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La chica que garrapatea monos: acerca de Marjane Satrapi
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Marjane Satrapi no lo sabe, pero tengo muchas cosas que agradecerle.
Me explico: pertenezco a una generación de lectores mexicanos de cómics para quienes la historieta era una especie de gueto nerd en el cual a) parecía que sólo había hombres ―creadores y lectores― y b) daba la sensación de que todo se trataba de superhéroes gringos.
Lo primero ha sido falso desde el primer momento. Éste no es el espacio para abundar sobre la presencia femenina en la historieta, siempre silenciada y minimizada. Sin ir más lejos, la recientemente fallecida Trina Robbins ―ella misma una brillante historietista― escribió abundantemente sobre ello.
(Nombro al vuelo un puñado de ejemplos, por no dejar: Jillian y Mariko Tamaki, Jill Thompson, Dolores Alcatena, Rumiko Takahashi, Ramona Fradon, John Marcelline, Mónica Quant, María Luque, Marie Severin, Claire Bretécher, Power Paola, entre otras).
Lo segundo representa un estigma que aún carga la historieta en México: pese a la gigantesca diversidad de propuestas que se producen local e internacionalmente, los cómics de Marvel y DC acaparan el espacio mediático. Y si bien ahora muchos mangas adaptados al anime han enriquecido esta variedad, para el público lector el cómic parece una rama del género fantástico y no un medio narrativo.
Lo anterior, decía Dan Clowes en la década de los noventa, es como si todas las películas fueran de monstruos; es decir, de una monotonía, pues, monstruosa (cambie la palabra monstruo por superhéroe y verá de qué hablo).
Por ello resultó una sorpresa el éxito editorial de Persépolis, la novela gráfica debut de Satrapi, publicada por entregas en Francia a principios de este siglo (del que ya, ¡ay!, ha transcurrido un cuarto) y luego traducida a decenas de idiomas.
La historieta autobiográfica de una niña iraní que debe abandonar su país y refugiarse en Austria cuando éste cae en manos de los fanáticos religiosos liderados por el infame ayatolá Jomeini conmovió profundamente a millones de lectores de todo el mundo y atravesó fronteras, idiomas e ideologías.
Lo anterior es notable, tomando en cuenta no sólo que su autora no es, de origen, una ciudadana del primer mundo, sino una migrante de un país periférico ―término que detesto―, exportador cultural de apenas un puñado de películas, discos, alguna novela que aparece como curiosidad en nuestras librerías, si acaso… y poco más.
Añádase, además, que se trata de un dibujo extremadamente sencillo, por decirlo de un modo discreto: la gráfica de Satrapi resulta apenas un poco más compleja que la de una adolescente que garrapatea monos en sus cuadernos.
Alejada completamente, por un lado, del virtuosismo sobrehumano de Moebius o Enki Bilal, estrellas de la historieta francesa, y por el otro de la refinada estilización de la caricatura francesa de las bandes dessinées a lo René Goscinny, Marjane Satrapi blande sus lápices y pinceles con un desenfado naíf que, pese a sus limitaciones o acaso debido a ellas, provoca que sus imágenes se peguen a las pupilas de sus lectores para no desprenderse de ellas antes de haber devorado el libro.
Lo anterior viene maridado con una historia entrañable y conmovedora. La experiencia universal de la migración convirtió al libro en un fenómeno editorial que sorprendió, antes que a nadie, a sus propios editores, el colectivo de historietistas L’Assotiation, quienes fundaron la editorial para poder publicar sus cómics, demasiado alternativos para el rígido mercado francobelga, dominado al día de hoy por Tintín, Astérix y Lucky Luke.
El espíritu del libro y de toda la obra de Satrapi parece estar contenida en esta declaración que compartió en una entrevista que le hizo la actriz Emma Watson para Vogue: “El enemigo de la democracia no es un individuo, sino la cultura patriarcal, como en la familia, donde el padre decide y tiene la última palabra, del mismo modo que un dictador es el padre de una nación”.
El gran éxito del libro pronto le atrajo a su autora premios dentro y fuera del mundillo de la historieta, así como una adaptación animada del libro, codirigida por la propia Satrapi y Vincent Paronnaud, también historietista, quien firma con el seudónimo Winshluss y cuya adaptación del Pinocchio de Carlo Collodi a una historieta sin palabras es un prodigio.
El éxito mundial de Persépolis, tanto del libro como de la cinta, catapultaron a su autora a un auténtico estatus de superestrella mediática que, afortunadamente, no se ha dormido en sus laureles.
A diferencia, por dar un ejemplo, de Art Spiegelman, quien tomó el camino de Bartleby —Vila-Matas dixit—, Satrapi ha añadido a su obra varios álbumes, siempre a cuentagotas para desesperación de sus fans. De ellos, Pollo con ciruelas, acerca de un violinista iraní emigrado a Francia que, habiendo fallado como padre y esposo y perdido las ganas de vivir, reflexiona sobre su vida en el lecho de muerte, siguió la misma ruta hacia la pantalla grande, nuevamente codirigida con Winshluss, pero con actores en lugar de dibujos animados.
El resultado es un despliegue audiovisual onírico que echa mano de los recursos de la historieta con efectos deslumbrantes: un filme que compite con el álbum gráfico en su capacidad conmovedora.
Personalmente, mi obra favorita de Marjane Satrapi es Bordados, un cómic intimista en el que mujeres de distintas generaciones se juntan a coser y hablar desde sus diferentes experiencias.
A la filmografía de la autora se han añadido tres películas ya sin la colaboración de Winshluss: las comedias de humor negro La banda de los Jotas ―en la que debuta como actriz―, Las voces y Radiactivo, biocinta sobre Marie Curie, su debut directorial en Estados Unidos, filmada en inglés y producida por Amazon, que si bien ganó en producción, a mi ver perdió frescura. Es sólo una opinión, pues, por otro lado, se trata de un estupendo homenaje a una de las figuras fundamentales del feminismo, que se inserta con perfecta coherencia en la obra de una de las creadoras clave de la narrativa de nuestro tiempo, cuyo trabajo ya se extiende durante un cuarto de siglo, abarcando la historieta, la ilustración y el cine.
Y mientras Satrapi decide cuál será su siguiente paso: una película, una historieta o un álbum ilustrado (escribir de los cuales se me quedó en el tintero), yo agradeceré permanentemente a esta joven iraní haber demostrado que un testimonio honesto sobre tu experiencia de vida puede conectar y conmover a millones de lectores y cinéfilos tanto o más como la historia de un adolescente que, picado por una araña radiactiva, decide vestirse de luchador y combatir el crimen.
Gracias, Marjane.+