
“El misterio de Alejandro Velasco”, la nueva novela de Diego Boneta

Este thriller, ambientado en la mágica ciudad de San Miguel de Allende, nos sumerge en el enigma de la muerte de un célebre tenista, tras la cual se desatan tensión, deseo y peligro. Con una narrativa ágil y personajes complejos, Boneta confirma su capacidad para contar historias más allá de la pantalla.
El misterio de Alejandro Velasco estará disponible en su versión en español en mayo de 2025 gracias a editorial V&R, marcando el inicio de una nueva y prometedora faceta en su carrera.
Junio
Nadie habría reconocido al joven que salió del carro negro en la entrada cercada de la finca
de los Velasco. Incluso si lo hubieran estado esperando.
Todavía no caía la tarde; la puesta de sol envolvía la casa en una elegante danza de
sombras y luces, haciéndola parecer más grande y misteriosa que en las fotos que él había
estudiado. Por mera apariencia, se aseguró de mantener el carro esperando junto al interfón.
Él era atractivo; recientemente se había cortado el cabello negro para que cayera justo sobre
la frente. Sus zapatos boleados con cuidado resaltaban en el empedrado. Se ajustó el saco,
colocó su maleta junto a los pies y después tocó el timbre dando un paso hacia atrás para
asegurarse de salir completo en la cámara.
–Sí, diga –respondió una voz de mujer.
–Hola. Mi nombre es Julián Villarreal –contestó. Hubo una pausa, pero el joven sabía
que no le convenía esperar tanto–. Era amigo de Alejandro –agregó.
Se escuchó un click cuando la mujer colgó y, segundos después, la reja empezó a
zumbar al momento de abrirse.
–Pase, por favor –dijo la mujer mientras le daba acceso.
Este Villarreal era un hombre de gustos impecables. Ya lo era incluso cuando él y
Alejandro recién se conocieron. Aun así, el hombre movió los hombros para ajustarse el
saco en una breve punzada de incertidumbre antes de despedir al chofer con un gesto de la
mano. Después levantó su maleta y cruzó el largo camino hasta la casa con estilo de
hacienda. Al llegar a los escalones de piedra, pudo admirar lo que alcanzaba a ver de la
propiedad: palmeras lozanas, una floresta de plantas endémicas, arbolitos cítricos en
macetas que decoraban las paredes blancas estucadas, adornando un pasaje arqueado que
parecía llevar a un patio. Pudo oír el murmullo de una fuente desde dentro y oler el dulce
aroma de las flores azules y blancas de plumbago. Los cerros ondulantes de San Miguel de
Allende podrían haber sido una pintura de fondo si no fuera por las sombras de las nubes en
movimiento.
Esto era el paraíso. Casi. Sintió que algo oscuro dentro de sí empezaba a palpitar.
Esperaba que fuera ira y pérdida, pero no esta sensación de… deseo.
La puerta se abrió antes de que llegara al timbre; una mujer alrededor de sus cincuentas
lo observaba desde dentro, llevaba sobre la ropa un delantal amarillo mostaza.
–El señor Alejandro… no se encuentra –informó la ama de llaves sin moverse de en
medio de la entrada.
Era una forma interesante de expresar que Alejandro simplemente no estaba allí.
Aunque pensándolo bien, ella no era la única que manejaba el lenguaje en código. Él
asintió levemente y aclaró que había venido para hablar con la madre de Alejandro.
–De hecho, quería hablar con la señora Velasco.
La mujer lo examinó por un momento, luego se hizo a un lado y guio al joven hacia
adentro. Le pidió que esperara un momento mientras buscaba a la señora de la casa. Él vio
al ama de llaves retirarse en silencio por un pasillo a la derecha, y pronto escuchó el suave
golpeteo de sus pasos sensibles en una escalera cercana.
Desde el pasillo arqueado podía ver el gran patio de frente a través de algunas puertas
de cristal. Una fuente cubierta de mosaicos se alzaba en el centro, la cual se iluminaba
contrastando con el cielo que oscurecía rápidamente. Se imaginaba las fiestas celebradas en
ese patio: parejas bailando y dando vueltas, risas resonando en las paredes mezclándose con
el chapoteo del agua; un Alejandro encantador de dieciséis años socializando con los
amigos de sus padres mientras bebían del oporto que le robaron a su papá.
Un peso amenazó con aplastar su pecho –un sentimiento parecido a la ira–, luego se giró para examinar el resto de la casa. Conforme contemplaba el ambiente, escuchó pasos que venían bajando de las escaleras. Sacó sus manos de los bolsillos y entrecruzó sus dedos para parecer más accesible. En eso, vio a María Velasco salir de una habitación casi invisible. Supo de inmediato que era ella (Alejandro le había mostrado muchas fotos). Era una mujer de cincuenta y tantos años, atractiva e imponente, vestía un traje de pantalón verde oliva, su porte daba la impresión de que acababa de hacer negocios antes de que él llegara. No había duda del parecido con su hijo.
–¿Julián Villarreal? Reconozco el nombre. Eras amigo de Alejandro –dijo en inglés con un tono de pregunta en su voz.
–Sí, de la escuela de posgrado en UCLA. Jugábamos tenis juntos –le parecía extraño
hablar de esto en pasado. Había sido verdad hasta unas cuantas semanas–. Iba un año arriba
de mí. Me permití descansar este verano porque… bueno, seguramente usted me entiende.
Ale era un buen amigo.
