Esto me pasó en una librería

Esto me pasó en una librería

Las librerías son lugares de hallazgos, encuentros y azares. Así que se nos ocurrió preguntarles a varios escritores cuál era el mejor recuerdo que tenían en una librería. Esto fue lo que nos respondieron.

Mi mejor recuerdo es ver a Tito Monterroso poniendo todos sus libros en la mesa de novedades.

Julio Trujillo

Durante la pandemia, me fui a una casa aislada del mundo en Francia. A unos kilómetros de ahí, descubrí una pequeña librería que vendía puro cómic francés usado. Me hice amigo del dueño e iba casi todos los días a leer al menos uno. Se convirtió en una rutina mental. Un día, entró un señor con una caja llena de Astérix. Quería venderlos. Estaban en perfecto estado y eran edición 1991. Le pregunté cuánto quería por todos. Cinco euros cada uno. Se los compré de inmediato. El dueño de la librería ni me pidió comisión. Antes de regresar a México, le compré a él unos Tintín primera edición.

Dany Saadia

Un día entré a Gandhi Bellas Artes para hacer tiempo en lo que comenzaba la obra. En eso encontré un ejemplar edición especial de A Serie of Unfortunate Events, de Lemony Snicket ¡autografiado! Y a un precio ridículo. Aunque la etiqueta de la editorial inglesa decía claramente £100. Sin duda estaba mal etiquetado en la librería. Tenía que calmar mi emoción… no fuera que se dieran cuenta de que el precio era absurdo y me quedara sin ese tesoro encontrado. Bajé las escaleras rumbo a la caja diciéndome “calma, deja de sudar, disimula”. La fila era eterna.

La persona de enfrente se puso a discutir sobre un libro mal etiquetado y que en la computadora tenía otro precio. Amenazó con denunciarlos ante Profeco. Caí en la cuenta de que seguramente me pasaría lo mismo. Mientras discutían, yo no dejaba de sudar, las piernas me temblaban, me movía en mi lugar… cuando a mis espaldas escuché: 

—Pase…

Caminé con dificultad a la caja. Casi me orino de los nervios…

—Son 79 pesos, por favor. 

Pagué. Salí corriendo. Aún me quedaban unos minutos para llegar. Me esperaban Romeo y Julieta… Pero tenía que ir al baño. Tú sabes cómo son los nervios. Me metí a los del restaurante donde siempre pido gazpacho. Corrí nuevamente hacia la sala. Vi cómo se cerraban las puertas.

—Me trae un gazpacho, por favor…

Me senté a admirar mi nuevo tesoro.

Rodrigo Morlesin

En una librería de libros viejos en Morelia, encontré un ejemplar de un libro de mi abuela paterna, María Luisa Toranzo viuda de Villoro, autora de libros de autoayuda de los años cuarenta dirigidos a mujeres: consejos para la vida en pareja, la crianza de los hijos y otros temas afines, escritos con gran liberalidad y comprensión de las necesidades femeninas de la época. La obra en cuestión lleva como título Azahares, espinas y rosas, y aborda las vicisitudes de la vida matrimonial. Tengo la impresión de que esta abuela me interpela continuamente y se manifiesta en los momentos en que necesito su consejo. En esa ocasión, conociendo mis debilidades, lo hizo en el estante polvoso de aquella librería.

Carmen Villoro

Mi recuerdo siempre es el mismo. Ir a la librería es peligroso: en la mesa de novedades y en los estantes me esperan las voces que me obligarán a repensar el mundo, a tomar caminos que nunca había imaginado, a dejar de ser el que era. Entrar a la librería entraña el peligro de salir convertido en una persona distinta, que sólo puede recordar al hombre que entró sin saber lo que le esperaba.

José Luis Trueba Lara

Como lector empedernido de provincia, la Gandhi de Bellas Artes era visita obligada en mis idas al antiguo Distrito Federal, a principios de los noventa. Ahorraba todo lo que podía, previo a mi viaje, y compraba tantas novelas, poemarios y libros de cuentos que la bolsa en la que el cajero metía el botín era la grandota, de grueso plástico amarillo, que rezaba “éste sí lee”. Salía pensando “de adulto gastaré mucho más”. Y sí lo cumplí, pero no para mi placer lector, sino para el de mi hija, quien actualmente lee más que yo.

Hilario Peña

Hace muchos años, en un viaje a Oaxaca, encontré en una modesta librería ambulante ―que más bien era un puesto de tianguis― un pequeño libro titulado Gramática italiana, escrito por un tal D. Arturo Angeli. Nunca me ha interesado la gramática, pero lo que me atrajo del libro fue su hermosa edición: tapas duras con garigoleos preciosos; el precio parecía, además, un regalo. Por 35 pesos compré un viaje a la Europa de finales del siglo XIX, en el que aprendí ―además de que la conjunción sebbene rige siempre al indicativo― que en esa época cuando uno llegaba a una posada, lo normal era que tu criado pusiera tus propias sábanas. El pequeño libro está en los dos idiomas, español e italiano, y contiene ejemplos de todo tipo que reflejan las costumbres de la época.

Sofía Grivas