El librero de Irma Gallo

El librero de Irma Gallo

02 de febrero de 2021

Soy periodista y escritora, pero sobre todo una voraz lectora. La verdad es que me resulta muy difícil calcular cuántos libros tengo, sobre todo porque hace cerca de dos años me cambié de departamento y regalé casi la mitad de los que tenía. El espacio resulta muy pequeño, y estoy convencida de que los libros deben circular de mano en mano. A pesar de esto, no me encanta prestar mis libros. Cuando me los pide alguien que aprecio, se los presto sin problemas; aunque en más de una ocasión me ha pasado que no me los devuelven. En todo caso, prefiero regalarlos: conseguirle a esa persona un ejemplar nuevo. Claro, si es que se consigue; si esto no ocurre, no queda más remedio que prestarlo. 

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Leo desde muy chica, pero creo que empecé a conservar mis libros desde la primera vez que me fui a vivir sola. Esto fue hace más o menos 20 años, cuando comencé a trabajar en Canal 22. La razón es casi obvia y reiterativa: me mudé de casa de mis padres y empecé a crear mi mundo de lecturas. El libro más viejo que tengo es Magnum Cinema, un ejemplar bellísimo que Cahiers du Cinéma publicó por primera vez a mediados de los noventa, y está dedicado a la fotografía en el cine. Entre un libro de papel y uno digital, normalmente me decido por los primeros. 

Es más, si leí uno electrónico que me gustó muchísimo, lo compro en papel. Sin embargo, en el caso de los que no están disponibles en nuestro país, siempre los consigo en digital. En este momento, por ejemplo, estoy leyendo Chicas muertas, de Selva Almada, el cual no pude encontrar en papel. Al igual que muchos lectores, tengo un método para ordenar mis libros. En uno de mis libreros más nuevos, tengo a las autoras que he estado leyendo últimamente, también a algunos escritores a los que vuelvo con frecuencia. Con toda seguridad, puedo decir que la escritora que mayor espacio ocupa en mi biblioteca es Cristina Rivera Garza. Después seguirían Margaret Atwood y Lionel Shriver, una escritora estadounidense que me encanta. En otro librero, tengo los ejemplares que ya leí y a los que no vuelvo con frecuencia, pero me gustaron muchísimo. En los demás, están los que releo o consulto con menor asiduidad. Creo que ése sería el método que tengo para ordenarlos. 

El género literario que mayor espacio ocupa en mi colección es la novela, y tal vez en segundo lugar están los cuentos; luego seguirían los ensayos y los libros periodísticos. También tengo muchos libros ilustrados, pues mi hermana Valeria es una gran ilustradora. Uno de sus trabajos —Nosotras / Nosotros— cuenta con un lugar muy especial en mis libreros. A veces no es fácil decidirse, y esto es lo que me pasa al momento de tratar de explicar cuál es mi libro favorito. Si tuviera que hacerlo, me decidiría no por un libro, sino por una parte de mi biblioteca: los entrepaños en los que están las escritoras latinoamericanas. Ahí están Camila Sosa Villada, Dolores Reyes, Gabriela Cabezón, Cristina Rivera Garza, Selva Almada, Ana Clavel y Carmen Boullosa, entre otras. Hoy, sus libros son mis favoritos. Pero no sabría si existe uno que lo sea sobre otros, pues cada vez que leo un libro se convierte en mi favorito, claro, con sus excepciones. A mí no me gustaría elegir solamente uno; tengo muchos que me han hecho muy feliz, que me han hecho soñar y que, por supuesto, me han inspirado.  

Esto que les cuento es muy importante. Para mi novela —que terminé de revisar el pasado septiembre—, el libro Fosa de agua. Desapariciones y feminicidios en el Río de los Remedios, de Lydiette Carrión, fue muy relevante. Se trata de un trabajo periodístico. Lydiette se dedicó a conocer a las familias de algunas chicas desaparecidas en el Estado de México y creó una serie de reportajes e historias magníficas. Sus páginas se convirtieron en una gran inspiración para mi novela, que —espero— verá la luz muy pronto. El libro que más trabajo me ha costado escribir es la novela en la que estoy trabajando. Llevo mucho tiempo revisándola para darle el tono adecuado, justo como dijo el escritor poblano Jaime Mesa: “El tono es la novela”. De mis libros ya publicados, el más trabajoso se llama #YoNomásDigo; en éste, lo que más me costó fue encontrar la voz de la protagonista: una niña de 11 o 12 años. El reto era hacerla hablar como una adolescente y no utilizando mi voz. +