Sentir a la vez común y a la vez diverso: arte

Sentir a la vez común y a la vez diverso: arte

Aura R. Cruz Aburto

¿Es el arte un asunto de crítica, de creatividad o de empatía? Probablemente todo ello esté implicado. Sin duda, el arte abre un sentir a la vez común y a la vez diverso, tanto como se trata de un acto radicalmente creativo.

Lectora, lector, imagina aquella obra de arte que más te ha conmovido: escucha la novena sinfonía de Beethoven; recrea el encuentro de Dios con el ser humano en la Capilla Sixtina de Miguel Ángel; restituye la trágica imagen del Guernica de Picasso; sitúate dentro de ese bosque artificial que se suscita al interior de la Sagrada Familia de Gaudí; siente cómo tu cuerpo se exalta como el del cisne negro en el ballet del Lago de los cisnes o proyecta esa imagen en movimiento del “amanecer del hombre”, con música extraordinaria, en 2001: una odisea del espacio. Algo nos conmociona y, aunque seguramente la experiencia de cada cual es única, coincidimos en sentirnos trastocados. Pero ¿qué hace que una pieza finita en tiempo y espacio abra un infinito de posibilidades en cada uno de nosotros? ¿Qué produce el arte?

Podríamos pensar que el arte produce piezas. En otros tiempos, se esperaba de esas piezas belleza y, más tarde, alusión al registro de lo sublime. Sin embargo, el arte hoy no está obligado a ser bello ni sublime solamente y, en realidad, a veces ni siquiera tiene que estar objetivado en una pieza concreta. La música nunca ha estado obligada a su objetivación, pues su registro se encuentra en el tiempo y no en el espacio. Tras la irrupción del cine ha quedado develado que, más que una obra de valor irrepetible, lo que el arte produce es una experiencia estética, que no se trata de un asunto meramente de sujetos ni de objetos, sino de la relación que aparece entre la potencia sensible de una pieza y la facultad sensible de su receptor. 

Así pues, el arte, más allá de su materialidad concreta, ha de saber producir potencia sensible. ¿Qué quiere decir esto? La capacidad de que algo llegue a provocar una alteración en el registro de nuestra sensibilidad. Como dijo hace no tanto tiempo el pensador italiano Emanuele Coccia en su maravilloso texto La vida sensible, se trata de la existencia que se define por la posibilidad de ser sentido por alguien más.

Pero ¿la vida sensible es todo lo que hace que el arte sea arte? Desde luego que no. El arte no sólo (aunque indefectiblemente) se define por trabajar con ideas que se constituyen de manera sensible, a diferencia de la filosofía, en la que se factura con conceptos abstractos, y de las ciencias, que propone funciones que buscan determinar lo indeterminado. El arte produce ideas que siempre son sensibles, pero hace aún más con esas experiencias: rompe el flujo continuo de lo esperado y disloca el sentido común. Por eso, es espacio de creatividad, pero también de crítica. 

Pensemos, por ejemplo, una vez más en la Sagrada Familia: aunque su interior resuena con tantos y tantos bosques de factura no humana, Gaudí nos ha introducido en un bosque sin precedentes. Diría Kant en La crítica del juicio que se trata de la continuación de la actividad creadora de la naturaleza. Es continuación, pero no a partir de la mera repetición; hay ruptura e irrupción de algo que no existía antes, aunque, paradójicamente, también existe resonancia de una actividad cósmica. Entonces, el sentido común racional, cotidianamente exaltado, se desmorona ante la fuerza creativa, que es más que humana. El arte también es emergencia de la crítica, porque rompe con lo que damos por hecho, con todo aquello que, hasta entonces, considerábamos destino.

Pero, entonces, ¿el arte nos puede mover a la empatía, a la compasión o a la simpatía? Como ya he escrito, el arte constituye ideas sensibles, es decir, resulta indisociable del pathos: empatía, em-pathos; compasión, com-passio; simpatía, sim-pathos… El arte, para poder ser llamado así, tiene la potencia de conmovernos y disponernos a crear nuevas ideas. Sin embargo, he aquí un secreto: el arte no nos hace sentir igual a todos; en todo caso, está conformado de perceptos y afectos, no de percepciones y afecciones, como señalaban hace poco más de treinta años Deleuze y Guattari (1991) en su obra ¿Qué es filosofía? El arte lanza al mundo una existencia sensible en forma de música, imagen, espacio, volumen o imagen-movimiento, y solamente culminará su existencia en la efectuación de la experiencia estética; es decir, cuando ese cúmulo potencial de perceptos y afectos se concrete en las percepciones y afecciones singulares de una persona.

La promesa del arte está en conectarnos, pero sin absorber nuestras diferencias, sino acentuarlas, potenciarlas, llevarnos a comprender el valor de nuestras singularidades. Quizá la más grande promesa del arte está en la posibilidad (ojalá no tan lejana) de que este encuentro a la vez convergente y divergente nos llame a no sólo experimentar la conmoción, sino a hacernos creadores de nuevos mundos posibles. Esa será, precisamente, la obra de arte total del pueblo por venir que soñaban Deleuze y Guattari hace aproximadamente 35 años: la construcción de mundos nuevos, necesariamente precedidos por el redescubrimiento por parte de las sociedades de su potencial creativo. 

Sí, el arte significa empatía, compasión, creatividad y crítica. Pero es aún algo más: la promesa de la simpoiesis, la capacidad de crear un mundo común humano y más que humano.+