El recuerdo de una conversación y otros apuntes sobre Joyce Carol Oates

El recuerdo de una conversación y otros apuntes sobre Joyce Carol Oates

2 de mayo 2023

Por Irma Gallo

En San Miguel de Allende, a mediados de febrero de 2016, el sol quemaba las pupilas en los espacios a cielo abierto. Al mismo tiempo, era un mediodía frío. Parece una contradicción, pero quien haya estado ahí sabrá que no miento.

En los cuidados jardines del hotel sede del Festival de Escritores de esa pequeña ciudad de Guanajuato, que atrae al turismo nacional e internacional, y adonde estadounidenses, canadienses y europeos se mudan una vez que se han jubilado, una figura toda vestida de negro —falda larga, saco, sombrero y gafas oscuras— caminaba como si flotara unos centímetros por encima del pasto. Joyce Carol Oates, la escritora nacida en 1938 en Lockport, Nueva York, era la cereza en el pastel de ese encuentro. Todo el mundo quería una entrevista con ella, y yo ya la tenía apalabrada… y me moría de los nervios, por supuesto.

En ese entonces, yo había leído solamente La hija del sepulturero (Punto de Lectura, 2012), una novela de casi setecientas páginas inspirada en la historia de la abuela de Oates: una familia sale huyendo de la inminente guerra en Alemania y llega a un pequeño pueblo de Nueva York —no es casualidad, muchas de las historias de Joyce Carol Oates están situadas en su estado de nacimiento, tal como Stephen King sitúa las suyas en Maine—, en el que el padre, a pesar de ser un profesor titulado, sólo encuentra empleo como cuidador de un cementerio, y termina volándole los sesos a su esposa y suicidándose.

Joyce Carol Oates es heredera de una tradición literaria que se remonta a William Faulkner y sus escenarios de un sur mítico, aunque árido y hostil, pero también abreva del american domestic style de Carson McCullers, Eudora Welty y Flannery ­O’Connor.

La presencia de Oates me impuso. Alta, de piel muy blanca, con los labios pintados de un rojo seco que contrastaba con su tez; circunspecta, muy seria. Pero, ni modo, ya estaba ahí, con el compromiso de entrevistarla, así que me senté a un lado de ella y la saludé. Inmediatamente me respondió con una sonrisa leve, apenas insinuada, pero con amabilidad. Me interesaba, primero, conocer su proceso de escritura, porque una no puede dejar de sorprenderse con lo prolífica que es —tiene más de cincuenta novelas, cerca de cuatrocientos relatos breves, más de una docena de libros de no ficción, ocho poemarios y hasta obras de teatro; además, colabora con artículos, reseñas y críticas literarias en The New York Review of Books y ocasionalmente en The New Yorker—. En la fecha en que hicimos la entrevista, Joyce Carol Oates tenía 78 años y ninguna intención de parar. Hoy, a sus casi 85, sigue publicando por lo menos un libro al año. Creo que su vitalidad tiene mucho que ver con su método de trabajo, que en esa entrevista describió así:

Mi escritura comienza con el pensamiento. Así que pienso en un proyecto y medito. Me gusta correr y caminar, y después de caminar varias millas trabajo en alguna novela que tenga en proceso.

Cada vez más relajada y confiada, Oates me dijo que a veces no termina ni un capítulo, pero sí le sirve de mucho el ejercicio de caminar. Lo que más importa a la autora de Blonde (Alfaguara, 2012), una biografía ficcionada de Marilyn Monroe publicada en inglés en 1999, en este proceso —parecido al de Henry David Thoreau, quien recogió sus reflexiones sobre caminar como un acto político en su ensayo del mismo nombre, publicado en 1861— es estar sola:

Es importante que no hables con nadie, porque tan pronto como empiezas a hablar con otra persona tu imaginación se dispersa.

En las novelas de Joyce Carol Oates, el lector encontrará una suerte de nuevo gótico estadounidense, en ocasiones rural y en otras urbano; novelas de suspense psicológico en las que la familia representa una célula cancerígena de una sociedad de por sí enferma.

Otra cualidad de Joyce Carol Oates, indispensable para cualquiera que pretenda ser escritor, es la forma en que crea a sus personajes. De su abundante obra, no sólo Blonde está basada en una persona de carne y hueso; también Hermana mía, mi amor (Alfaguara, 2008) se inspira en la trágica historia de JonBenét Ramsey, una pequeña de seis años cuya madre obligaba a participar en concursos de belleza para niñas, y que fue asesinada en 1996. En la novela, Oates elige la voz narrativa del hermano, Skyler —que en la vida real se llamaba Burke y fue uno de los sospechosos del asesinato, junto con sus padres—, para contar casi toda la historia de la pequeña, que en esta ficción se llama Bliss y es una reina del patinaje sobre hielo.

Resulta natural que el segundo aspecto que yo quería conocer acerca de esta impresionante escritora era su trabajo de creación de personajes. “Creo personajes al encontrar una voz que exprese cierta situación”, me respondió. Para explicarse mejor, puso como ejemplo a Skyler:

Él se percibe como el hijo de una tragedia de tabloide y se ve a sí mismo como un personaje de la imaginación de otras personas. Así que él representa una voz más callada, muy consciente de sí misma y con mucho sentido del humor, un sentido del humor muy negro. Más o menos escuché su voz en mi imaginación.

La construcción de atmósferas es otra cualidad de la escritura de Oates. Así como William Faulkner describió el sureste profundo, conservador y racista a través del condado ficticio de Yoknapatawpha, Mississippi, Joyce Carol Oates sitúa la mayoría de sus historias en el estado de Nueva York, pero lejos de la vibrante urbe de Manhattan, en ciudades pequeñas en medio de bosques espesos, donde oscurece muy temprano en invierno y los criminales se esconden en los lugares más insospechados. La autora de Carthage (Alfaguara, 2014) reflexionó esa mañana helada de sol punzante:

La atmósfera también se crea a través de la meditación y escribo como si estuviera recordando, con este tipo de emoción que es la nostalgia.

En Persecución (Ediciones Gatopardo, 2020), por ejemplo, la atmósfera de las pesadillas de Abby, la protagonista, resulta de ese tipo de ambientes opresivos que también Stephen King recrea a la perfección: un bosque cerrado y un sendero de maleza crecida en el cual se avizoran dos esqueletos humanos. A este escenario regresa inevitablemente la joven recién casada, cuyo pasado es un completo misterio aun para su marido.

Hay que recordar que Oates rinde homenaje a King en Rey de Picas (Alfaguara, 2016), cuando a Andrew J. Rush, protagonista de la novela ―también un escritor de terror―, lo empiezan a llamar en los medios “el Stephen King de los caballeros”. Pero no es la única referencia al autor de Carrie: a lo largo de las 229 páginas —muy pocas, para las que acostumbra Joyce Carol Oates—, Rush se seguirá comparando una y otra vez con King.

A lo largo y ancho de seis décadas de escribir ficción —su primer libro de relatos, By The North Gate, se publicó en 1963—, la familia, esa célula muchas veces cancerígena de la sociedad, ha constituido una de las obsesiones de Joyce Carol Oates. Su novela más reciente traducida al español, Babysitter (Alfaguara, 2022), no es la excepción: a partir de que se encuentra con el misterioso Señor R y lo toma como amante, la vida de Hannah Jarret y la de su familia se precipitan al abismo, al mismo tiempo que los medios no dejan de mencionar a un asesino serial de niños, al que han apodado Babysitter.

Una gran ventaja de haber vivido todos estos años consiste en que Oates logra situar sus obras a la perfección en distintas épocas, las cuales no representan simples escenarios, sino que influyen —incluso determinan— la atmósfera de sus historias y la forma en que se comportan sus personajes.

La hija del sepulturero comienza a mediados de la década de los treinta, cuando la Segunda Guerra Mundial estaba muy cerca de oscurecer el horizonte, y termina en 1999. Qué fue de los Mulvaney (Lumen, 2020) ―también la historia de una familia conflictiva y que oculta secretos infames— se sitúa desde 1976 hasta 1993. En Breathe (Ecco / HarperCollins Publishers, 2021), aunque la autora no especifica una fecha concreta, sabemos que se trata de la época actual por los tratamientos médicos a los que accede Gerard ―el esposo de la protagonista, Micaela―, que está internado, muy grave, en un hospital de Nuevo México: una historia inspirada en la muerte de su propio marido, Raymond Smith, sobre quien ya había escrito en su espléndido libro testimonial Memorias de una viuda (Alfaguara, 2008).

Mi entrevista con Joyce Carol Oates terminó ese mediodía helado y soleado de febrero de 2016. Pero agradezco que mi diálogo con ella haya encontrado la posibilidad de continuar a través de sus obras. 

El próximo 16 de junio, cuando celebremos sus 85 años de edad, recordaré con emoción que un día la vi de frente, la tuve muy cerca y que, cuando le pregunté qué opinaba de que la colocaban entre las favoritas para ganar el Nobel de Literatura, me contestó riendo: “Bueno, eso yo no lo he escuchado”.+