Gato de librería

Gato de librería

Rodrigo Morlesin

Para Lulo, Kissy y Romeo

Soy Huckleberry. Trabajo en el número 4 de la Avenida Principal, que ni es avenida ni es principal, pero se dice que hace muchos muchos años lo fue. 

Así es, no te equivocas: soy el gato de la librería De Lectores y Ratones. Trabajo entre estantes de libros y libros sin estante. Y aunque parece que todo está desordenado y encontrar un libro resulta una hazaña digna de Frodo, en realidad don Gabo y yo sabemos exactamente dónde se esconden los cuarenta ladrones. 

Aquí no sólo se mezclan los temas y las aventuras, la ciencia y la ficción. También se mezclan los olores a libro viejo, a nuevas historias y a café recién hecho. 

Te recomiendo que te hagas amigo de don Gabo y mío. Ya que, si nos caes bien, a tu café le puede poner algo especial que huele a caña tostada y, si le caes aún mejor, te puede hacer un descuento en el libro que llevabas años buscando. 

¿Que cómo se le hace para entrar a tan selecto club? Comprando libros. Mientras más libros compres, con más gusto te recibiremos. 

Ahora que si lo que buscas es ocultarte del sol, de tu familia o de la policía y no lees más de tres letras seguidas… aquí nos daremos cuenta desde que suena la campanita de la puerta y recibirás un servicio exprés con la idea de que te largues lo antes posible. 

En lo personal, no me importa tanto si lees o no. Con que no se te ocurra quitarme del libro sobre el que estoy tomando la siesta o ser alérgico al pelo de gato, ya te ganaste un poco de mi amistad. 

Por lo general, la gente que entra a la librería puede clasificarse en tres tipos: las personas que vienen con prisa y, por lo general, traen arrastrando a un niño o una niña; al entrar, gritan el nombre de un libro urgentísimo para la escuela. La respuesta de don Gabo siempre es la misma: “No, aquí no torturamos criaturas, aquí se viene a disfrutar de los libros, no a sufrirlos”. Aunque a mí no me queda claro, porque mucha gente viene y se queda por un buen rato platicando sobre lo mucho que sufrieron con tal o cual historia. Ésas representan el segundo tipo de personas. Y está el tercer tipo: el más extraño de todos. A esas personas les llamamos extraterrestres, porque parece que no entienden nada de nada. Entran y preguntan cosas como “¿venden mapas con división política?”, “¿podría cambiarme este billete de mil?”, “¿no sabe dónde queda la avenida principal?”. Estos últimos, además de marcianos, están muy perdidos.

Pero hace unos cuarenta días, por la tarde, entraron a la librería dos personas que no pertenecen a ninguno de estos grupos.

Estaba yo echado sobre el mostrador, a un lado de la caja registradora, cuando se abrió la puerta de golpe y los dos hombres, uno alto y el otro ancho, comenzaron a gritarnos que les entregáramos todo el dinero que tuviéramos.

—¡Ya se la saben! ¡Cáiganse con sus celulares y el dinero de la caja registradora!

Con el puro portazo yo pegué tal brinco que caí sobre un altero de libros pendientes de acomodar, que terminaron regados por el piso. Los gritos me asustaron aún más y decidí quedarme detrás de Cuentos de Terramar, temblando, confundido y sin saber qué libro era el que buscaban.

Don Gabo levantó los brazos al ver que el ancho llevaba un arma en la mano derecha y comenzó a tartamudear:

—E-e-e-esto es una librería, no un banco —dijo.

—¡No te hagas menso…! ¿O qué?, ¿las librerías no venden libros y esas cosas? ¿Crees que no sé que los que leen tienen mucho dinero?, ¿eh?

—Pues esos de los que tú hablas no han de conocer esta librería, porque aquí no vendemos mucho. Si quieres dinero ve a robar a otro lado. Aquí somos más pobres que la pequeña cerillera.

—Usted no me va a venir a hacer tonto. Yo sé que en esta librería hay mucha riqueza… —gritó el ladrón alto. 

—Bueno, en eso tiene razón: hay riqueza, pero de historias, no de dinero —respondió don Gabo tratando de ser congruente.  

—¡Ya ve! ¡Entonces caígase con todo o le estrenamos un hoyo en la frente! —amenazó el ancho levantando el arma con mano temblorosa. 

—Pero si les digo que aquí sólo tenemos libros. Pueden llevarse algunos, pero no podrían con todos. 

—¡Ya estuvo bueno! ¡Quítese! ―gritó el alto, y le dio tal empujón a don Gabo que el pobre cayó junto a mí sobre los libros. Yo salté al librero de clásicos, donde tenemos muy buenos libros, como La isla del tesoro, Las aventuras de Tom Sawyer y Persona normal.

El alto golpeó la caja registradora y ésta se abrió con su acostumbrado ¡trin!

La cara del alto fue como si le hubieran contado el final de Tombuctú. Estaba pálido y lentamente alzó la mirada y vio al ancho.

—Nada. No alcanza ni pa los chescos… Estos están peor que nosotros. 

En eso vimos cómo le flaqueaban las piernas. Se trató de detener del mostrador, pero la caída fue inevitable. Azotó de rodillas y, tras él, todo lo que estaba en el mostrador: separadores, dulces, bolígrafos de Harry Potter, la silla y hasta el teléfono de Garfield.

Derrotado, comenzó a decir:

—Ahora qué vamos a hacer carnal… ¡Qué chingaos vamos a hacer!

El ancho se fue de espaldas, tapándose la boca. 

—Perdón que pregunte, pero… ¿qué van a hacer de qué? —dijo don Gabo bastante preocupado.

—Pues qué vamos a hacer con lo de mi jefa, mi madrecita santa, mi notemerezco… —respondió el alto al borde del llanto.

Mañana es su cumpleaños y no tenemos nada que darle. Cumple ochenta y sólo queríamos juntar una feria para llevarla a cenar, comprarle un regalo y que tuviera una noche de lujo. Pero somos novatos en este oficio y todo nos ha salido mal… ¡Más que mal, nos ha salido de la tostada!

Se hizo un silencio tal que ni los coches de la avenida se escuchaban. 

—¿Y su santa progenitora sabe que se dedican a esto? —preguntó don Gabo. 

—¡Cómo creeeeee…! ¡Somos ladrones honrados, no desvergonzados!

—Ah, bueno… ―se limitó a decir don Gabo, quien ya estaba de pie y le extendió la mano al alto para ayudarlo a levantarse. El alto puso cara de extrañeza, se notaba que no estaba acostumbrado a la amabilidad. 

—Pues, a decir verdad, son ladrones, pero con muy mal tino para elegir a sus víctimas. Creo que debieron robar algo así como una joyería. 

—Pues ésa era la idea, ¿no ve que en el escaparate dice “Joyas literarias”? Pues nosotros creímos que tendrían harto dinero. Y como en la librería se ve todo de madera y tan bien lustrado…

—Bueno, muchas gracias… la verdad es que sí le dedico tiempo a tenerla guapa. Esta librería perteneció a mi abuelo y luego a mi padre. Ellos mandaron hacer los muebles con un ebanista que vivía aquí a la vuelta. Y mi responsabilidad es mantenerla lo mejor posible. 

—Pues vaya que la tiene rechinando de brillante, hasta parece banco de esos antiguos —dijo el ancho sinceramente.

Don Gabo bajó la cabeza apenado de tanto elogio.

—Oigan, ¿pero entonces qué vamos a hacer? Tenemos que resolver lo del festejo… —dijo don Gabo mientras acomodaba la silla en su lugar y se sentaba.

—¿Cómo? ¿Nos va a ayudar? ¿Vamos a robar entre los tres? ―preguntó el ancho emocionado―. ¡Ahora sí seremos una verdadera banda! ¡La banda de la librer…!

—¡Claro que no! Pensaremos en otra cosa —arremetió don Gabo indignado.

Los tres se quedaron en silencio pensando en una solución…

—Tal vez… No. Imposible… Pero si… No, ni loco… ¡Ya sé! —gritó emocionado el ancho―, podemos trabajar esta noche en el circo que llegó a la ciudad ayer. Seguro que necesitan ayuda…

—¿Y no quieres que mejor secuestremos al tigre? —respondió el alto con sarcasmo.

—¿Y si le regalamos un libro?, ¿no que dice el señor que son como joyas? —dijo el ancho.

—Oiga, sí… no nos hemos presentado… Yo soy Sam, y mi hermano es Joel.

En ese momento, don Gabo sonrió gratamente.

—¿De qué se ríe? Ni que nos llamáramos… ¿Cómo se llama usted? —preguntó el ancho.

—No… no me lo tomen a mal. Me reí porque tienen nombre de libro… en El halcón maltés hay un personaje que se llama Joel y otro que es Sam. Fue por eso…

—Ah… ¿neta? —dijo incrédulo Sam, o sea, el ancho.

—¡En serio! Dejen lo encuentro…

—Huy, pues ya estuvo que nos dio la Navidad aquí si se pone a busc…

—Aquí está, miren…

—¡Sicierto! —gritó Joel emocionado mientras hojeaba el libro.

Y los tres exclamaron al mismo tiempo:

—¡Y si le regalamos un libro!

—¡Eso es! ¡Regalémosle este libro!, le va a gustar que seamos nosotros.

—¿Es muy caro señor…?

—Don Gabo… me dicen don Gabo.

—¡Ah, pues muchísimo gusto, don Gabo! —lo saludaron los hermanos.

—Si es para su madre, es gratis.

—¡Nombre!, cómo cree… Somos ladrones, pero no les robamos a los amigos…

—Hoy tenemos una promoción especial: regalamos libros a todo ladrón que entre a robar —dijo don Gabo y todos rieron.

—¡No, pues muchas gracias, don Gabo! Además está rebonito… ―dijo Sam extendiendo la mano.

—Es que es una edición especial. Estoy seguro de que les va a gustar. Sobre todo, porque trata de…

—¡Está de lujo! —interrumpió Sam emocionado.

—¿Saben…? Les voy a regalar otros dos libros para que tengan un buen paquete.

Y don Gabo se puso a buscar entre los estantes. Me cargó y, de donde estaba yo, sacó dos libros: Oliver Twist y Muerte en el Nilo.

—Aquí está… Mejores regalos no van a encontrar.

—Muchas muchas gracias, don Gabo. No sabremos elegir lugares para robar, pero sí sabemos encontrar gente buena como usted, y eso está más chido que ser el mejor ladrón del mundo —dijo Sam llevándose la mano a la cara para no llorar.

Los dos ladrones se despidieron…

Abrieron la puerta y, cuando estaban a punto de salir, don Gabo gritó:

—Esperen un momento. Se me acaba de ocurrir algo.

Levantó el teléfono del piso e hizo una llamada…

—Hola. ¿Tony? Soy Gabo. ¿Recuerdas ese libro que te llevaste? Sí, ya sé cómo me lo puedes pagar…

Don Gabo siguió hablando mientras los hermanos lo miraban con curiosidad.

—¡Ya está! Mañana a las ocho en punto tienen una reservación para tres personas en el restaurante italiano que está aquí derecho, cruzando la calle Donceles. Ahí los va a recibir mi amigo Tony. No tienen que pagar nada.

Los dos exladrones abrazaron a don Gabo, pero yo seguía en sus brazos y me apachurraron.

—Mewww… —me quejé.

—¡Ay, ya le andamos abollando al michi…! —rio Joel secándose las lágrimas.

Se despidieron unas trecientas veces más. Salieron de la librería gritando de felicidad con sus libros.

Una semana después, en nuestra puerta apareció un paquete con un mensaje:

 

Grasias por las istorias y la sena. Mi mamá dijo que era el mejor
regalo que a resibido en su bida… después de sus dos hijos.

Joel y Sam

 

Entramos a la librería y abrimos el paquete. En el interior había una corbata de moño roja y tres latas de comida para gato. Seguramente las habían robado.

Don Gabo se echó a reír y se cambió de corbata para estrenar

Yo comí como rey por tres días gracias a nuestros nuevos amigos.+