Viajes redondos a Fantasía. A 45 años de La historia interminable
Receta para la eterna juventud: literatura fantástica de manera abundante
Una vez leí que la diferencia entre las personas lectoras jóvenes y las experimentadas es que las segundas eligen sus lecturas con una delicadeza de catadores: son quienes se detienen en secciones específicas de las librerías y saben exactamente lo que quieren. En cambio, los lectores primerizos son glotones. Si no me creen, piensen en cuando ustedes descubrieron la literatura: cualquier librero familiar sin supervisión adulta era un oasis (así les pasó de niños a escritores como Juan Rulfo o Alberto Chimal, como ellos mismos cuentan). De la misma forma que de adolescentes somos capaces de devorar pasteles, el antojo lector es insaciable y aleatorio cuando estamos en crecimiento.
No creo que ninguna forma de leer sea mejor que la otra. Si acaso, supongo que está bien ser flexibles y no casarnos con un solo modo. Pero si lo que buscamos es volver a sentirnos recién enamorados del acto de leer, una gran receta consiste en visitar algunos libros especiales. La historia interminable, de Michael Ende, que este 2024 cumple 45 años de haber sido publicada, es uno de ellos.
Una infancia habitada por la imaginación
Michael Ende fue un niño que, definitivamente, no creció en una casa normal. Nació en 1929, en Baviera, Alemania, aunque desde pequeño sus papás y él se mudaron a Munich. Michael era el único hijo de Edgar Ende, un aclamado pintor surrealista, y de Luise Bartholomä, una fisioterapeuta. En esta peculiar familia, Ende aprendió a habitar espacios imaginarios, a valorar el trabajo artístico y a rebelarse contra los autoritarismos. La Segunda Guerra Mundial lo sorprendió de joven, cuando su papá perdió gran parte de su obra en los bombardeos de Munich. Michael se unió al Frente Libre de Baviera, un grupo antinazi. Esa misma valentía para ser crítico con el poder destructor se trasladó a sus obras cuando decidió escribir libros fantásticos.
Los niños son el punk
Michael Ende no creía en la existencia de una literatura específicamente juvenil. Él construía sus historias en defensa de la imaginación y contra la “amenaza del sinsentido”, pero no las catalogaba dentro de una edad. El escritor explicaba que, más bien, su obra buscaba el eterno juvenil: la capacidad de maravillarnos, cuestionar, emocionarnos, sufrir y hacernos sentir vulnerables. En 1974 publicó Momo, la historia de una niña huérfana con la gran capacidad de escuchar. Momo debe contrarrestar la trampa de los hombres grises, unos ladrones de tiempo que han convencido a todos los adultos de que socializar, ayudarse mutuamente, pasar tiempo con los niños y descansar es una tontería. De esta manera, Michael mostraba su temprano repudio hacia la sociedad de consumo, el mito del progreso y la trampa de la productividad.
Cinco años después, en 1979, Ende volvió con otra historia en la que los niños abanderan la recuperación de la humanidad, esta vez, defendiendo el derecho a la fantasía: La historia interminable. En esta novela, Bastián Baltazar Bux, un niño regordete y solitario, pero que adora leer, le roba un misterioso libro al señor Koreander y se vuela las clases para disfrutar de sus páginas. Conforme avanza en la lectura, el chico descubre que se trata de un reino en gran peligro llamado Fantasía, que va a desaparecer devorado por la Nada. Bastián se implica tanto en la historia que termina por formar parte del libro. ¿Será que logrará regresar a la realidad?
Si bien éstos son sus dos libros más famosos, Michael Ende escribió otros cuentos y novelas que sin duda merecen más lecturas, por ejemplo, El secreto de Lena, el relato de una niña desobediente que encuentra la manera de encoger a sus padres para que ya no la molesten. Pero, con el pretexto del aniversario 45 de La historia interminable, regresemos a esta novela pionera del género fantástico, que se ha traducido a más de 40 lenguas y que ha recibido varios festejos, por ejemplo, Alfaguara lanzó una edición especial ilustrada este año.
La historia interminable
La pasión de Bastián Baltazar Bux por los libros lo salva de una vida complicada: su madre murió, su padre se encuentra deprimido y el colegio se ha vuelto una prisión para él. Bastián siente el mandato de la aventura en la librería de ocasión del señor Koreander: no sabe por qué ese libro con dos serpientes que se muerden la cola en la portada le resulta tan atractivo, pero por primera vez hace algo prohibido hasta sus últimas consecuencias.
Ya instalado en la bodega de la escuela para leer a sus anchas, Bastián conoce al personaje de Atreyu en esas páginas: un niño de su edad, pero absolutamente distinto. Mientras Atreyu es valiente y decidido, Bastián no muestra mucho carácter. El viaje del chico por Fantasía se convierte en una alegoría de la recuperación de un duelo, por ejemplo, cuando descubre las llanuras de la Tristeza, en las que, si te quedas mucho tiempo, el lodo te hunde para siempre. De su incursión a la ficción, Bastián gana el orgullo de resistir tantas aventuras, de saberse fuerte para cumplir una misión, y se lleva a la realidad la comodidad recién descubierta de ser él mismo.
Pero quizás lo que más me conmueve de La historia interminable es aquello que está escrito en tinta roja. Porque esta novela está a dos tintas: la roja nos relata lo que pasa con Bastián en la realidad, y la verde, el contenido del libro que el chico lee. Llega un punto en el que sólo hay tinta verde, porque Bastián ha entrado en la ficción. Cuando el chico regresa a la realidad, trata de llevar consigo las aguas de la sanación para su padre. De pronto, Bastián se da cuenta de que no pudo trasladarlas, pero cuando le cuenta toda la historia de su viaje a su papá y éste empieza a llorar discretamente, el niño sabe que en esas lágrimas está la posibilidad de que ambos reconstruyan su vida. Como dice el papá de Bastián al recuperar a su hijo: “Creo que los dos tenemos todos los motivos del mundo para celebrar”.
Y este 2024 es una excelente ocasión para celebrar el reino de Fantasía. Lectores jóvenes y voraces como Bastián, lectores experimentados como el señor Koreander y lectores de todo tipo podemos regresar a esta novela profundamente simbólica, rebelde, crítica y tierna. Después de todo, ¿quién no se ha traido de la ficción la alegría de reconocerse?+