Las cuatro direcciones. Una entrevista a Alonso del Río

Las cuatro direcciones. Una entrevista a Alonso del Río

1 de marzo 2023

Por Julio Trujillo

Pocas personas han puesto tanto empeño como Alonso del Río en comprender con la mente, el cuerpo y el corazón la evolución de la consciencia a través de las plantas sagradas. Músico, escritor y creador del género de la música medicina, Alonso comparte con nosotros la alegría de publicar por primera vez uno de sus libros en México: Tawantinsuyo 5.0. Consmovisión andina (Ediciones Gandhi, 2022). La sabiduría y la claridad del pensamiento de los pueblos andinos está presente en estas páginas, que surgieron gracias a más de treinta años de estudios de la medicina tradicional amazónica. Sanar, aprender, revalorar, conectar, cambiar el paradigma… todas estas propuestas, que parecen nuevas, en realidad han permanecido siempre al lado de la humanidad. En esta entrevista, el autor peruano muestra generosamente aquello que ha observado en su propio camino.

Yo me dediqué, desde muy joven, al estudio de las plantas sagradas, que tanto en México como en Perú representan tradiciones muy antiguas. Al experimentarlas, uno se encuentra en un portal que comunica con tiempos ancestrales, en los que muchas personas formaban su mente, criterio y conceptos gracias a la ingestión de estas plantas. Esto nos ayudó muchísimo a acercarnos a la comunicación mediante símbolos.

Para Alonso del Río, los símbolos son una forma de expresión más profunda que las palabras, pues para interpretarlos se vuelve necesaria no sólo la razón, sino también los sentimientos, la intuición y los sentidos.

Al venir a vivir a Cusco, la última capital de la última civilización prehispánica, encontré una riqueza cultural muy grande todavía viva, que se expresaba en textiles, arquitectura y tradiciones orales. Esto me llevó a entender que, si bien no hubo una escritura formal como nosotros la conocemos, la comunicación no puede limitarse a la perspectiva cultural occidental. Mi labor se concentró en tratar de reinterpretar estos símbolos y descubrir no sólo su coherencia, sino también la resonancia que tienen con otros símbolos de culturas muy lejanas geográficamente, pero conceptualmente muy cercanas.

La comunicación simbólica, apunta Alonso, se remonta al arte rupestre, cincuenta o cien mil años atrás.

Muchas de estas manifestaciones, antes que artísticas, fueron eminentemente comunicativas. Yo mismo he visto en cuevas y en sitios arqueológicos del Paleolítico que, por ejemplo, existían símbolos comunes a todas las culturas, como la cruz y la espiral. La ciencia moderna clasifica estas expresiones como prehistóricas, o sea, antes de la escritura, pero sí había formas de comunicación con base en un poder que actualmente está muy mal entendido: la intuición. El ser humano que llamamos primitivo gozaba de esta facultad, que ahora tenemos casi extinta. Imagínate si hubiésemos podido, aparte de usar realmente la facultad de la razón, mantener la facultad intuitiva: seríamos una combinación fabulosa…

El pensamiento hegemónico nos ha determinado para valorar sólo aquello que proviene de un proceso racional, pero la realidad y la historia nos ha mostrado que prescindir del cuerpo, los sentimientos y la capacidad intuitiva puede conducir a resultados catastróficos. Nos aventuramos a preguntarle al autor si esta integración nos acercaría a una sociedad más poética.

¡Sí! La facultad intuitiva está muy relacionada con el tema del símbolo. Hay un efecto de resonancia; uno resuena con un símbolo: resulta intrigante, bello, parece decirnos algo que la razón todavía no entiende… Pasamos del paradigma intuitivo al paradigma analítico y racional. Con los filósofos griegos, específicamente con Aristóteles, dimos menos importancia a lo intuitivo para concentrarnos en que la realidad se determina por nuestra razón (modelo que hoy está ampliamente cuestionado por la neurociencia). Ahora nos encontramos en otro momento de la evolución. Luego de haber disfrutado de unos tres mil años de poner la razón en un trono (que no sé si merece, pero que temporalmente cumplió una función muy importante), se integran diferentes áreas y se han replanteado muchas cosas.

Al inicio de Tawantinsuyo 5.0, Alonso del Río recurre a un verso que reúne con gran belleza los conocimientos de la resonancia y la integración: Noka kani kan, kantajmi kanki noka, es decir, “yo soy otro tú”. El escritor recorre siglos y milenios gracias a estas conexiones, cuyo punto de partida es la empatía. Podemos decir que somos contemporáneos de Safo, si resonamos con un verso suyo…

La resonancia es un fenómeno físico que, sin embargo, tiene implicaciones a muchos niveles. Podemos resonar a nivel emocional o ideológico. Cuando lo analizamos desde lo físico, la resonancia se produce a partir de una fuente emisora con una potencia dada; ésta emite una frecuencia puntual que trata de homologar las otras frecuencias que se encuentran cerca.

La empatía consiste en una manifestación de la resonancia emocional: yo (no importa dónde esté) me modifico para vibrar en la frecuencia de la persona con la que quiero empatizar; entonces adquiero un tono receptivo. Si esa persona está triste, yo trato de sentir su tristeza para convertirme en un canal a través del cual pueda encontrar acogida y sentirse comprendida.

Sucede lo mismo a nivel ideológico: cuando lees un poema, basta un verso que produce un efecto contundente en todo tu ser para hacerte resonar. No importa cuánto tiempo haya pasado, existe una conexión gracias a la resonancia. Yo adoro a personas que vivieron hace tres mil años y que siguen vivas en la medida en que siguen resonando.

El Tawantinsuyo, el imperio más extenso de los incas, integraba poblaciones, paisajes y recursos diversos. Alonso revela que, no obstante, la comunidad tawantinsuyana coincidía en su amor por la realidad y por el bien común. Más que como realidad histórica, el autor recuperó esta palabra como concepto.

Tahuantinsuyo fue el nombre que la civilización inca le dio a su propia cultura. Literalmente quiere decir “las cuatro direcciones”, pero esto se puede entender de muchas maneras, no sólo como direcciones geográficas, sino como dimensiones: tenemos tres dimensiones de espacio y una de tiempo. Éstas se manifiestan de alguna forma en todos los planos de manera transversal, de manera que el ser humano como microcosmos también representa un ser de cuatro dimensiones, que expresamos incluso a través de los valores numéricos. Sin embargo, en realidad representan entidades filosóficas.

El concepto de unidad, por ejemplo, resulta muy profundo. Conocemos la unidad del género humano: hay un rasgo común que nos define como seres humanos y que quizá no tenemos totalmente claro, pero que las culturas antiguas se han encargado de transmitir: tú eres otro yo y yo soy otro tú. De esa forma conectamos y encontramos que nuestra esencia es una sola.

Se trata de principios arquetípicos: el de la unidad y el de la diversidad. Mientras existe un principio común entre tú y yo (lo que nos une), cohabita en nosotros otro principio, la forma encargada de manifestar la diversidad (que nos diferencia y que, de alguna forma, promueve la infinita creatividad). Por un lado, hay algo que no cambia: el principio eterno, inmutable, por otro, el principio cuya naturaleza es expresar la diversidad. Por eso tenemos que seguir defendiendo la diversidad biológica, cultural, ideológica. Mantener el respeto por la otredad es muy importante.

Todo ser humano tiene ambos principios divinos. En algunos momentos, nos manifestamos como diversidad y en otros, como unidad. Esto nos permite entrar a una tercera dimensión, un sistema diferente al sistema aristotélico de la lógica dual. Si nosotros aplicamos la lógica dual, vamos a encontrar una relación de conflicto. Un aporte de este pequeño libro consiste en que rescata una forma de lógica prearistotélica, y ésta nos ayuda a comprender los fenómenos y situaciones que rebasan la lógica dual. Llamamos a esto la cuatripartición.

En este libro no están divorciados el espíritu y la materia. Esta última se convierte en un factor importante, que no se debe despreciar, como ha ocurrido en infinidad de sistemas de pensamiento a lo largo de la historia.

Ésta es otra enseñanza traída de un pasado muy antiguo. La visión predominante mostraba que materia y energía son simplemente las dos caras de lo mismo, y la ciencia moderna lo ha confirmado. Podemos reemplazar energía por espíritu. Las religiones impusieron una visión muy equivocada respecto a la evolución humana: plantearon que la evolución espiritual consistía en rechazar la materia y buscar el espíritu. Esto ha creado una cultura que menosprecia el valor de la materia o su cualidad divina. Los antiguos realmente reconocían en la naturaleza una cualidad divina que los seres humanos modernos hemos perdido.

Habituados a los términos de la ciencia moderna, el contacto con la medicina tradicional y la cosmovisión andina se convierte en una oportunidad para ampliar perspectivas, poner en pausa los prejuicios, acercarnos a lo esencial. No debemos dejar de mencionar el uso de la ayahuasca como parte del ritual de aprendizaje, pues Alonso del Río representa una figura relevante en este ámbito.

El efecto que producen todas estas plantas, que llamamos sagradas, es de ampliación de la conciencia. Se les ha llamado efectos alterados de la conciencia, pero este término no me parece justo ni preciso, porque lo que hace simplemente es entender que la mente como un órgano perceptivo. Se trata de algo parecido a un ancho de banda, que es la capacidad de percibir: no quiere decir que todo lo que excede nuestra capacidad no exista.

Esta sustancia amplifica la conciencia y nos permite dar cuenta de fenómenos o manifestaciones muy sutiles, imposibles de captar normalmente. De pronto, podemos comprender un símbolo, un concepto. Creemos que las culturas primitivas fueron primitivas porque no pudieron mandar un cohete a Marte. Yo considero que, a nivel de autoconocimiento, alcanzaron horizontes tan o más altos que los nuestros.+