La guitarra color cerezas tiene un comentario
23 de febrero de 2022
La canción que estoy tocando está por terminar y deseo detener el tiempo con todas mis fuerzas. En este preciso momento, las personas en el concierto están conmovidas por las cosas inexplicables que han sentido tras oír mi música.
Llevo tocando dos minutos cuarenta y cinco segundos de algo inexplicable, algo que se siente tan breve como un balazo o un beso a ojos cerrados.
Son tantos mis deseos de detener el tiempo, que, de hecho, lo he conseguido. Estoy sorprendida de mí misma. Soy una guitarra Washburn HB 35 WR, del color de las cerezas. Estaban por darme el golpe final con un acorde de mi menor, nota en la que todo terminará, cuando he congelado este momento. Ahora mismo soy peso muerto en el cuerpo del guitarrista. En mis cuerdas se han empapado gotitas de sangre después de un concierto de dos horas y media.
No sé por cuánto tiempo más pueda seguir reteniendo el tiempo en realidad no sé de qué forma lo he logrado. Pero antes de que todo vuelva a transcurrir, de que la canción se termine y yo sólo pueda volver a comunicarme a través del sonido de mis cuerdas y de un amplificador, debo decir algo: envidio a todas las personas de este mundo por ser capaces de hacer melodías sólo con sus palabras y sin nada más.
Ustedes nunca han dejado de pronunciar palabras para hacer canciones y nunca han dejado de hacer canciones para pronunciar palabras.
En muchos idiomas, he escuchado palabras que se oyen increíbles: tornado en español, cadeu en francés, deadpan en inglés y sehnsucht en alemán son mis preferidas. Pero es música la que me sigue causando curiosidad absoluta, pues es como se define a mi oficio, mi vida entera.
En español, inglés, francés y portugués, esta palabra se comienza a escribir idéntica al muuu de una vaca. Escuché que viene del latín musicus, y que su abuela es la palabra griega moysikós. El sonido de la primera parte, el mu, ya es musical. En cualquiera de estos cuatro idiomas comienza a escribirse igual, pronunciada es muuuy diferente.
En español, es dura y directa: m. Luego u. Empieza de manera ruda, pero obediente a como se vocalizan las letras. Qué lindo: la palabra primero hace un viaje tomando un barco en un mar de sonidos graves, a continuación, la s y la i se convierten en navegación tranquila. Después ese barco se vuelve un avión despegando desde el agua. La c es esa chispa adecuada que enciende el motor, y la a son las alas, por eso tiene esa forma. Del mar al cielo en solo tres sílabas. Música.
En inglés, la armonía en la palabra cambia, entre la m y u se mete un gato a maullar. Miu, le hace. La lengua debe hacer una maniobra casi mística pues la letra i anda de chismosa; se autoinvitó. Provocó que todo sea más melodioso. Es mu, a continuación sic, music. Dos sílabas y se acabó. No se queda nada corta: la palabra ya funcionó igual a una canción en sí misma, tan fugaz como un asalto con pistola.
En francés, la música es llevada a otro salón, en donde se toca un vals porno. Yo pensé que la palabra se oía similar en el español, lo cual se me hizo raro, así que me puse a escuchar mejor y encontré la diferencia: en francés esta palabra se canta. Escucha con cuidado y encontrarás que el muuu es diferente al español. Tiene algo extraño, un no sé qué, también un qué sé yo. Después, en el salón de música en el cual baila esta palabra, todo el mundo se desviste y empieza a tocarse, la letra u calienta a quienes la van pronunciando, y luego, cuando todos y todas están a punto de llegar al clímax, todos y todas se visten y se van. La palabra ha terminado. Musique.
En portugués, el sonido saca a bailar a la lengua. La pone donde quiere, justo en la parte en donde se esconde una pronunciación con tanto ritmo que hueles la humedad y la tierra mojada en una noche. El mar en el cual pienso que la palabra navega en el idioma español se convierte en un tarima de madera, y el cielo y las alas se convierten en focos de colores alumbrando a personas que quieren disfrutarse entre ellas.
Creo que he dicho poco de lo que quería decir. En fin, a veces así somos las guitarras.
El tiempo ha empezado a avanzar. Unas cuántas milésimas de segundo se me han comenzado a escapar. El infinito, agarrado del verso, coro, verso, puente, coro, se va. Ya no puedo sujetar más los segundos; se me escurren entre mis cuerdas. Las luces comienzan a moverse; el escenario, a retumbar; el público toma vida.
De ser peso muerto en las manos de un guitarrista, ahora comienzo a cantar sonidos eléctricos. Se produce esa alquimia en medio de la iluminación de neón y humo; tristezas, alegrías, rabia y frustraciones transformadas en poesía con banda sonora.
La canción que estoy tocando dura dos minutos cincuenta segundos; faltan cinco segundos para que el concierto acabe y el sonido se vuelva silencio.
Eso sólo hasta que las personas exploten en aplausos, groserías, abrazos, deseos.+