Desde Xibalbá. Texto por Edgar Krauss

Desde Xibalbá. Texto por Edgar Krauss

Edgar Krauss

Para Mayarín 

La historia de Guatemala se parece mucho a la de otras naciones milenarias del “tercer mundo”: su historia es un mapa de heridas desde que llegaron los europeos. Guatemala es un país de portentosa belleza terrenal. Guatemala es un país rico en recursos naturales donde las tres cuartas partes de la población son pobres, y los pobres son siempre indígenas. Guatemala es un país cuyos dueños son los terratenientes que perpetúan a la otrora insaciable United Fruit Company. Guatemala es un país donde la brutalidad militar aniquiló durante siglos la resistencia de los campesinos contra el expolio de sus tierras. Guatemala es un país donde el salvajismo de sus dictaduras haría ruborizar a las pandillas SS de los nazis. Guatemala es un país de poetas y fabuladores, como Luis Cardoza y Aragón, Miguel Ángel Asturias, Augusto Monterroso, Ingrid Cabrera, Mario Payeras, Alaíde Foppa y Luis de Lión. 

La mayoría de los escritores guatemaltecos del siglo pasado huyeron del país, ante la feroz persecución de las dictaduras militares. Cardoza y Aragón se exilió en México, también Augusto Monterroso. Miguel Ángel Asturias, merecedor del Premio Nobel de Literatura y de muchos otros, describió la crueldad de los gobernantes de Guatemala en su novela El señor presidente, tras lo cual tuvo que exiliarse en Buenos Aires, Santiago de Chile, y Madrid, donde murió, aunque está enterrado en París. Cómo olvidar a Alaíde Foppa, poeta, feminista y profesora nacida en España, pero de madre guatemalteca, y que desarrolló en el exilio su carrera en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1980 fue a renovar su pasaporte a Guatemala y en pleno centro de la capital, a plena luz del día, fue secuestrada por el gobierno militar. Después se revelaría que en los siguientes días fue torturada hasta la muerte, a sus 66 años. Sus restos nunca fueron hallados. El poeta Mario Payeras murió y fue enterrado en territorio mexicano, lo que no impidió que agentes guatemaltecos vinieran clandestinamente a profanar y destruir sus restos, en 1994. 

La primera vez que escuché el nombre de Luis de Lión fue en boca de Moisés Evaristo Orozco Leal, conocido como Moieva, un excombatiente guatemalteco que cambió los fusiles por la poesía y la recitaba a pleno pulmón en el centro de Coyoacán. Era un hombre entrañable y tenía un imponente aspecto de profeta bíblico: corpulento, barbón y calvo. Era dueño de un vozarrón que se escuchaba a dos cuadras. Moieva recitaba sus propios versos y los de Luis, pero era casi imposible conseguir sus libros. Lo sigue siendo.

Años después, cuando fui al hermoso país de Guatemala, algunos de mis amigos como Chary Gumeta, Omar Nieto y Ameht Rivera, me recomendaron que visitara la casa de aquel poeta. Luis de Lión (León) nació en un pequeño jacalito de madera en el humilde pueblo de San Juan del Obispo, a las afueras de Antigua Guatemala. Dos de sus hermanos fallecieron de niños por enfermedades curables, asociadas a la pobreza. El futuro trovador aprendió a leer y a escribir para cantar y contar las historias de su gente, los indígenas marginados por las centurias de miseria en que se quedaron arrinconados desde que llegaron los españoles, luego los terratenientes modernos y sus esbirros: las interminables y salvajes tiranías militares, lo que no les impidió levantarse en armas en 1960 para luchar contra la opresión. La guerra civil en Guatemala duró casi cuatro décadas y a su final en 1996, alcanzaba la espeluznante cifra de 200 mil muertos, 45 mil desaparecidos, además de un millón y medio de desplazados. 95% de las víctimas fueron indígenas, debido a la estrategia gubernamental de la “tierra arrasada” y a la actuación de los sanguinarios Kaibiles, comandos de élite del ejército guatemalteco, que incurrieron en toda clase de atrocidades y violaciones a los derechos humanos. Nunca han sido juzgados los responsables del exterminio genocida de comunidades enteras.

Luis de Lión fue maestro rural, escritor de arrebatado genio y defensor de la cultura ancestral de su país. Dicha inspiración lo volvió sospechoso y comenzaron a perseguirlo. Luis fue secuestrado el 15 de mayo de 1984 por las fuerzas armadas, para ser torturado y asesinado. Tenía 45 años. Aunque difíciles de hallar, sus libros se siguen leyendo con admiración. Me atreví a ir hasta la puerta de su casa en su pueblo natal y su generosa hija Mayarín me mostró fotos, libros, instrumentos musicales y la casita donde nació el poeta. Me relató que el caso de su padre es el único de los 45 mil desaparecidos donde el Estado reconoció –hasta 2004– su culpabilidad, aunque a la fecha no le han entregado los restos, ni se enjuició nunca a los responsables. Me contó que el poeta escondía su biblioteca en una fosa en el patio de su casa, que tapaba con tablones y palmas, para que no la hallaran los militares. Ella dirige ahora una escuela de marimba y artes plásticas para niños, además de publicar las obras de su papá. Le dije que yo había venido desde México a conocer más sobre su padre y me regaló un par de sus libros. Nos abrazamos fuertemente y le agradecí que me abriera sus recuerdos y las obras de Luis de Lión. 

Con el permiso de Mayarín, reproduzco aquí uno de los mejores poemas de Luis:

los héroes 

 

eran altos

y presumían del verde

o

del azul

con que miraban

y del amarillo que les chorreaba en la cabeza 

eran hijos 

de los dueños de la casa de tejados 

del mausoleo del pequeño cementerio 

de la parte del volcán que producía las manzanas

 

éramos pequeños

y

morenos,

éramos campesinos,

pero sobre todo,

éramos descalzos

y los pies de ellos presumían de llevar un cuero 

recubriéndolos.

 

el campo no era plano:

tenía depresiones

valles,

selvas,

piedras.

pero nuestros pies conocían el terreno palmo a palmo, 

conocían todos los ángulos.

nuestros pies eran unos geómetras geniales, 

y cuando algún domingo 

el campo de alegría se transformaba en uno de batalla 

-venían ellos, 

nos retaban-, nuestros pies se movían en el campo de fútbol 

como peces en el agua y frente a los zapatos que molían nuestra piel 

para vencernos, 

nuestros pies se morían de risa.