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MÉXICO. PEDRO ÁNGEL PALOU

MÉXICO. PEDRO ÁNGEL PALOU

11 de mayo de 2022

Cinco siglos: 500 años, de las ruinas humeantes de la antigua Tenochtitlan al levantamiento de los altos edificios del México contemporáneo, del esplendor de la ciudad sobre el lago a su constante derrumbe y reconstrucción luego de cada sismo; tragedias y glorias, luces y tinieblas, agonías y placeres, todo cabe en esta, la novela más ambiciosa de Pedro Ángel Palou. Suma de saberes, de su pasión por la historia nacional, México recorre el sinuoso, difícil camino entre épocas y gobiernos, el paso de distintas opresiones a una libertad anhelada y creciente, las complejidades sociales, los cambios en las mentalidades e incontables sucesos y personajes que entrecruzan ideales y destinos, esperanzas y temores, en una ciudad caótica y ruidosa, a la vez que magnífica y abierta; en constante expansión y remozamiento, aunque apenas a unos metros sobre un pasado que aguarda aún a ser desenterrado y redescubierto, la Ciudad de los Palacios, la capital de tres culturas, es escenario  y protagonista, maravilla y horror, cuna y tumba de generaciones.

Por medio de cuatro dinastías, tres de nativos y una de inmigrantes, Pedro Ángel Palou construye una épica que pocos narradores han intentado, por ambiciosa y rica, sobre una urbe cuyo principal empeño parece ser resurgir de cada catástrofe, reinventarse a manos de sus habitantes, guiados estos por líderes eternamente codiciosos de poder y riquezas, para ofrecer un rostro diferente en cada era y al mismo tiempo reminiscente de su origen colonial caracterizado por el ocre del tezontle, la piedra volcánica de sus fachadas más emblemáticas.

Con México asistimos a un extenso homenaje, una ceremonia con múltiples voces que hablan sobre la destrucción y el exterminio de una nación entera para conformar otra nueva, sobre la pervivencia de una cosmovisión incomparable, sobre los hilos impredecibles de la sangre y la fortuna.

La Colonia

La mítica, monstruosa, incomparable Ciudad de México, surgida a partir de una imagen profética: el águila detenida para devorar a una serpiente a mitad de un lago de aguas dulces y salobres, fangosas y refulgentes, fue el asiento de una de las civilizaciones antiguas más desarrolladas: entre los siglos XIV y XVI floreció en el centro de un valle, y su pueblo guerrero llegó a regir lo que hoy constituye el sur y el sureste mexicanos.

La prodigiosa urbe, formada a partir de islotes de hechura humana conectados por calzadas y puentes móviles, asombró a los exploradores españoles: en busca de territorios para sus reyes y su Iglesia, toparon con la capital de lo que les pareció un imperio, y su conquista a sangre y fuego marcó un antes y un después en la suerte de ambos pueblos. Vencidos, los pobladores originales vieron desaparecer su lengua, sus costumbres, sus templos y mansiones; con las mismas piedras, y muchas más que transportaron hasta morir de agotamiento, los sobrevivientes de la sangrienta lucha y las enfermedades llegadas de Europa fueron obliga dos a construir una ciudad nueva sobre las aguas, y el lago dio paso a calles y construcciones fortificadas ante la amenaza de un contragolpe indígena.

A partir de ese momento se escribió una historia distinta: la capital de la Nueva España, centro de la dominación colonial, sería el eje a partir del cual, durante 300 años, se organizaría una nueva nación, socialmente estratificada, gobernada lo mismo por los religiosos y los soldados y civiles llegados de España, mientras que los nacidos en las tierras americanas y los indígenas se vieron marginados, eternamente apartados de hacer riquezas y de aspirar a los cargos principales en el gobierno y el clero, viendo cómo eran llevadas las riquezas al Viejo Continente, al igual que sus descendientes, que aspiraban a educarse en las universidades españolas para mejorar sus posibilidades.

Sin embargo, en ese mismo periodo, las demandas y el potencial de la nueva población, los habitantes de la Ciudad de México, llevaron a erigir templos, edificios y obras que darían al lugar su perfil único y característico; víctima lo mismo de inundaciones que de terremotos, incendios, rebeliones y epidemias, la ciudad creció y se vino abajo, volvió a levantarse y se pobló y despobló en un flujo inconstante que cuestionaba su propia permanencia, llegando a pensarse en mudarla a terreno más propio, mientras que grandes mentes se enfrentaban a los restos que suponía la corrupción, las normas establecidas desde Europa y los propios elementos naturales, para garantizar su viabilidad.

Los pobladores, mientras tanto, escribían sus propios relatos, con sus ambiciones, su lucha  por subsistir y medrar, por sobrevivir a las penurias de radicar en esas calles: entre la suciedad y las enfermedades, las agobiantes condiciones del trabajo como esclavos y siervos, los rigores de la fe católica y la violencia criminal, todos ellos, según sus posibilidades, asistían al establecimiento de una cultura que lo mismo ofrecía la belleza del arte que la brutalidad    de las ejecuciones de la Santa Inquisición y las delicias cotidianas de la cocina.

Cada cambio en la monarquía española encontraba repercusiones en este lado del océano; tarde, pero con el incesante flujo naviero llegaban las noticias e iban definiendo el rumbo de los acontecimientos, como el arribo de un nuevo linaje al trono hispano, las distintas sucesiones y, al final, la imposición de un monarca francés, hermano de Napoleón, como resultado de una invasión, lo que desató en América las ansias independentistas y una cadena de rebeliones que desembocaría en la guerra de Independencia, iniciada en 1810.

¿Cómo relatar esta saga, cómo compendiar 500 años en estas páginas? Pedro Ángel Palou ha dado prueba de su vocación literaria al probar en cada una de sus novelas históricas diferentes formas narrativas, al contar desde perspectivas originales, siempre con base en una rigurosa investigación en archivos, bibliotecas y en la obra de otros escritores, los sucesos que busca reconstruir, explicar y presentar a sus lectores con la vivacidad que no se encuentra en los libros de historia, sino poniéndose en la piel de uno o varios personajes que disfrutan, aman, sienten y sufren; que paladean platillos, que contemplan el cielo o descubren la ternura en la piel de sus amantes.