Una celebración de lo salvaje: rewilding y literatura

Una celebración de lo salvaje: rewilding y literatura

Mariana Aguilar Mejía

Los niños que pasan tiempo en espacios verdes entre los siete y los doce años tienden a pensar en la naturaleza como en una especie de magia.

                                                                                                                                                                    Isabella Tree, Wilding

1. Una historia sobre soltar el control

Mi primer empleo cuando salí de la universidad fue dar clases de historia a niños de secundaria. Yo no había estudiado una licenciatura en historia, sino en letras. Antes de cada sesión, tenía que aprender acerca del tema con todos los recursos que estuvieran a mi alcance. Leía y veía documentales hasta que encontraba una conexión, algo auténtico para transmitir a unos estudiantes que, además, eran extremadamente curiosos. Estoy segura de que la enseñanza de la historia implica metodologías científicas, pero, con el perdón de los expertos, la pasábamos muy bien.

Como recorrimos la historia universal de esta manera, una de las verdades más sólidas que mis alumnos y yo descubrimos fue la inutilidad y el poder destructor de las guerras. Cuando buscamos el origen de nuestros males colectivos, siempre hay detrás un conflicto bélico cuya motivación es ejercer poder sobre otros. La crisis medioambiental no escapa de esta constante.

Durante la Segunda Guerra Mundial (aquella que Virginia Woolf pensó cómo detener en su ensayo Tres guineas), el Ministerio de Agricultura británico lanzó una campaña llamada Dig for Victory (cavar para la victoria). Ésta alentaba a la población a cosechar verduras y legumbres en cada espacio al aire libre en Inglaterra, con el objetivo de abastecerse de alimentos. No sólo las tierras de siembra, sino los jardines de las casas y los parques públicos se convirtieron en áreas de cultivo, incluso los jardines de la Torre de Londres fueron labrados.

¿Cómo una iniciativa tan loable podría tener consecuencias negativas? Sin duda, el gobierno británico trataba de que las personas no murieran de hambre, además de que mantuvieran la fortaleza de espíritu necesaria para atravesar la crisis. Esta sobreproducción de alimentos ya nunca se detuvo; invadió espacios que antes ocupaba la vida silvestre. Los mitos del desarrollo y del trabajo intensivo quedaron asentados en una actividad clave para los seres humanos: la agricultura.

La guerra ―parafraseando a Virginia Woolf, la londinense más punk― no está sólo en los combates; sino en las estructuras de la civilización moderna: en el deseo de superioridad, la competencia desbocada, el anhelo de posesiones y de triunfar sobre los demás. La semilla de la violencia puede estar en valores aparentemente inofensivos. Y la clave para desenredar estos absurdos también resulta sencilla, pero requiere sensibilidad, sutileza y claridad. 

La campaña Wid for Victory y la agricultura industrial fueron el punto de partida de la historia de Isabella Tree y su esposo, Charlie Burrell, que ella relata en el libro Wilding: The Return of Nature to a British Farm (Pan Macmillan, 2019). En la década de los ochenta, este matrimonio heredó una enorme propiedad en Knepp, Sussex. Estas tierras habían sido explotadas desde la generación de sus abuelos. Cuando Isabella y Charlie la recibieron, se encontraba agotada. Durante los primeros años, invirtieron en infraestructura y en fertilizantes químicos, pero fue en vano: en lugar de áreas de cultivo se encontraban con más y más lodo.

En 2001, Isabella y Charlie decidieron dejar de luchar contra la tierra, soltar la ilusión de control y empezar un proyecto de recuperación de la biodiversidad con la asesoría del biólogo holandés Frans Vera. El primer paso consistió en traer de nuevo a la megafauna que habitaba esos espacios. Liberaron alces, ciervos rojos, castores y otros animales que regularon la vegetación sin necesidad de supervisión. La dinámica de la naturaleza volvió a su cauce. Regresaron las aves, los insectos, las hierbas silvestres.

Veinte años después, este proyecto pionero en el rewilding (“resilvestración” en español) ha creado una red para replicar su impacto, ha impulsado políticas públicas y ofrece visitas guiadas en Kneep. Cuando le preguntan a Isabella Tree cuál es el reto más grande en este proceso, asegura que vencer esa “obsesión victoriana encorsetada que tenemos por ordenar”.

2. La poesía de lo salvaje 

Así como la guerra es la expresión de la crueldad, la naturaleza es quizá el símbolo más poderoso que tenemos para la humildad, en su sentido etimológico: provenir y estar destinados a regresar al humus, la tierra. Por eso, la poesía sostiene un vínculo inquebrantable con el entorno natural. Pero no con los jardines de pasto recortado (ningún gran poema se escribió para un campo de golf ni para un arreglo floral); al contrario, se canta a lo salvaje, porque nos aproxima a lo sagrado.

Walt Whitman empezó uno de sus mejores poemas con este verso: “Yo creo que una hoja de hierba no es menos que la diaria trayectoria de las estrellas”. El universo de Whitman gira alrededor de la fuerza del amor. Más que obras para leerse en silencio, son cantos para decirse en voz alta, pues el poeta encontraba en las montañas, el mar, los bosques, los ríos, los animales y los cuerpos de hombres y mujeres motivos para celebrar una existencia libre y vigorosa.

En su poema “Frente al mar”, Alfonsina Storni les confiesa a las olas que deseaba la fuerza, la cólera y la fiereza que poseen, y que se siente agotada de haber renunciado a lo salvaje que la habitaba. Éstas son apenas dos de sus estrofas:

Me empobrecí porque entender abruma,

me empobrecí porque entender sofoca,

¡bendecida la fuerza de la roca!

Yo tengo el corazón como la espuma.

Mar, yo soñaba ser como tú eres,

allá en las tardes que la vida mía

bajo las horas cálidas se abría…

ah, yo soñaba ser como tú eres.

El chileno Jorge Teillier creció entre la naturaleza del sur de su país. Luego, en su juventud, migró a la ciudad. Para él, también la naturaleza representa la clave de regreso a lo esencial. En su libro En el mudo corazón del bosque parece preguntarse a sí mismo:

¿Has olvidado que el bosque era tu hogar?

¿Que el bosque grande, profundo y sereno

te espera como un amigo?

Vuelve al bosque

allí aprenderás a ser de nuevo un niño.

Otra poeta que escribe sobre la dimensión de lo salvaje es la argentina Claudia Masin. Ella celebra la existencia de los yuyos, es decir, de las hierbas silvestres que tantos jardineros luchan por erradicar. El caos de los yuyos es lo que los vuelve más auténticos. Estas plantas sin ley parecen burlarse del progreso, de los planes de modernización, de las campañas de cosecha para ganar la guerra.

Lo extraordinario nunca sirve para nada […]. No era más que un yuyo, no iba a dar nada bueno al jardín, iba a asfixiar a otras plantas capaces de dar frutos o de volverse árboles.

La naturaleza siempre va a escapar de nuestro control. En todo caso, tal vez resultaría mejor dejar de medir el poder humano mediante la crueldad que ejercemos. La esperanza de relacionarnos con lo salvaje está llena de respuestas inesperadas: quizá consiste en liberar ciervos rojos en Knepp; tal vez se trata de que las nuevas generaciones encuentren caminos alternos a las guerras, o puede ser que a veces baste con leer a Walt Whitman y abrazar el desorden de todo lo que está vivo. +

Árboles famosos de la literatura universal

Especie Obra Autor o autora
Castaño Cien años de soledad Gabriel García Márquez
Pino blanco Moby Dick Herman Melville
Baobab El principito Antoine de Saint-Exupéry
Castaño Narciso y Goldmundo Hermann Hesse
Maple Maple Robert Frost
Naranjo Los ingrávidos Valeria Luiselli
Árbol de tejo Un monstruo viene a verme Patrick Ness
Roble El barón rampante Italo Calvino
Gomero o árbol del caucho El árbol María Luisa Bombal
Ents El señor de los anillos J. R. R. Tolkien

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