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La arqueología de las voces silenciadas: una conversación con Socorro Venegas y Juan Casamayor

La arqueología de las voces silenciadas: una conversación con Socorro Venegas y Juan Casamayor

18 de enero 2021

José Luis Trueba Lara

 La publicación de Vindictas no es poca cosa. Se trata de una antología que nos obliga a repensar la literatura española y latinoamericana. Hasta antes de su aparición, las grandes cartografías del cuento apenas mostraban la mitad de sus territorios: en ellas, la presencia masculina era absolutamente avasallante y las escritoras sólo eran una tierra ignota, una ausencia constante, una mudez casi absoluta. Gracias a los trabajos arqueológicos de Socorro Venegas y Juan Casamayor —los editores de la Universidad Nacional Autónoma de México y Páginas de Espuma— nuestras viejas ideas sobre el cuento están condenadas a transformarse gracias a una nueva luz, pues ellos lograron reunir una espléndida muestra de los cuentos de algunas escritoras de primera magnitud que se habían transformado en fantasmas, en palabras casi silentes a las que era necesario leer. Conversar sobre este trabajo arqueológico era fundamental y aquí van las voces de dos editores y un preguntón.

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Lee+: Vindictas me obliga a recordar un momento muy especial del Renacimiento, el Decamerón de Boccaccio. Mientras la pandemia asolaba al mundo, Socorro y Juan se encerraron en sus casas —que apenas están separadas por el Atlántico— y se dedicaron a contarse cuentos. Gracias a esto, ellos lograron crear un primer mapa de los cuentos escritos por mujeres de ambos lados del océano. Ante estos hechos, la primera pregunta es obligada: ¿cómo le hicieron para cartografiar esta tierra ignota?

Socorro Venegas: Vindictas no busca transformarse en un nuevo canon y tampoco puede verse desde la perspectiva de las antologías más frecuentes. Es un libro que a Juan y a mí nos gusta pensar como un gran ventanal por el que entra la luz, justo como se muestra en su portada. Eso es lo que quiere ser este libro: una ventana que se abre, una puerta que invita a entrar. Lo importante, además, es que un esfuerzo como este se convierta en algo innecesario en el futuro, cuando la mirada machista que ha prevalecido en el canon literario ya sólo sea un recuerdo. Las 20 autoras que reunimos en Vindictas comparten una cualidad: todas fueron dejadas de lado. Yo no quisiera decir que fueron olvidadas. Eso implicaría que trabajaron en las mismas condiciones y circunstancias que los escritores varones, algo que no ocurrió. Por esta causa fue especialmente complicado y difícil encontrarlas. Debido a esto, sus obras sólo podían encontrarse en las librerías de segunda mano, en algunas bibliotecas que conservan los ejemplares de las editoriales casi marginales. Ninguna de ellas estaba en los catálogos vivos de las editoriales y tampoco ocupaban un lugar en la memoria de los lectores. Así pues, esta antología es una manera de asumir que las mujeres pueden y deben escribir en voz alta, que tienen un linaje literario y que existe un camino hacia nuestras antecesoras, hacia las pioneras de la palabra. 

Lee+: Y a ti, Juan, ¿cómo te fue en tus excavaciones en libros viejos, en suplementos, en las editoriales marginales?

Juan Casamayor: Yo tenía que adentarme en una tierra ignota, en una mitad que apenas se alumbraba debido las sombras del silencio y la invisibilización. Estarás de acuerdo conmigo en que nadie en su sano jucio puede creer que, si una persona formula un listado de los principales cuentistas o novelistas a lo largo del siglo xx, no se muestre una escritora. Evidentemente, algo sospechoso pasa con estas ausencias. Por lo tanto había que comenzar a escarbar, a hacer arqueología para exhumar a las 20 escritoras que integran Vindictas. Para lograr esto, Socorro y yo tuvimos una ayuda fundamental: se creó una red de escritoras, académicas y jóvenes profesoras que nos fueron dando claves de nombres y cuentos. Ellas nos aluzaron una buena parte del camino. Y, a partir de esto, se inició un trabajo para recuperar sus libros y sus cuentos. La gran mayoría tuvieron tirajes con muy pocos ejemplares o fueron publicados por editoriales efímeras. Así, una vez a la semana, Socorro y yo nos reuníamos —como los personajes del Decamerón— a conversar sobre nuestros hallazgos y caminos para integrar esta antología.

Lee+: Permítanme contarles lo que me pasó cuando leía Vindictas, en el momento en que me encontré con María Luis Puga fue como si me dieran dos cachetadas… Hace años, ella acababa de publicar Las posibilidades del odio, un libro que era extrañísimo: estaba escrito por una mexicana y transcurría en Kenia; después vinieron otros de sus libros y, lentamente, ella se borró de mi memoria. Volverla a encontrar no sólo era un regalo, sino una muestra de mi desmemoria, de la desmemoria que tal vez marca a otros lectores. ¿Por qué se nos olvidaron? 

Socorro Venegas: Hace unos días, un periodista nos preguntaba cuáles eran las evidencias de que las escritoras que reunimos en Vindictas fueron marginadas. La evidencia de que esto ocurrió está en nuestros libreros, en nuestra memoria lectora que se alimenta con la presencia constante de un autor o una autora de una manera casi cotidiana. No es descabellado suponer que muchas veces se piensa que las obras de las escritoras se han enfrentado a una fecha de caducidad más corta que la de los escritores, con ellas nos cuesta menos trabajo olvidar y que sobre sus libros se acumulen capas de polvo. El caso de María Luis Puga es ejemplar: ella no dejó de publicar ni de escribir, pero —en tanto que era considerada como una autora “extraña” y que no procuraba estar en los círculos sociales y literarios de su época— su trabajo se fue quedando relegado, como también sucedió con María Luisa Elío y las demás creadoras que reunimos. De María Luisa sabemos más por razones extraliterarias —como sucede con la dedicatoria de Cien años de soledad— que por su propia obra. Debido a esto, una antología como Vindictas impele a los lectores a hacer un esfuerzo para seguir andando y encontrar el resto de la obra de estas escritoras del siglo xx.

Juan Casamayor: En realidad no tendrías que preocuparte por tu desmemoria, como editores nosotros también sentimos la desmemoria y la maravilla del hallazgo. Llevo más de 20 años publicando cuentos y, al terminar la antología, me di cuenta de que en ella estaban 17 escritoras que no conocía. Es más, cuando terminamos la selección, la comentamos con investigadoras, con narradoras y periodistas… todas se sorprendieron por los hallazgos, por la cantidad de nombres que no conocían.

En el caso de Socorro y mío, esto ha provocado una doble perplejidad: una ha sido el hallazgo continuo y el placer de leer a estas escritoras. En el fondo, nosotros sabíamos que las debíamos encontrar pues era imposible que no existieran. En cambio, la segunda perplejidad era mucho más dura: cada vez que las hallábamos, que teníamos noticias de su bibliografía y asumimos la certeza de su valor indiscutible, las preguntas nos sonaba en la cabeza: ¿Por qué nos las habíamos perdido?, ¿qué tipo de lectores somos?, ¿cómo llegamos hasta aquí sin haber leído esto?, ¿qué hubiera pasado si Socorro o yo hubiéramos leído a estas escritoras cuando tenían 19 o 20 años?, ¿qué tipo de editores seríamos hoy? La literatura de estas autoras no es extraña, sino desconocida y fascinante. Lo extraño es la situación en la que se encuentran y la ventana aluzada de Vindictas nos ayuda a volver a mirarlas.