Las consecuencias de no ser hombre. Mujer, diseño y visibilidad

Las consecuencias de no ser hombre. Mujer, diseño y visibilidad

2-jul-23
Brenda Ríos

En un artículo sobre Charlotte Perriand publicado en la revista Arquitectura y Diseño, David Quesada, redactor jefe, dijo lo siguiente: “a pesar de una carrera incombustible, llena de piezas icónicas y una personalidad impropia de su tiempo, Perriand ha sufrido las consecuencias de no ser hombre”. Me pareció tremenda la cita, así que comienzo el texto con ella. El fragmento engloba todo lo que no está ahí: lo visible, el reconocimiento, los pactos de muchas instancias y personas para perpetuar una sola manera de hacer las cosas. Hasta hace poco, uno de los museos más importantes del mundo, el Louvre, nombró a una mujer como directora: Laurence des Cars. Tuvieron que pasar 230 años para que eso sucediera. ¿Cuántos museos y galerías son dirigidos por mujeres? ¿Cuántas muestras se hacen para visibilizar la obra de artistas y diseñadoras?

Pensemos en el porcentaje de mujeres que estudian arte, arquitectura o diseño con relación al número de profesionales que tienen o que llegarán a ocupar espacios de toma de decisiones, puestos directivos, ser decanas de facultades, curadoras, editoras, etcétera. Ese mismo porcentaje habría que pensarlo (verlo) con la representación de las mujeres en el arte mismo. Pongamos que en un museo hay 200 cuadros y esculturas de mujeres ante una sola mujer real ocupando un cargo en 230 años. La suma no suena muy favorable. Estar dentro del cuadro es válido. Estar afuera, decidiendo qué se muestra y cómo, qué se edita y cómo, no lo es. 

En 1988, en México, el director de Bellas Artes, Víctor Sandoval, nombró a directoras en todos los museos de esta institución, creando un precedente a nivel mundial. Sandoval creía en la importancia del currículum, la formación y la vitalidad de las mujeres, en la necesidad de tener un punto de vista femenino detrás de las acervos más importantes de nuestro país. Él las llamó las amazonas; algunas de ellas son Sylvia Pandolfi, del Museo de Arte Carrillo Gil; Leonor Cortina, del Museo Nacional de San Carlos; Blanca Garduño, del Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo; Graciela de la Torre, del Museo Nacional de Arte; Fernanda Matos, del Museo del Palacio de Bellas Artes, y Beatriz Vidal de Alba, del Museo Nacional de la Estampa. Las directoras impulsaron premios, bienales, libros; gestionaron exposiciones internacionales; curaron exhibiciones itinerantes; aumentaron los acervos de los museos a niveles sin precedentes. Lamentablemente, hoy estamos lejos de revivir esta experiencia, pues se ha roto la continuidad de ese legado, pero su contundencia no podrá borrarse jamás.

En el inicio de Mujer que sabe latín, Rosario Castellanos habla de aquello que los hombres aman ver en las mujeres: que sean hermosas, musas, y calladas. Un mito. Un objeto para venerar. El ensayo, no exento de ironía, muestra que esto consistió en un recurso político para mantener a la mujer a raya, en el terreno de lo sagrado-doméstico. Se creyó que años después del derecho al voto esta premisa no existiría. Pero no. En todo caso, está más vigente que nunca. El mito tiene que gritar un poco más si quiere ser notado. 

¿Cómo han influido los movimientos feministas y la lucha de las mujeres por acceso al trabajo a la intervención y modificación del espacio público? ¿Existe relación entre el trabajo real ejercido por las mujeres y su posible reconocimiento? El esfuerzo de generaciones enteras a varios años de la Revolución Industrial continúa rezagado con relación al enaltecimiento de los hombres en la mayoría de los puestos directivos de compañías, instituciones y asociaciones de arte, arquitectura y diseño.

¿Hay una relación entre el diseño y la representación de un solo cuerpo? Sí. Basta ver el diseño de las calles y los lugares públicos para dar cuenta de ello. Sólo en ciertas zonas las aceras están hechas para coches de bebé; no hay cambiadores de bebés en los baños de hombres; la falta de luminarias no aporta seguridad a las mujeres, por lo que circulamos en espacios restringidos. ¿De quién es la calle entonces? Una ciudad que no puede ser caminada es una ciudad condenada al esparcimiento en centros comerciales. Recife, ciudad del noreste de Brasil, en uno de los periodos más inseguros y violentos, redujo el uso de vía pública. No había jardines ni parques. La gente se citaba en los malls: ahí comían, caminaban, dejaban el auto en el estacionamiento porque resultaba mucho más seguro, ahí pasaban el día entero. Daban vueltas por toda la plaza: en eso consistía su paseo. Lo que sucedió hace poco con la torre Mitikah en Ciudad de México representó justo eso: la iniciativa privada se apodera de la calle y del espacio común para “arreglarlo”, mientras instala una plaza gigante. El espacio público deja de serlo.

La película iraní Una chica camina a casa de noche (Ana Lily Amirpour, 2014) explora la inmersión a una vida urbana que por regla general no les pertenece a las mujeres, mucho menos a las jóvenes. La protagonista camina confiada en un solo poder. Los hombres se le acercan con ventaja, dando por hecho que si está sola a esa hora es porque trabaja como prostituta. Sólo ellas pueden usar la calle, aunque bajo riesgo. La chica es vampira. Esto cambia la escena por completo. Las mujeres que no tienen miedo de caminar solas (con todo lo que esto implica en Medio Oriente y en países como el nuestro, donde podemos ser secuestradas y atacadas en pleno día) es porque poseen poderes sobrenaturales o fantásticos. Lo grave es dar con el punto: sólo así se puede habitar la noche.

La mujer artista es también una luchadora que pelea por ser vista, apreciada y reconocida. Muchas de ellas apenas comienzan a tener ojos encima. Charlotte Perriand, Elaine Bass, Betty Willis, Zaha Hadid, Carolyn Davison, Paula Scher, Eileen Grey: mujeres cuyo trabajo aún no se reconoce por completo. Las mujeres más importantes de la historia del diseño contemporáneo tienen el destino de que sus trayectorias y logros se cuenten a partir de la cercanía con los hombres célebres de su generación (La misma Perriand veía su nombre ligado al genio de la arquitectura Le Corbusier). Su participación en antologías o muestras colectivas dedicadas al diseño resulta simbólica, nunca protagonista; a menos que existan mujeres en la curaduría; entonces la perspectiva es otra: las mujeres ven a las mujeres. 

A Elaine Bass siempre se le asocia al lado de su esposo, Saul Bass. Colaboraron juntos por décadas, pero el crédito sólo lo recibió él. Hacían la producción, escritura, cinematografía, edición y selección musical de diversos cortometrajes. Mubi recientemente la agregó a un ciclo de autor, con varios de sus filmes. Notes on the Popular Arts es de lo mejor de su obra. Por fortuna, comienza a ser más notada. Y lo mejor es que está viva. 

Diseño y cuerpo masculino

Tomemos un celular, el que sea. ¿Quién decide su tamaño y peso? ¿Está hecho para las manos de las mujeres? No había pensado en eso hasta que me topé con el fascinante libro de Caroline Criado Perez: La mujer invisible. Descubre cómo los datos configuran un mundo por y para los hombres (Seix Barral, 2019). La autora nota que los teléfonos celulares fueron hechos para caber en los bolsillos de los pantalones masculinos. Entendí que esa molestia de mi mano al final del día es por abrirla para sostenerlo: mi celular mide 15 × 8 centímetros.

Criado Perez usa los datos duros para dar cuenta de cómo el diseño de objetos, aplicaciones, muebles, entre tantos más, no considera al cuerpo femenino. Los baños para mujeres en espacios públicos, por ejemplo. Siempre son del mismo tamaño, en metraje, que los de los hombres, sin contemplar que las mujeres tardan más y asisten más al baño por múltiples razones. Esto ocasiona que siempre haya filas tremendas en ellos. Los cinturones de seguridad, por otra parte, no protegen a una mujer embarazada. Las investigaciones médicas sólo toman en cuenta el cuerpo masculino… Este libro hace evidente la ceguera de género de los responsables de políticas públicas, pero también todo lo que el diseño permea en la cultura: hábitos de consumo, disposición del espacio público, una vida más cómoda para algunos que para otras. 

Justo pensando en eso, recuerdo a Zaha Hadid, la famosa arquitecta anglo-iraquí. Hadid inventó la arquitectura femenina, me dijeron una vez. Ella incorporó el cuerpo femenino a la arquitectura: curvas, líneas suaves, geometría más empática; vio lo que nadie consideraba. Fue la primera mujer en recibir el Premio Pritzker de Arquitectura y muchos otros. Sus principales obras son una muestra de su talento al combinar materiales y formas. Curvas muy pronunciadas, ése es su sello. Pero no sólo eso, sino que sus diseños parecen espacios futuristas, limpios: como si diseñara joyería con concreto. 

Por lo pronto, esperemos el momento en que las empresas de celulares contraten mujeres diseñadoras. +