sin embargo, después de leerte, es posible asumir que tú estás convencido de un hecho que puede parecer terrible: la realidad está en crisis y, debido a esto, la literatura se abre como una puerta de salvación…

Efectivamente, creo que la realidad pronto entrará en una crisis muy severa y, por supuesto, estoy convencido de que la ciencia ficción puede ayudarnos a comprender ese futuro inminente. Creo que has dado en el clavo. 

Considero que la realidad está superfracturada. Hasta el siglo xix, la realidad resultaba bastante concreta, más allá de la crisis tecnológica que se inició con la llegada de la electricidad, el magnetismo, el vapor y los nuevos productos químicos. En aquellos momentos, el viejo mundo se enfrentaba al colapso. A pesar de este derrumbe, los seres humanos seguían viviendo y pensando en un mundo macroscópico imbatible. Pero ahora tengo la sensación de que existe una especie de ruptura, una desaparición del tejido de la realidad y un reemplazo por una realidad alternativa, causada por la evasión, como sucede con los metaversos o los videojuegos. 

Estamos hablando de una realidad que también puede ser muy dañina. Pensemos en el caso de las noticias falsas o de la inteligencia artificial, que pronto generarán tal explosión de contenido digital falso que pondrán en crisis todas nuestras creencias y nuestras certezas. Un ejemplo: la conversación que estamos teniendo. No es descabellado pensar que, en un futuro cercano, tendremos que contar con un código capaz de validar que realmente yo soy la persona que está frente a ti, y que no se trata de una clonación de mi voz y de mi cuerpo mientras estoy hablando desde otro lugar. Nunca antes le habíamos exigido este tipo de certezas a la realidad, esto nunca había sucedido en la historia de la humanidad.

Por esta razón, cuando la realidad empieza a colapsar, tenemos volver a los encuentros cara a cara, a lo orgánico, y luego de esto podremos volver al mundo. Hoy la realidad presenta una fragilidad extrema. Si todo depende de la inteligencia artificial, de las nubes y de las máquinas centrales que pueden fallar y destruirse, ya no tenemos nada. Toda nuestra información está ahí y se habrá perdido irremediablemente. Entregamos en una bandeja la joya de la corona humana: el lenguaje. Efectivamente, entregamos nuestras experiencias en nuestros correos electrónicos, en nuestros posts, en las redes sociales; entregamos la experiencia humana de toda la historia para crear una nueva entidad, un nuevo agente. Y por primera vez, ese agente compite con nosotros y no es ni tan más ni menos inteligente que nosotros.

En el caso de Frankenstein fue diferente. Esa creación sólo se manejaba a través de los impulsos de odio y venganza; lo que sucede con la nueva inteligencia intelectual es que no sabemos hacia dónde va y, por tanto, tampoco vamos a entender nada de lo que está pasando o de lo que pasará. Obviamente resulta muy cómodo contar con un aparato que exteriorice la mente y nos haga abandonar la orientación topográfica que tenemos de fábrica. Imagina a un hombre primitivo, a una mujer primitiva sin esa orientación… ambos estarían condenados a la muerte. Esa orientación era parte de nosotros y la perdimos. También perdimos los números de teléfono que conocíamos cuando éramos niños. Gracias a las inteligencias artificiales, ya no es necesario que reflexionemos sobre las preguntas: todo el conocimiento humano está ahí y te adelanta las respuestas. Ahora, el problema es cómo hacer las preguntas, pero ya ni siquiera podemos intuir el conocimiento. Por esta razón, en la siguiente etapa ni siquiera tendremos que hacer preguntas, la pregunta será automáticamente la autenticidad.

¿Quiénes somos finalmente?

Somos recuerdos, experiencias, identidades, y esto es lo único que nos puede salvar, por esta razón los libros son tan importantes.

Pareciera que hay un vacío, un intento condenado al fracaso para construir un mundo mejor, un mundo perfecto…

Creo que hay que ser pesimistas para ver la luz al final del túnel. Los optimistas permitieron el crecimiento de los arsenales nucleares; ellos fueron los que permitieron que la Tierra fuera destruida con el cambio climático. Tuvimos que aprender a ser pesimistas para tener buenas noticias. Estoy convencido de que antes nos faltaba pesimismo: siempre estábamos en la evasión y el futuro parecía perfecto. Por eso la pandemia se convirtió en un balde de agua fría. Ella nos dijo: el futuro no está determinado, todo puede cambiar, y esto puede ocurrir la próxima semana.

Antes, las distopías podrían resultar complejas, pero hoy se trata de asuntos cotidianos. Estar atrapados en la estupidez es denigrante para nuestra especie. A uno le gustaría quedar atrapado, como en la literatura, por grandes distopías extraterrestres o por una matrix que es casi perfecta…. Delante de estos hechos tenemos que rescatarnos y reímos.

Sí, hay que reírse.

Siempre, siempre hay que reírse. Y tener esperanza, como algunos dicen. +