Rocío Bonilla y Susanna Isern, el dúo dinámico de la literatura infantil
1 de abril 2023
Por Rodrigo Morlesin
El trabajo de Susanna y de Rocío es muy similar al de las superheroínas: se trata de ser generosas con su talento y luchar por que las niñas y los niños tengan historias que les infundan valor, amor y generosidad. En esta entrevista, se quitan la capa y el antifaz para hablarnos de su arte y de su infancia.
Estoy muy contento de tenerlas aquí. Reunirlas es un lujo. Rocío Bonilla y Susanna Isern forman una dupla que ha logrado consolidar un trabajo maravilloso.
Muchas gracias a ti, Rodrigo, es un placer. Desde que viajé a México hace algunos años para el Hay Festival, que estuve también en Gandhi, la verdad es que me enamoré de vuestro país y de vuestra gente. Estoy encantada de poder charlar aquí un ratito con vosotros y con mi compi, Susanna, con quien hemos hecho este tándem de años y trabajamos tan a gusto juntas.
Sí, yo me reitero en las gracias. Es un placer estar aquí. No conozco todavía vuestro país, pero espero poder hacerlo algún día porque me parece un sitio increíble. Estoy feliz de estar con vosotros y también con mi supercompañera, con quien espero cumplir muchos años de trabajo en equipo.
Seguro que sí. La verdad es que en México los libros que ustedes hacen son muy queridos. Cuando hemos sacado reseñas o videos sobre libros como El gran libro de los supertesoros o el más reciente, ¿Y si me come una ballena?, la gente demuestra muchísimo cariño. Me gustaría empezar por el mero principio y preguntarles cómo fue su infancia, porque sus libros no sólo son para niñas y niños, sino que están íntimamente relacionados con la infancia que ustedes tuvieron.
Mi infancia transcurrió en un pueblo muy chiquitito, de quinientos habitantes, en la zona montañosa del Pirineo catalán: un lugar increíble en el que yo vivía rodeada de bosques, campos, huertos y muchos animales del bosque e insectos… Yo creo que esa infancia tan campestre, en un ambiente tan de pueblo ―en el que, además, ni siquiera había muchos libros, tiendas o bibliotecas―, me ha marcado mucho. De alguna forma, no sé por qué, a mí me gustaba escribir en mis cuadernos: narraba historias relacionadas con ese ambiente, con el bosque, los animales y demás… Se trata de una pasión que me ha acompañado durante toda la vida, a pesar de que estudié psicología.
Y, bueno, complementando la pregunta anterior, ¿qué querías ser cuando eras niña? ¿Cómo te imaginabas de adulta?
Pues nunca me imaginé que sería escritora, porque, aunque me gustaba muchísimo escribir, no se me ocurrió que se trataba de una profesión. Tal vez si hubiera tenido la suerte de que alguien me dijera: “Oye, si te gusta tanto escribir, ser escritora es una opción”, pero no se me pasó por la mente; nadie vino a iluminarme, y por eso estudié psicología, que en el momento en que tenía que elegir profesión me gustó mucho. La pasión por escribir me siguió acompañando y llegué al mundo de la literatura de forma casual, sin premeditación, siguiendo ese instinto de escribir. Un día, probando suerte, envié a una editorial mis textos.
Pues qué suerte. Ya les preguntaré y les contaré algo sobre la suerte. Pero, Rocío, ¿cómo fue tu infancia?
Mi infancia fue en una ciudad pequeña, llamada Badalona, justo al lado de Barcelona, una ciudad bastante normal, aunque cerca del mar. El mar ha marcado toda mi infancia y juventud. Lo amo profundamente. Sólo despertarme por la mañana y abrir la ventana, tenía el mar delante de casa. Por lo demás, he tenido una infancia muy estándar: aficionada a la lectura y, sobre todo, a los lápices y a los colores desde muy pequeñita. Mi madre decía que yo había nacido con un lápiz en la mano, pero es que yo siempre estaba dibujando. Igual que Susanna siempre escribía, yo siempre dibujaba. Yo creo que hay gente que nacemos predestinados para hacer algo en la vida.
¿Y de niña siempre imaginaste ser ilustradora o creadora?
Dibujaba a todas horas y, además, es que pintaba, dibujaba, hacía caricaturas, cómics, todo tipo de expresión gráfica. Tenía muy claro que cuando llegase a la universidad iba a estudiar bellas artes. El único que no lo tenía muy claro era mi pobre padre. Como yo era una alumna sobresaliente y siempre saqué buenísimas notas y matrículas de honor, mi padre creía que yo iba a hacer un doble grado en derecho o dirección de empresas, y que iba a convertirme en una superejecutiva. Entonces, pobre hombre, cuando le dije que iba a estudiar bellas artes ―claro, en aquel momento a bellas artes iban los hippies―, casi le da un ataque al corazón: “¿Y qué vas a hacer para ganarte la vida?”. De todas formas, sí que es verdad que ahora que estoy donde estoy, como una ilustradora reconocida, él está contento; sobre todo porque mi hija retomó la ofensa familiar y curso doble grado en la universidad, con lo cual ha limpiado el buen nombre.
Eres la oveja negra, aunque las ovejas negras son muy bonitas… Oigan, y ¿cómo se conocieron?, ¿cómo empezaron a trabajar juntas estas ideas de libros que ahora las distinguen?
La verdad la culpa fue un poco mía, porque yo pedí por Susanna. Me llamó la editorial Flamboyant para ofrecerme un texto que ilustrar. Yo leí el texto y le dije a mi editora, Patricia Martín: “Mira, Patricia, es que no me acabo de ver identificada en este texto”. Entonces sugirió: “Bueno, vale, pues otro texto, ¿con quién quieres trabajar?”. Yo dije: “Quiero trabajar con Susanna Isern”.
Estoy muy conectada con el ámbito: veo, investigo el panorama, qué escritores y qué ilustradores hay… Y yo veía que Susanna Isern hacía libros muy chulos y, además, le ilustraban colegas importantes. Pensé: “Yo tengo que estar en el catálogo de esta señora”. Entonces le pedí a Patricia: “Me gustaría trabajar con Susanna”. Fue cuando la llamó para pedirle un texto. Nos puso en contacto y, bueno, desde allí fue un poco de enamoramiento mutuo.
Así nació nuestra historia de amor literaria. Imagínate mi reacción cuando me llama una editora y me dice “te ha pedido Rocío Bonilla”. Pensé: “¡Cómo que me ha pedido a mí Rocío Bonilla!, pero ¿qué pasó para que esta profesional se haya fijado en mí?”. Todo empezó de una forma muy bonita y, cuando se empieza así, yo creo que sólo pueden salir cosas buenas.
¿Y se entendieron bien al momento de trabajar ese primer libro?, ¿o tenían ideas diferentes?
Nos entendimos superbién, incluso teniendo a veces ideas diferentes. Yo siempre he dicho que Susanna es una profesional muy generosa. Hay pocos autores que te dan su texto de forma abierta, diciendo “haz lo que quieras con él”. Normalmente, los escritores son más celosos de que nadie toque sus palabras. En cambio, la generosidad de Susanna permite que yo pueda opinar; incluso, cuando se me ha ocurrido algo un poquito distinto, se lo comento. Entonces, ella asume esa opinión y la inserta en el texto, pero a través de su estilo ―que lo hace mejor todavía―. De esta forma vamos haciendo crecer los libros juntas.
Opinamos la una sobre la otra, sobre el libro, y éste se convierte en nuestro hijito en común. Es de las dos y por eso nos permitimos estar ahí, modificándolo, haciéndolo mejor cada día. Creo que eso se nota en el resultado, porque no se trata de una ilustradora que ilustra el texto de una escritora: somos dos autoras que creamos un libro juntas.
Eso se nota también en la medida de los detalles: en las palabras, en las ilustraciones, en las pequeñas cosas escondidas. Eso me encanta del trabajo de ambas: los detalles ocultos que se van representando a lo largo de la historia. El texto es la base, pero existe un diálogo entre ustedes que se nota en el resultado.
Y fíjate que no es lo más común, porque, casi siempre, cuando escribo un texto, lo lanzo al editor; éste lo acepta, y, después de un tiempo, lo que me encuentro es un libro acabado. Entonces, a mí me fascina este proceso de trabajo que surge con Rocío, en el que además una no se siente tan sola. Es muy gratificante y enriquecedor ver otro punto de vista desde el otro lado.
Rocío se implica muchísimo en el libro; ella quiere que el libro salga lo mejor posible, y eso resulta muy valioso en las ilustraciones. Hay ocasiones en las que el ilustrador toma la postura de “bueno, yo hago mi parte del trabajo y ya está; no voy más allá”. Pero la comunicación entre autoras, esta forma de ir dándole vueltas al libro conjuntamente, ha sido maravillosa.
Hay una tercera parte que ha mencionado Susanna: la editora, Patricia Martín: tenemos la gran suerte de trabajar con una editorial que respeta nuestro trabajo y que, además, cuando aporta cosas es siempre para sumar. Este libro a cuatro manos toma una dimensión de seis manos gracias a Patricia. Es un lujo y un placer trabajar de esa forma.
Incluso, este enriquecimiento en equipo echa por tierra la idea del escritor solitario, en su recámara, donde nadie entra y ni siquiera se permite el ruido afuera, porque se desconcentra. Esta otra actitud, la del trabajo colaborativo, es el gran gancho que tienen con los lectores. Por eso sus libros se vuelven entrañables; por eso los leemos una y otra vez. Pero no es tarea fácil, ¿cuánto tiempo les lleva a hacer un álbum ilustrado como éstos?
Normalmente, el procedimiento es así: Susanna manda unas ideas a Patricia y las ponemos en común. Por ejemplo, en el caso de ¿Y si me come una ballena?, yo leí dos parrafitos y pensé: “¡Madre mía, qué locura de libro!”. Incluso le mandé a Susanna en privado por WhatsApp: “Oye, se supone que tú no sabes nada, pero he leído el texto y es maravilloso, me encanta”.
Susanna trabaja en la historia durante unos meses y, cuando tiene un primer texto, que ella ya considera que se puede enseñar, lo comparte. En ese lapso inicia una labor editorial por parte de Patricia. Yo hago normalmente un primer volcado de las imágenes: después de mis lecturas iniciales, dibujo unos primeros bocetos, unos primeros stories para ver si funciona y los comparto con ellas. A partir de ahí, se van ajustando cositas.
En cuanto a tiempo, yo creo que, desde que llega el texto, transcurren aproximadamente cuatro meses en la parte de ilustración y corrección. A esto hay que sumar el tiempo que Susanna pasó escribiendo la historia antes.
Es bastante rápido.
El tiempo que se tarda en escribir el texto depende, es un mundo. Puede haber un texto que te salga muy rodado y que enseguida lo tengas más o menos listo, y puede que haya textos que se te atasquen, que cuesten un poquito más… Pero, sobre el tiempo total, yo diría que seis meses, más o menos.
Y, sobre la ilustración, puedo decir que tengo colegas que trabajan en varios proyectos a la vez. Yo soy absolutamente incapaz de hacer eso: necesito hacer una inmersión absoluta dentro del libro y casi irme a dormir y soñar con él para que, cuando me levante por la mañana, pueda volver a meterme en ese mundo. Realmente, cuando cojo un libro, me encapsulo dentro de ese proyecto. Son jornadas de trabajo muy intensas.
Viven la historia de cada libro. Hablando de eso, y tomando como pretexto El gran libro de los superpoderes, que es uno de sus grandes clásicos, déjenme contarles: en una ocasión estaba yo entrevistando Stan Lee y le pregunté que, si tuviera un superpoder, cuál elegiría. Él me dijo: “Pero es que yo tengo uno”. Y yo: “¿Cómo? ¿Tienes un superpoder?”. Respondió: “Sí: ser suertudo. Cuando eres suertudo, la chica que te gusta te hace caso; si no tienes dinero, te encuentras un billete en la calle. Yo soy suertudo”. Recuperando esa idea, les quiero preguntar ¿cuál es su superpoder?
Yo diría que contar historias. Ése sí que formaría parte de mi repertorio. Tampoco creas que tengo tantos, eh, pero diría que soy una persona paciente, empática… Y los superpoderes que no tengo también te los puedo decir, por ejemplo, el del orden.
Y Rocío, ¿cuáles son los tuyos?
El orden sí, aunque ahora mismo mi estudio es un mal ejemplo, pero normalmente soy extremadamente organizada: hago siempre mil listas, tengo todo esto lleno de listitas, de los menús de la semana, de no sé qué… Y luego el superpoder obvio: la creatividad. También es verdad que tengo un superpoder que yo considero el mejor de todos: el optimismo. Yo creo que hoy en día el optimismo, sobre todo en los tiempos que vivimos, es un grandísimo superpoder.
¿Cómo llegan a los detalles, tal vez a los detalles en los que nadie se fija o que ni siquiera están en el texto?
Yo creo que, sobre todo, cuando acabo de escribir una primera versión del cuento, de la historia que he traído entre manos, y dejo unos días de reposo ―siempre está muy bien dejarlos―. Luego me hago las siguientes preguntas: “¿Esto cómo se puede mejorar?, ¿qué le falta para que acabe de ser redondo?”.
Gracias a estos cuestionamientos puedo llegar a encontrar esos detalles o esa cosa que falta para que acabe de ser más entrañable, aquel pellizquito que parece poca cosa, pero que en realidad es mucho.
Respecto a la ilustración, yo te diría que es exactamente lo mismo que ha comentado Susanna. Tú siempre haces un primer storyboard, pero, luego de que éste ya se ha compartido y se ha aprobado por la editorial, cuando lo vas a trasladar a la página, ahí todavía hay pequeños ajustes. De repente se te ocurren cosas de forma espontánea.
En cambio, sí que es verdad que hay otras cosas que siempre piensas: el concepto, la actitud, la intención… A mí me gusta que cada página tenga intención; si no tiene cachondeo, se queda plana, vacía, sosa. Prefiero siempre pensar si el personaje está bien puesto, si está transmitiendo algo, si los elementos están acompañando, si están aportando. Yo creo que al final esas cosas, sumando el texto de Susanna y esa maravillosa forma que tiene de hacer llegar la narración a todos los corazones, son las que convierten al libro en una historia universal. Considero que por eso nuestros libros son populares y llegan a la gente.
¿Esperaban que esto pasara? Ya sabemos que Susanna no planeaba ser escritora, y que ninguna pensó que una niña de montaña y otra niña de mar terminarían trabajando juntas con el éxito que tienen. Cuando digo éxito me refiero al cariño de quienes leen sus libros; no a la superfama, sino a que realmente conectan con los lectores y entre ustedes. Es una locura.
Yo todavía a veces me pellizco un poco, ¿de verdad esto me ha pasado a mí? Hoy me salió un recuerdo en Facebook de hace once años: estaba escribiendo en una cafetería con vista al mar… Aunque soy de montaña, ahora vivo en la costa. Pensé: “Si hace once años me hubieran dicho que cumpliría mi sueño de esta forma, que trabajaría con ilustradores como Rocío Bonilla, que llegaría a tantos lectores, no me lo hubiera creído”. Para mí sigue siendo algo mágico, inexplicable y maravilloso.
Publicar un libro es aventar una botella al mar.
La verdad es que sí. Si tuviéramos la fórmula del éxito, todos tendríamos libros publicados en todo el mundo, pero no la tenemos. Aquí guardo mi decálogo, que cuando doy clase es lo que les regalo a todos los alumnos el último día, y simplemente dice: “Esfuerzo, paciencia, pasión, rigor, humildad, constancia, amor, ambición, tiempo y respeto”. Yo creo que todas esas condiciones se cumplen en Susanna y en mí. La constancia y perseverancia nos han llevado a estar donde estamos y a trabajar con muchísimo amor y, sobre todo, con muchísima honestidad.
Lo que han hecho es increíble. Muchas gracias por su tiempo, por sus libros y por las historias que nos entregan hechas con pasión, humildad, dedicación y todo lo que encierran estos mundos tan pequeñitos, pero tan grandes cuando uno los abre. Quiero felicitarlas por los extraordinarios libros que hacen.+