
La intimidad del pensamiento: la psicología de los personajes que pueblan los relatos de Virginia Woolf

Un vago retrato de Virginia
Virginia Woolf: un nombre que expresa ingenio, audacia, aventura y aguda inteligencia. Pronúncialo en voz alta: tiene ritmo, armonía y vivacidad. Sin embargo, hoy en día, no se asocia a Virginia con casi ninguno de estos atributos. Al escarbar en nuestra memoria —o en el mismo Google—, el nombre de Virginia Woolf evoca, casi por defecto, imágenes en blanco y negro: una dama pálida, indiferente, lánguida, enfermiza, rayando el aburrimiento o el hartazgo.
¿Cuál es la realidad de esta escritora?
Vale la pena descubrirlo leyendo su obra, sus grandes novelas: Las olas (1931), Al faro (1927), La señora Dalloway (1925), Orlando (1928), por mencionar algunas. Pero no olvidemos que Virginia también escribió muchísimos relatos en los que volcó todas sus curiosidades, dudas, intrigas existenciales, sarcasmos e ironías, siempre que se le antojaba.
Sus relatos fueron el campo de experimentación que, indefectiblemente, su gran ingenio necesitaba. Lo diré sin rodeos: ¡sus relatos son EXTRAORDINARIOS!, en mayúsculas y con admiración.
Por otro lado, antes de pasar a analizar el conjunto de sus relatos, me gustaría completar el vago perfil que aquí he intentado trazar de Virginia Woolf.
Virginia no fue lo que aparenta a simple vista. Observa con meticulosidad sus retratos en grises: capta la ironía de sus cejas, la curva socarrona al final de la comisura de sus labios, la mirada fija y sostenida, la postura segura y audaz, las figuras y decorados en su vestimenta, que —seguramente, si la foto no fuera en dos tonos— estaría plagada de colores.
Tengo la certeza de que Virginia era campechana, como decimos coloquialmente; bromista, con humor bonachón, de mente aguda, aventurera, cultísima. Lo noto en sus escritos, en sus intenciones, en sus juegos de palabras. Lo confirmé leyendo sus cartas personales y extractos de sus múltiples biografías ―que te aconsejo consultar―. Su vida es tan rica e interesante como su obra.
Sus relatos, sus personajes y sus intereses
La intriga existencial, es decir, las dudas y cuestionamientos profundos de la propia existencia, el sentido de la vida, pues, son el núcleo de toda su obra.
Sus relatos no se cimientan en la acción dramática clásica. La narración se centra en la vida interna del personaje, sus pensamientos, percepciones, emociones, recuerdos, deseos, ideas. Sucintamente, el relato sigue los conflictos psicológicos y filosóficos del personaje, por medio de su vida mental, es decir, el flujo de conciencia.
Por todo ello podemos apreciar a detalle, con todas sus sutilezas y complejidades, el alma de los individuos que pueblan sus historias. A veces se sirve del monólogo interior; otras, del diálogo con personajes imaginarios o ensoñaciones, o del pensamiento de un conjunto de conciencias.
Las protagonistas de los relatos son damas aristócratas, solteronas o mujeres solas; jovencitas casaderas; mujeres mayores o maduras, con aspiraciones y sueños marchitos, preocupadas por el qué dirán; alguno que otro buen partido para matrimonio; maridos modelo; abogados frustrados; individuos melancólicos; intelectuales vanidosos; artistas incomprendidos; gente con vidas comunes, pero con un mundo interior rico, y personajes simbólicos o fantasmales. Todos ellos anhelantes de un pasado perdido, deseosos de volver a la naturaleza, ansiosos de abandonar la civilización, agobiados por los bailes, las reuniones con gente ridícula y por la ciudad: Londres.
Virginia se interesa especialmente por las emociones reprimidas y las relaciones sociales en tensión. Forman parte integral de su obra el entorno, los objetos y el ambiente que rodea a sus personajes.
Como vemos, Virginia Woolf no se limita a retratar diversos tipos de personas, no se conforma con unos cuantos tipos o modelos. Pero hay tres generalidades que los unifican: la soledad, la vanidad y el anhelo de volver a casa, a la naturaleza, al cielo.
Cada relato es un retrato del aislamiento, de la imposibilidad de ver y comprender al “otro”; de almas al margen de la vida real, la que se vive ahí afuera, en conjunto, casi siempre en el baile de Clarissa y Richard Dalloway.
Cuando, por azar, dos personajes logran tener un encuentro real y se sienten extasiados, exaltados, casi felices por el intercambio con el otro, el lector puede notar que ambos se están viendo a sí mismos en la otra persona: se reconocen y se retraen inmediatamente, como niños asustados, en sí mismos. Entonces empieza la autocompasión.
Aquí toma protagonismo la vanidad. Ya sea la señorita madura, acomplejada y ridícula, con un ego del tamaño de las mangas de su vestido, o el erudito, con su agria superioridad y grandilocuencia. Después del encuentro con el resto de la raza humana, o con la alta sociedad londinense, cada uno de sus personajes se siente desairado, incomprendido, ridiculizado, excluido, burlado, ignorado, humillado —por mencionar algunas de las sensaciones dispuestas a invadirnos cuando suena la campana de la vulnerabilidad humana.
Ese retraerse nos lleva al tercer punto en común: el anhelo por volver a casa, el amor a la naturaleza, la nostalgia por el pasado, la certeza de la muerte. En este punto, Virginia desarma a sus personajes: las máscaras caen y eso los humaniza. Entonces, podemos verlos como son, reflejados en el espejo, sin que se den cuenta, creyentes de que nadie los observa.
Clarissa Dalloway
Clarissa, el personaje más recordado, llamativo, replicado y, tal vez, odiado de los relatos de Virginia Woolf. Odiado no por sus lectores —nosotros la amamos—, sino por los personajes que pueblan sus historias, sus fiestas y reuniones. Pero hablaré de eso más adelante.
Clarissa Dalloway recuerda a Emma Woodhouse, de Jane Austen. No sólo por interpretar a Cupido presentando posibles parejitas en sus bailes, por ser rica, vivaz y vanidosa, por disfrutar de la vida social, la conversación ingeniosa y su chispa intelectual, por su conocimiento y apreciación del arte, la moda y el buen gusto, sino también por esas ansias de complacer a los demás, de lograr que todos sus invitados alcancen ese punto de comunión, de encuentro y felicidad, así como por su aparente frivolidad y la soledad profunda que invade su mundo interior.
A Clarissa la vemos ir y venir, entrar y salir, pasearse entre grupos de personas, amenazando con interceptarte y presentarte a tu próximo amigo, colega, compañero de intereses literarios o futuro marido. Clarissa Dalloway es una gran anfitriona, aunque a veces odiada por sus invitados, al sentirse incomodados por su locuacidad o invadidos en su espacio personal, en su preciada soledad.
Como curiosidad: Clarissa Dalloway, al igual que Virginia, era una enamorada de las flores.
El baile, la vida
El baile o fiesta de Clarissa Dalloway no sólo es el punto culminante de la novela La señora Dalloway, también aparece en un puñado de relatos breves que Virginia Woolf escribió antes y durante la realización de la novela.
Pero ¿qué representa el baile? Cada lector encontrará su propio significado.
Para algunos personajes —incluida Clarissa— puede significar el paso del tiempo, la vida misma, las máscaras sociales, el vacío existencial… incluso el preludio de la muerte. En conjunto, es el disparador de un montón de preguntas referentes al sentido de la vida o la falta de éste.+
Algunos de los relatos en los que se desarrolla el baile de Clarissa Dalloway son:
- “La señora Dalloway en Bond Street” (“Mrs. Dalloway in Bond Street”)
- “El vestido nuevo” (“The New Dress”)
- “Felicidad” (“Happiness”)
- “Antepasados” (“Ancestors”)
- “La presentación” (“The Introduction”)
- “Juntos y separados” (“Together and Apart”)
- “El hombre que amaba al prójimo” (“The Man Who Loved His Kind”)
- “Una sencilla melodía” (“A Simple Melody”)
- “Una conclusión” (“A Summing Up”)
Lecturas recomendadas
- Relatos completos, de Virginia Woolf. En Alianza Editorial
- Virginia Woolf. Vida de una escritora, de Lyndall Gordon. En Gatopardo Ediciones
- De viaje, de Virginia Woolf. En Nórdica Libros
- Virginia Woolf. Una biografía, de Quentin Bell. En Lumen
Anita Mejía es una artista autodidacta y autora oriunda de Ensenada, Baja California. Su obra está fuertemente influenciada por sus gustos literarios, musicales, artísticos y el cine.