Los dilemas de la distopía: entrevista a Ian McEwan
18 de marzo de 2020
Yara Vidal
Hace algunos años, en una entrevista, Ian McEwan confesó que su escritura no está marcada por algún ritual extraordinario. Él, simplemente, llena cuadernos con los párrafos que tal vez le servirán más adelante. En algún momento, siempre marcado por lo azaroso, retoma alguna de esas notas y se sienta frente a la computadora para teclear y teclear hasta que las líneas se transforman en una historia perfectamente redonda. McEwan, en esa ocasión, no reveló más sobre los secretos de su oficio; sin embargo, es posible pensar que, en ausencia de rituales, la lógica de la escritura se muestra con toda su fuerza: se trata de crear un enunciado, de tal manera, que sea una consecuencia única y directa de la transformación de las palabras. Desde este punto de vista, su secreto, quizá, podría ser comprendido: una sola oración contiene toda la historia y la labor del autor. El empeño es construirla.
La importancia de la obra de McEwan es grande: The Times lo seleccionó como uno de los cincuenta mejores escritores británicos de los últimos setenta años y, por supuesto, algunos de sus libros son imprescindibles: Amor perdurable, Solar, La ley del menor o Cáscara de nuez. Además de esto, él ha creado guiones para cine y ha participado como guionista de una ópera: For You, la cual fue musicalizada por Michael Berkeley. Su novela más reciente Máquinas como yo (Anagrama), ocurre en un Londres absolutamente distópico durante los años ochenta del siglo pasado, y en ella nos pone frente a una serie de cuestionamientos mucho más que inquietantes: ¿qué nos hace humanos?, ¿dónde están los límites éticos de la inteligencia artificial?, ¿puede una máquina llegar a entender y juzgar la complejidad moral de las decisiones de un ser humano? Conversar con Ian McEwan sobre Máquinas como yo se convirtió, entonces, en una prioridad.
—La figura de Alan Turing —el científico británico que en la novela no se quita la vida por ser perseguido debido su homosexualidad— es crucial en Máquinas como yo. Su supervivencia marca el inicio de la era de Internet en una fecha muy temprana, y lleva al surgimiento de la inteligencia artificial. ¿Crees que su influencia en nuestro mundo está subestimada?
“No, creo que ha recibido una justa dosis de grandeza. Debido a que la era digital ha llegado a cada rincón de nuestras vidas, podemos mirar al pasado para valorar el trabajo teórico que Turing realizó en los años treinta. Además, su labor en Bletchley le hizo ganar otro tipo de renombre. Algunos piensan que él aportó más que cualquier otra persona para acortar la Segunda Guerra Mundial; quizá un par de años gracias a su papel en el desciframiento de los códigos secretos de los nazis. Esta es una declaración importante, aunque difícilmente verificable, por supuesto. Finalmente, tenemos a Turing como un homosexual que sufre, bajo las conservadoras leyes de los años cincuenta. Así, en 1954, atestiguamos cómo su suicidio le trajo la fama. El Estado, que tanto le debía, lo llevó a una muerte prematura”.
—¿Hubieras preferido una década de los ochenta como la imaginas en tu libro?
“En ese momento había mucha gente a la que no le habría importado que Tony Benn —el más afamado político del Partido Laborista— estallara en su cama. Yo no soy una de esas personas. La guerra de las Malvinas fue una tragedia enorme, apenas recordada hoy, aún como victoria. Pero este hecho llevó al colapso del viciado Estado fascista argentino. Mi objetivo en el libro fue recrear de manera diferente la década de 1980. El presente siempre nos trae una sensación de lo inevitable, pero sabemos, en nuestros corazones, de su carácter contingente: con qué facilidad las cosas pueden tornarse distintas”.
—En la novela, Charlie (el narrador) y su vecina y amante, Miranda, están involucrados en el desarrollo de la inteligencia artificial y, en especial, en la evolución de Adam –un androide- que ocupa un papel importante en sus vidas. ¿Dibujaste un paralelo entre este acto de creación y la manera en la que creas a tus personajes?
“Los personajes, en la ficción, evolucionan. Ellos forman un bucle difícil de describir, dirigen el curso de las acciones a la vez que son moldeados por ellas. Incluso, algunas veces sorprenden al creador. En Máquinas como yo el narrador marca el camino a través de la creación de la personalidad de Adam. Después aprende que este personaje posee una serie de predisposiciones y, además, cuenta con la experiencia del aprendizaje automático que lo guiará y formará. Los padres se engañan con frecuencia al creer que modelan las personalidades de sus hijos; hay poca evidencia de que eso sea posible, como lo pueden testificar aquellos que tienen más de un hijo”.
—¿Crees que estamos cerca de crear una inteligencia artificial como la de Adam?, y de ser así, ¿qué tan bueno sería?
“Creo que nos falta un largo camino, aún no tenemos una manera eficiente de almacenar energía; Adam puede correr 17 kilómetros en dos horas. Para impulsar a un robot de 165 libras y hacerlo recorrer esa distancia, requieres una batería enorme y pesada. El cerebro humano, que apenas tiene poco más de un kilo de peso, contiene algo así como cien billones de neuronas; cada una de ellas puede efectuar más de diez mil conexiones por segundo. Y todo esto sin sobrecalentarse ni sobrepasar los 25 watts, la potencia de una bombilla tenue. ¡Qué maquinaria! La naturaleza nos lleva tres billones de años de ventaja. Pero tanto mi Adam como Eve llegarán algún día. Quizá más pronto de lo que creemos. Respecto a si será o no algo bueno, depende de hacia dónde nos quiera llevar Máquinas como yo. De cualquier manera, dudo que nos resistamos a inventar máquinas como estas”.
—Buena parte de tu ficción incluye temas de ciencia y crimen, aun así no podemos etiquetarlo como ciencia ficción o crimen de ficción. ¿Te inspiran algunos autores de estos géneros?
“No leo mucha ficción, aunque sé que hay tesoros por ser encontrados ahí. He leído algunos autores clásicos: Wells, Huxley, Lem, Wyndham y Le Guin, entre otros. Entre más apocalíptico es el escenario, más gente empieza a moverse alrededor del universo a velocidades que superan la de la luz; entonces, el interés humano se desvanece, así percibo las cosas”.
—En esta novela, Los Beatles se han reformado, y algunas piezas famosas de literatura tienen nombres desconocidos. ¿Disfrutas imaginando un mundo distinto en el arte y la música? ¿Hubo otras obras que no llegaron a esta novela?
“La premisa es que, si la ciencia está en un lugar distinto en 1982, entonces, la política, la literatura y todo lo demás también tuvo que haberse movido. Disfrutable, sí, pero traté de mantenerlo en un segundo plano, de otra manera hubiera “ahogado” el tema moral central —una violación y sus consecuencias— que está en el corazón de la novela. Así que prácticamente el mundo entero, real o imaginado, no “llegó” a mis páginas”
—¿Habrá una secuela de la novela ambientada en estos mismos mundos? ¡Me encantaría saber qué pasa después y cómo sería hoy ese universo!
“En cincuenta años, nunca he creado la secuela de una ficción. Quizá es el tiempo de hacerlo…”+