La re-significación del género
17 de septiembre del 2021
La búsqueda de empatía en la sociedad se ha convertido en algo muy exagerado desde el afán de ser incluyentes. Más allá de construir una sociedad en la que las personas cohabitan de manera pacífica, respetuosa y tolerante, éstas comienzan a hartarse de escuchar los mismos discursos de libertad de expresión, amor, igualdad y resistencia. He escuchado repetidas veces la frase “Hay asuntos más importantes por los que deberíamos preocuparnos”. Lastimosamente, quienes la dicen no se preocupan ni por una situación, ni por otra; sólo están “cansados” de escuchar los mismos temas que van de un medio a otro.
Pero, ¿por qué para algunos resulta tan cansado el discurso de inclusión y respeto? Porque realmente no están acostumbrados a pasar por situaciones de incomodidad y de abuso. Nadie se pondría en los zapatos del otro que ha sido discriminado por su orientación sexual, tono de piel o estatus. Simplemente permanecen dentro de su burbuja de bienestar personal y hacen caso omiso del problema: si a ellos no les sucede, no existe. Por eso “exageramos” al querer construir una sociedad empática, en la que podamos existir. No podemos permanecer quietos cuando los derechos humanos de alguien son violentados; no se puede no exigir respeto sin que caiga en una provocación. Las personas que llaman berrinches a los posicionamientos —que ni conocen— de la generación actual son las mismas que hacen berrinche cuando se les habla de feminismo, cuando se exige igualdad, cuando les muestran cuerpos diversos y libres, y, claro, también están cansados de las siglas de la comunidad que “busca destruir al género y a la familia tradicional”, según ellos. Actualmente, podemos ver en muchos sitios esa inclusión que buscamos; sin embargo, a veces la presentan de una manera tan forzada —y hasta errónea— que es así como regresamos al problema inicial del hartazgo.
Hablar de inclusión y diversidad no sólo significa hablar de las preferencias de cada ser. La diversidad es tan amplia —sexual, racial, cultural y religiosa, todo en un contexto multicultural— que intentar explicarla representa un reto, a pesar de que siempre ha formado parte de la cultura y de la historia, lo que ahora ha creado una educación al respecto. Al nacer, la historia comienza basándose en nuestros genitales: se asigna qué se puede vestir, con qué se puede jugar y qué se debe hacer o no. Esas construcciones socioculturales del género son las que la sociedad espera que sigamos para modelar nuestra vida, sin comprender que, al pasar el tiempo, la historia puede cambiar de rumbo por completo. Después de todo, estas decisiones pertenecen a cada persona; no porque uno decida ser un semáforo todos tienen que serlo. No se les obliga, ni se les impone, sólo se les informa.
La identidad de género ha tomado un papel crucial en los últimos años. Muchas personas han encontrado un discurso más cómodo para identificarse y poder expresar que la re-significación del género se vive de manera constante para combatir aquellas violencias que atentan contra la igualdad. Paremos de encasillar a los cuerpos y dejémosles fluir. Nacer mujer u hombre es una expresión de la naturaleza, pero ésta se ha visto obligada a seguir la heteronormatividad de una sociedad construida bajo el binarismo y la jerarquía del machismo. El resultado: esta sociedad violenta y excluyente, con toques de homofobia y racismo. Existir bajo una estructura de género ha provocado la invisibilidad de algunos grupos y cuerpos; se han violado y desaparecido derechos. No sólo las personas trans pierden las oportunidades que tiene una persona cisgénero: en Medio Oriente, los derechos de las mujeres continúan estancados debajo de una burka, y los ataques homofóbicos se viven en todas las naciones.
La materialización del cuerpo nos ha llevado a una norma de género representada en la construcción de ser lo suficientemente masculino o femenina. Pero, ¿qué sucede cuando aparece un varón afeminado o una mujer masculina —sin importar la orientación sexual—? Se desatan hostigamiento, amenazas y violencia, incentivadas por la norma de género, y nuevamente se le señala como una persona rara que no encaja en esta construcción social.
Retomando aquella subalternidad de la identidad, se encuentra un grupo fuera de la normativa. Lo que era ser raro, desviado, marica, lencha o vestida, ahora ha tomado un empoderamiento que ha resignificado el termino queer. Con esto viene una teoría y una disposición política de cuestionar la coherencia de la identidad y las disidencias sexuales: dar visibilidad a esos cuerpos e ideologías subalternos que forman parte de un movimiento posmoderno de resistencia para continuar existiendo en este sistema binario, una teoría de empoderamiento que crea fortaleza de nuestras entidades.
A través de sus libros, la filósofa Judith Butler ha presentado una disputa sobre la diferencia, aparición y reconstrucción de la postura del género y de los cuerpos. En títulos como El género en disputa (Paidós, 1990), Cuerpos que importan (Paidós, 1996) y Deshacer el género (Paidós, 2004), ha dejado claro cómo el modelo tradicional puede reconstruirse en una nueva identidad, con un objetivo firme de igualdad y resistencia, siguiendo el camino de la teoría queer y postulando la “performatividad de género”.
No sólo Butler se ha opuesto al carácter supuestamente natural; Teresa de Lauretis y sus estudios de género abrieron el camino de la teoría queer, cuestionado las limitaciones, el pensamiento crítico feminista y analizando la prisión del lenguaje. En su libro Tecnologías de género, se menciona cómo se debe tener una representación ideológica dentro y fuera del género: una libre expresión sexual.
El desarrollo de las identidades no binarias se mantiene latente en su existencia para otorgar una libre expresión de género. A veces resulta difícil entenderles, ya que no existe un criterio político que identifique la visualización de lo no binario como se ha representando la imagen de la mujer y del hombre. Sin embargo, esta materialización se observa cuando las etiquetas se terminan: no importa lo que vistas, tu orientación sexual o tu sexo biológico, se trata simplemente de la fluidez de existir. Ésta es una nueva realidad que debe respetarse, empezando por el uso correcto de los pronombres neutros con el que sientan mayor comodidad, sin caer en la saturación del lenguaje incluyente. Para entender y respetar necesitamos construir una educación que visibilice el saber de aquellos cuerpos que son periféricos. Todos los cuerpos tienen una ideología y una historia de resistencia que busca ser escuchada, respetada y amada. Dejemos de ver en blanco y negro para ver la infinidad de colores que nos representan.
La percepción que tengo sobre mí es mía y yo soy:
Género fluido: transición esporádica de la identificación del género masculino al femenino.
No binario: renuncia al régimen heteronormativo, fluidez a la vez de lo femenino y lo masculino, sin encasillarse en un género.
Agénero: identidad neutral, sin necesidad de identificarse con un género específico.
Bigénero: aceptación y adaptabilidad con el género femenino y masculino.
Queer: radicalizar la expresión del género e identidad y fluidez de la sexualidad. Resistencia.
Andrógino: expresión del género combinando los dos polos de la masculinidad y la feminidad.
Transgénero: identidad opuesta al género asignado de nacimiento, adoptando el contrario.
Transexual: transición de un sexo biológico por el opuesto.
El tercer género: muxes, sociedad indígena de Tehuantepec, encargados de diversos roles. Hombres biológicos en las coloridas prendas de Oaxaca que no se identifican como hombre ni mujer, sólo como aquello que está en medio de ambos. +