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La historia no importa, la gente solo quiere comprar cosas

La historia no importa, la gente solo quiere comprar cosas

21 de diciembre de 2021

Anthony Kelly

Nunca fui el mismo después del accidente. No pude caminar recto ni prestar atención a la televisión. Nunca pude volver a leer una novela. Yo estaba ahí cuando el incidente ocurrió, en el lugar.

Era el mejor vendedor a nivel internacional; trabajaba todos los días en O’DD y D Gizmo’s en un pequeño centro comercial en Idlewild Airport, New York.

Me pasaba los días en un cubículo de vidrio, vendiendo lo ultimo en tecnología, asistentes personales, cubos holográficos, incluso rompecabezas nanotecnológicos. Era fantástico. Podía vender cualquier cosa a quien quisiera. Sonreía, hablaba, y la gente me daba su dinero. Hice tanto dinero, que no podía contarlo. ¿Quién necesitaba dinero? ¿Quién entendía lo que era el dinero? ¿Qué significaba?

Quiero decir, por ejemplo, mi asistente personal flotante: podía volar, pero ¿sabía por qué volaba? ¿Sabía que Leonardo da Vinci, el artista, prácticamente lo inventó? Ya no tenemos enchufes, por ende, no hubiese podido cambiarlo si hubiese visto alguno. De hecho, solo supe de la existencia de enchufes y lámparas porque tuve que cubrir el periodo industrial en mi tesis “La historia del comercio”. Gane el premio y la corona por mejor estudiante de venta en la Escuela de Ventas, gracias a esa tesis.

Volviendo a la historia, me encontraba en el medio del centro comercial, rodeado de personas, caminando, comprando, gente normal, gente guapa vistiendo sus mejores prendas, vistiendo lo último en caras, guantes, pantalones y zapatos. Me encontraba tan feliz, tan hambriento de ventas.

Daba mi día por hecho si cerraba la primera venta a las 9:15 a.m. ¡Me atravesaba una adrenalina! Vendía y vendía, y cada venta propagaba las endorfinas y me convertí en un loco entusiasta. Todo el centro comercial podía oírme cantar y bailar. La gente frenaba, miraba, escuchaba e incluso bailaba conmigo y deseaba que yo les estuviese vendiendo. Vendía todo el día y era feliz. Si no lograba esa primera venta en la mañana, no era un día ni remotamente considerado bueno. Todo lo que me importaba era lograr esa primera venta, y luego todo lo demás iba a estar bien. Eso era todo lo que me importaba.

El día del incidente, mi mañana había sido un éxito. Sonreía como si fuera un Buddha brillante, charlaba con los dueños del quiosco sobre el maravilloso y famoso diamante en el que me estaba convirtiendo. Se sentía bien poder relajarme y pasar un tiempo con mis clientes, tener charlas informales con nuevos jefes, mujeres hermosas me daban sus números de teléfono, y yo aceptaba ofertas para ir a cenar con admiradores hombres. En New York, los hombres gustan de hombres que visten trajes.

Ahí fue cuando sucedió, todo alrededor mío. Todo el mundo se quedó petrificado, como en uno de esos flash mobs teatrales, pero esto no estaba pasando, ¡solo me estaba pasando a mi! Nadie me preguntó si quería formar parte. ¡Si lo hubieran hecho, hubiera dicho “SÍ!”. En ese momento, mis ojos empezaron a sufrir espasmos. Todos los músculos de mi cuerpo se encogieron. La gente empezó a gritar, pero nadie pudo hacer nada debido a que habían perdido el control muscular. La gente empezó a acumularse en las escaleras. Caminaban y tropezaban unas sobre otras. Las personas intentaban marcar números en sus teléfonos, pero sus dedos temblaban.

Las cabezas se sacudían frenéticamente; durante un minuto, y en todos los seis niveles del centro comercial, la gente golpeo sus cabezas contra el suelo y contra las paredes. Todo el mundo había sido víctima de violentas convulsiones. Fueron reportados heridos, las alarmas se encendieron y el centro comercial fue declarado en cuarentena.

Perdí tres días de ventas. Los sobrevivientes sufrieron de perdidas de la atención y espasmo recurrentes. Yo contrate a una persona para reemplazarme y el centro comercial reabrió con todo un nuevo plantel de empleados. Los “temblores”, como fueron bautizados, volvieron una y otra vez. Los doctores me dijeron que un día mi cerebro podía quedar completamente en blanco, como un pen drive formateado. La vida continuo. Me retiré y me mudé a un condominio con piscina.  

Un día, estando en la piscina, me di cuenta de algo. Todos nosotros éramos robots, y estábamos siendo operados desde la nube. Todos, y al mismo tiempo, sufrimos de una falla en el sistema cuando estaban actualizando nuestro software, que se llevaba a cabo durante el evento.

Yo era un robot, y todos mis clientes en el centro comercial también lo eran. Nadie pudo recordar lo que pasó la noche del evento, excepto yo. Un problema técnico en una actualización reciente me habilitó a poder viajar en el tiempo, llevar mi propia conciencia atrás en el tiempo, a mi propio cuerpo. Viajé al día mas perfecto de mi vida. Vendí todo y después baile fandango, todos en el centro comercial se me unieron y luego de unos momentos eso parecía el carnaval de Río. Había sido mi mejor logro en términos de muchedumbre, un día hermoso. Yo quería quedarme ahí para siempre.

Hice que mi mente viajara de vuelta a ese día una y otra vez, y lo volví a vivir mil veces. Nuestros sistemas podían apenas soportarlo y eventualmente se rompieron. Ese era el problema técnico, causado por los viajes en el tiempo, una sobrecarga neurológica masiva. Era mi culpa. Yo hice que los cerebros de todos quedaran fritos. La peor parte es que no pude volver a viajar en el tiempo, esa parte de mi cerebro había desaparecido, se había quemado. Me pase mis días en la piscina, mi mente volvía al centro comercial, a ese día especial, volviéndolo a vivir una y otra vez.

Ese destinado día comenzó, como todos los días; me baje del elevador y camine hacia el centro comercial, era un centro comercial hermoso, una catedral de vidrio, diseñada como una campana gigante con seis niveles, llena de cafés, puestos de hamburguesas y prestigiosos negocios de ropa.

Mi primera clienta fue una mujer de mediana edad con el pelo ondulado y gris, era elegante y estaba extravagantemente vestida en colores violeta y oro, su piel y sus ojos, oscuros y Latinos, sugerían que Frida Kahlo era su musa. Intercambiamos sonrisas. Su nieto estaba con ella, un pequeño triste que nunca se reía. Ya habían estado aquí antes y siempre se mostraban interesados.

“Tengo algo especial para su pequeño, Señora, un regalo”, dije y desde mi mano, produje un pájaro pequeño, como un truco de magia. Se subió sobre mi mano y comenzó a piar una canción hermosa, luego se subió sobre la cabeza del pequeño y danzo alrededor de ella. La cara del niño dio un quiebre y mostro una cálida sonrisa con mi primera venta.

Al lado de mi cubículo, había un lindo restaurant alemán, donde dos de los camareros eran mis amigos. Se parecían un poco a Laurel y Hardy. Ya había logrado mi primera venta entonces me acerque y los saludé. Me devolvieron la sonrisa. Estaba tan feliz, hice una versión lenta del moonwalk creado por el rey del pop Michael Jackson y algunas personas en el restaurant aplaudieron.

Capte la atención de dos mujeres que estaban de compras, tenían un brillo juvenil hermoso e iban vestidas a la moda. “Señoritas, permítanme presentarles su próxima pieza de fiesta, diseñada exclusivamente por mi, esto es lo que yo llamo ‘entrar con estilo”. ¡Hice un chasquido y bang!

Estaba rodeado de fuegos artificiales miniatura, hice un nuevo chasquido y los fuegos artificiales se tornaron mariposas, brillos, glitter seguido de despampanantes estrellas. “Ideal para fiestas, bailes, ¡y la alfombra roja!”. ¡Lo amaron, y luego tuve más ventas! Compradores atraen compradores, y como los tiburones oliendo la sangre, yo me encontraba rodeado, y vendí.

Se agotaron los pájaros cantores, los fuegos artificiales y hasta vendí mis fabulosas sandalias voladoras. Estas últimas eran fabulosas, por el simple hecho de que permitían caminar sobre el agua y hasta incluso, caminar por el aire con un modo de simulación, pero fue para bailar que fueron diseñadas.

Una hermosa joven que había arribado de Nairobi con una piel negra que brillaba hermosamente, vestía una falda irlandesa verde y ¡Era una bailarina de tango! Bailamos juntos en nuestras sandalias voladoras a lo largo del centro comercial, sobre sus paredes y a través del aire. El aire se lleno de aplausos y música mientras descendíamos al suelo tomados de la mano. Fue hermoso, más ventas inundaron el lugar. Yo estaba hecho un fuego.

Para el mediodía ya había vendido todo, me sacaba fotos con mis clientes y se las dedicaba, llegaban pedidos desde todo el mundo. Estaba tan feliz, el centro comercial estaba lleno de luces intermitentes mientras que el auto parlante anunciaba que el mejor vendedor a nivel global era yo ¡De nuevo! ¡Este era mi séptimo día consecutivo! ¡Todos me alentaban y aplaudían! Los fuegos artificiales explotaban alrededor y los pájaros volaban y cantaban, mis vecinos, los camareros, bailaban tap con sus trapeadores y baldes, y todo el mundo bailo, con las rodillas altas y los pies pisando fuerte en el suelo de mármol. Las mujeres chocaban sus caderas y torsos. El centro comercial se transformo en una escena del carnaval de Río de Janeiro. Todos bailaron, fue hermoso, ¡mi mejor día!

Estoy retirado ahora y viviendo en un condominio al lado de una piscina, me paso los días tomando mojitos y bronceándome. Miro el agua de la piscina y las salpicaduras que el agua genera y trato de ver si hay algún patrón en el agua. Cada tanto el agua salpica alto y yo trato de enfocarme en las gotas que caen a través del aire. Son hermosas gotas, parecen suspendidas en gravedad cero justo antes de caer. Así era como me solía sentir cuando hacia viajar a mi consciencia a través del tiempo. Como si estuviera flotando en gravedad cero y después caía, caía infinitamente.

Terminé mi mojito y ordené una piña colada. Observé el anillo en mi mano, el último artilugio que me traje de la tienda. Mi último, pero no menos preciado dispositivo. Era un simple conjunto de anillos de oro con cristales, siete cristales, uno de cada color del arcoíris. Yo lo había inventado, era un recolector de recuerdos. Al frotar el anillo se creaba un pequeño arcoíris alrededor mío, y al concentrarme en el arcoíris se podía grabar los recuerdos y al mirar al arcoíris podías volver a verlo. El anillo era un deleite para los niños pequeños que amaban los cuentos de hadas y para los niños mayores de cuarenta que gustaban de revivir los recuerdos.

Active el arcoíris y mire adentro. Mi piña colada llegó con un pequeño paraguas y una bombilla y le di un sorbo. Y luego lo vi en el anillo. Preservada en el anillo había quedado esa parte de mi mente que podía viajar en el tiempo. Podía usarlo para hacer viajar mi consciencia a través del tiempo y revivir ese día perfecto muchas veces, y luego me pregunté: ¿podría viajar en el tiempo para ver a la gente ante de que se convirtiera en robots?

Mire detrás hacia la piscina nuevamente, cautivado por el agua que salpicaba. El agua se elevaba en el aire cada vez más alto estirándose y quebrándose en gotas y por un momento, casi quedándose suspendidas en el aire, flotando.

Las gotas levitaban, orbitaban entre si como los planetas con siete lunas. Finalmente, las gotas caían mientras la gravedad las empujaba de nuevo a la piscina. Miraba la escena una y otra vez. Me recordaba a las obras de un artista británico – quien había pasado años pintando piscinas y gotas de agua cayendo. ¿Era esto un recuerdo que estaba reviviendo? Pensé. ¿Estaba reviviendo esta escena infinitamente? ¿Estaba atrapado en el inframundo del sol y la piscina para siempre? ¿Estaría atrapado aquí hasta el final de mis días?

Vi luego las gotas de agua como líneas. El mundo se convirtió en una serie de líneas y contornos. Mi conciencia las movía mas allá de la realidad física, mas allá de mi cuerpo, mas allá de mi cansancio. Me incorpore, y flote hasta el cielo.

Flotando hasta el centro, desapareciendo, por encima de todas las cosas. Más allá de lo físico, más allá de lo digital. Dentro de mi mente vi una bola de luz girando como una estrella, girando. Dentro de mi cabeza, un plasma líquido brilla y fluye como plata líquida. Fluyendo como moléculas de agua en gravedad cero.

Mientras todo da vueltas, la luz se opaca y veo imágenes fantasmagóricas de gente alrededor mío. Volé por sobre la piscina, mi cuerpo rosado y desnudo estaba horizontal, mi rostro había desaparecido, pero aun podía ver. Mi cuerpo era como de goma, duro: un muñeco en el cielo, de esos que utilizan para testear los accidentes de avión. Pasé el más allá y vi una gran masa de hierro. Flotando allí en el vacío, mi mente se encapsulo en una gran máquina. Flote como una gran ballena metálica.

Vuelvo a mirar mi cuerpo, tendido y sin rostro, dentro hay una máquina. Cables enroscados alrededor de un centro de datos unido a un marco de barras. Al lado mío, veo destornilladores sobre una bandeja metálica, destornilladores de los lados. ¡Veo mi cuerpo unido a mi rostro, y mi rostro mirando a la oscuridad profunda dentro de mi cabeza! Veo el Maestro de los destornilladores mandándome que vuelva a poner en su lugar mi rostro y uno por uno los destornilladores volaron hacia detrás de mi cara, uniéndola nuevamente con el resto de mi cabeza.

Y luego todo volvió a mi.

Me desperté al lado de la piscina otra vez, y ordené un mojito. La camarera era delgada y vestía un saco negro y elegante y una camisa de vestido. Este es un lugar elegante.

Epílogo

Dos personas salen del bar del hotel. Visten camisas hawaianas y toman tragos. Uno de ellos es alto, bronceado con una piel excelente, tiene una gran sonrisa y manos grandes.

El otro es mayor, lleva lentes y es canoso. Esta delgado, pálido y parece alemán.

“Y entonces?” dijo el hombre alto.

“Lo llamo ‘El síndrome del ultimo borrador’. Se perdió así mismo y no pudo volver a reconocer su lugar en nuestra realidad. Esta viviendo dentro de su cabeza. Reescribiendo el guion una y otra vez. Su perfeccionismo lo llevo literalmente, a lo profundo de su subconsciente’ dijo el hombre canoso.

“Bueno, entonces ¿Cómo lo solucionamos?” pregunto el hombre alto.

“Matándolo y recolectando el dinero de la aseguradora”, respondió el hombre canoso.

Fin. +