
Cartas a Ricardo de Rosario Castellanos: una celebración íntima

Las Cartas a Ricardo, de Rosario Castellanos, no son solo un testimonio de amor ni una serie de confesiones íntimas, son el retrato de una conciencia despierta, una muestra de escritura sin filtros, y uno de los documentos más intensos y reveladores de la literatura mexicana del siglo XX. Este año se conmemoran cien años del nacimiento de Rosario Castellanos, y esta edición publicada por la UNAM con prólogo de Elena Poniatowska e introducciones de Juan Antonio Ascencio y Sara Uribe, llega como un acto de justicia literaria y emocional.
Las cartas, escritas entre 1950 y 1957, permiten asomarse a una Rosario que todavía no es la autora consagrada, la embajadora, la figura canónica. Es la joven universitaria, la mujer que escribe desde la orilla del amor, la que duda, la que arde en preguntas, la que se rebela. Su destinatario es Ricardo Guerra, filósofo, su pareja intermitente, a veces ausente, a veces cruel, que recibe en estas páginas una devoción incómoda, pero también una inteligencia feroz. Porque Castellanos no solo ama, también observa. También piensa. También se incomoda ante su propia vulnerabilidad.
Hay quienes dirán que estas cartas son la historia de un amor no correspondido. Pero en realidad son mucho más que eso. Son una muestra de cómo una mujer encontró en la escritura no solo consuelo, sino potencia. Como si el dolor sirviera, en algún punto, para afilar la voz. En cada frase se siente la pulsión por entender el mundo, por entenderse a sí misma. Y si el amor la hiere, la escritura la sostiene. En ese ir y venir entre emoción y lucidez, entre súplica y análisis, Castellanos crea un estilo que la define.
Las Cartas a Ricardo funcionan también como un espejo de época. Revelan los prejuicios, las jerarquías, las limitaciones que enfrentaban las mujeres que querían pensar, escribir, vivir con intensidad en un país que no estaba preparado para ellas. Castellanos no disfraza su incomodidad con los roles que se le asignan, no suaviza el peso de la soledad ni la violencia sutil de la indiferencia. Por eso leer estas cartas en el presente conmueve tanto, muestran cómo la autora va tallando, casi sin saberlo, el instrumento que la convertirá en una de las voces más urgentes de la literatura mexicana.
En palabras de Elena Poniatowska, estas cartas son el acto de fe de una mujer que nunca se resignó a vivir a medias. Leerlas hoy, cuando Rosario Castellanos cumpliría cien años, es también una forma de reconocer que su vigencia no se debe solo a su talento, sino a su valentía. Cada línea escrita es una forma de aparecer, de no dejarse desaparecer, de decir estoy aquí, incluso cuando el amor hiere, incluso cuando el mundo insiste en que lo mejor sería callar.
Esta edición no es solo un rescate. Es una celebración. Es un recordatorio de que la literatura no siempre nace en la serenidad, que a veces surge de una herida abierta, y que en esas páginas marcadas por la rabia y la ternura, Rosario Castellanos fue, desde el principio, una escritora enorme.