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El librero de Mayra González Olvera

El librero de Mayra González Olvera

04 de mayo de 2021

En la biblioteca familiar tenemos cerca de 3 500 ejemplares. En los libreros están los míos, los de Jorge Alberto Gudiño y los de nuestros hijos. Ellos heredaron algunos y también tienen aquellos que escogieron. En el estudio habitan otros: ahí se encuentran los más teóricos, los ensayos, los que usamos para el trabajo y los que —por supuesto— se relacionan con la escritura. Esta colección nació hace 17 años como resultado de nuestros esfuerzos conjuntos. En el momento en que nos casamos, se sumaron nuestras bibliotecas, en las cuales predomina la novela, pues es lo que más leemos en casa, desde el más chiquito hasta el mayor.

En los libreros que no están en el estudio, los ejemplares se mezclan irremediablemente. No los catalogamos por su origen o su género: los de autores mexicanos y extranjeros, las novelas, los poemarios y el teatro se entreveran sin que nos preocupemos. El único criterio que sí mantenemos es el orden alfabético por apellido del autor. En realidad, yo tengo la culpa de esto: soy la obsesiva de la casa. Cuando arriba un libro, primero aterriza en el estudio, donde capturamos su ficha en un archivo de Excel, y sólo después de eso se acomoda en el lugar que le corresponde. Me encantaría decirles que todos están en su sitio, pero cada vez se vuelve más difícil cumplir con esta obsesión, que también se revela en las marcas que les hacemos. Jorge Alberto y yo los subrayamos y escribimos en ellos.

Siempre es muy complicado hablar de libros favoritos. Los gustos cambian con el tiempo y dependen del momento en que te topas con ellos. Los favoritos de ayer siempre dejan el paso libre a los favoritos de hoy. Sin embargo, esto no implica que renuncies a tener tus libros más queridos. Yo entré al curso de italiano en la universidad para poder leer en su lengua a uno de mis autores entrañables: Alessandro Baricco. Él significó un gran descubrimiento, y emocionalmente me pegaba muchísimo. Lo leía en la noche y me quedaba pensando durante horas, después se transformó en un fetiche literario. Novecento es un libro que atesoro, no por su edición, pues durante mucho tiempo lo releí dos veces al año. Un libro querido siempre es un libro manoseado. El conocimiento del italiano también me permitió adentrarme en otro de mis autores más queridos: Umberto Eco, sobre todo en sus ensayos.

Tenemos colecciones numerosas de novela negra —como las de Henning Mankell o las de John Connolly—. También tenemos muchos libros de Mario Benedetti, Alessandro Baricco, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Julio Cortázar, que es uno de los autores más importantes para Jorge Alberto. A veces guardamos títulos que se repiten; esto ocurre por la dinámica con la que se fueron sumando ejemplares. En el caso de Cortázar, los amigos que salen de viaje y encuentran la traducción de alguna de sus obras nos las traen para acrecentar la colección.

Hay muchos ejemplares que están firmados, pero los que más nos gustan son aquellos que nos autografiaron después de que los comentábamos en el programa de radio que hicimos durante muchos años: La Tertulia. Incluso llegamos a la obsesión de tener dos veces cada ejemplar: uno dedicado para él y otro para mí. El único que sólo está dedicado para mí es la primera novela de Jorge Alberto: Para Mayra, a quien siempre seguiré en su viaje, vaya a donde vaya; de quien siempre escribiré su nombre, cualquiera que sea el trazo.

Entre los libros que más tiempo llevan en la familia están algunos ejemplares de Mafalda que eran de la abuela de Jorge Alberto y se convirtieron en una de las herencias de nuestros hijos. De la abuela también tenemos una edición vieja de El llano en llamas que guarda una dedicatoria interesante: Para la nueva llama de la literatura surrealista, señor, con admiración. Juan Rulfo. Quién sabe quién era esa llama; nunca hemos podido descifrar cuál era su nombre. Tampoco sabemos cómo llegó a las manos de la abuela este ejemplar, pues obviamente tuvo un dueño anterior. Otros ejemplares viejos son Los bulevares periféricos de Modiano, él llegó a nuestra biblioteca como resultado de la mudanza de Santillana de Avenida Universidad a Río Churubusco. También atesoramos una primera edición de Los recuerdos del porvenir de Elena Garro, y un Paddington que espero entregar pronto al mayor de nuestros hijos; éste lo compramos hace poquito, en un viaje a Canadá, en una librería preciosa.

Otro libro muy especial es una edición del Quijote; cuando andábamos de parejita y estábamos a punto de elegir una fecha para casarnos, decidimos que lo íbamos a leer en voz alta y que, al finalizar la lectura, nos comprometeríamos. Lo bueno de esa cursilería es que nos llevó a leer el Quijote. No sé cuánto tiempo nos llevamos, a veces íbamos más rápido y otras nos alentábamos. Pero, al llegar al final, nos comprometimos a casarnos. +