Hoy es el mañana de ayer
12 de enero de 2021
Lo peor que puede sucederle a una utopía es materializarse, pues, lo que en el diseño parecía deseable, se revela insufrible cuando paga la cuota de existir: ningún proyecto pasa a la realidad tal cual; se mezcla, se combina con los imponderables del momento e invariablemente le ocurre lo mismo que a todo lo que aparece en este mundo: se destartala, se pudre, se echa a perder. La nueva Atlántida de Francis Bacon, con su asombrosa Casa de Salomón llena de inventos, hoy se encuentra en cualquier tienda de autoservicio y por ningún lado aparece la anhelada felicidad que habrían de traernos los artefactos baconianos: televisores, teléfonos, etcétera. Y otro tanto ocurrió con las utopías igualitarias que fundaban el sueño socialista: al realizarse devinieron en todo salvo en sitios donde se quisiera vivir. Pero no sólo las grandes utopías de la modernidad fallaron, sucedió otro tanto con las modestas utopías personales, incluso con las más mediocres y podadas al ras de lo posible: miro hacia todas partes y sólo encuentro, en el mejor de los casos, personas satisfechas de tiempo parcial. A nadie le duran sus sueños cuando ya están sobre la tierra. Y ni qué decir de aquellos que soñaron en grande. Pareciera haber en el mundo una ley sádica, pues mientras más, en cualquier sentido, sea aquello que se quiere, más grande es el barranco que se interpone para alcanzarlo o mayor la decepción en caso de lograrlo.
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El futuro que ya fuimos
Hubo futuros que se concibieron en el pasado y que hoy son visitables: el presente de cada uno de nosotros es eso: lo que imaginábamos que íbamos a ser cuando fuéramos grandes aquí está ya, en la vida que cada quien ha hecho. El presente de cualquiera de nosotros contiene no sólo lo que es, sino un contraste —las más de las veces lamentable— entre lo que nos propusimos ser y lo que conseguimos realmente. Hagamos hoy un corte: nuestro presente es la materialización de nuestra utopía personal, el resultado de lo que diseñamos para nosotros y hoy somos eso, nos guste o no.
Supongo que todos estamos —al margen de nuestras respectivas edades— con algo o con mucho entre manos, quiero decir que acariciamos un proyecto, queremos algo o buscamos algo todavía. Esto significa que aún esperamos, que vivimos con la coartada de que tenemos un futuro delante y eso nos sirve para ver la vida con gesto retador y, sobre todo, para sentir que el punto en el que estamos no es definitivo, que todavía nos falta.
Sin embargo, el futuro es este momento en el que estamos, pues el ahora es siempre el mañana de algún ayer. Siempre estamos ya en el futuro o dicho de otro modo: vivimos en ese diseño que planeamos en una estación que quedó atrás.
En algún momento la cuenta de cada quien quedará cerrada y habremos sido eso: una utopía trunca, un sueño a medias; porque la realidad o, mejor aún, la realización entraña el principio de la ruina y, por eso, ni a Dios le salió bien el mundo y, por eso también, sólo en el territorio intangible de nuestros sueños nos es dable concebir la perfección; aquí las cosas son lo que son: pocas y breves; deficientes, insatisfactorias, incompletas, carcomidas y a un paso de pudrirse… Felices quienes no lo comprenden aún. +