
El amor de la actriz Sumako

Por: Arturo Ronces
Una joven actriz y un viejo país. Inicios del siglo xx
Ésta es la historia de cómo Sumako Matsui transformó el teatro japonés con su sensibilidad. La sociedad la juzgó por ser una mujer fuera de los moldes, por amar sin convenciones. Y fue convertida, al final, en una mártir del arte tras su suicidio a los 33 años.
Sumako nació en 1886 en la ciudad de Nagano, Japón. Creció entre su familia biológica y una adoptiva. A los 17 años fue obligada a casarse, pero decidió separarse. Un par de años después lo intentó nuevamente, sin éxito. Mientras tanto, su amor por el teatro comenzaba a florecer. En 1909 se unió a un grupo de teatro recién formado. Un año después, ya se estaba separando otra vez.
Para ese momento, su actitud transgredía las costumbres japonesas de la época, según las cuales la mujer debía ser sumisa y obediente. Ella actuaba en los escenarios, lo cual rompía con la tradición de siglos del teatro Kabuki y el papel de los onnagata (actores que interpretaban personajes femeninos). Su estilo interpretativo, cargado de intensidad emocional y naturalidad, contrastaba con los cánones de contención y la técnica tradicional.
Un día, discutía con su expareja en plena calle. Él le pedía que volviera a casa. Desde el otro lado, el director de teatro Hōgetsu Shimamura presenciaba la escena. Al ver lo que sucedía, supo que tenía frente a sí a Nora Helmer. Pronto fue reclutada para protagonizar Casa de muñecas, del noruego Henrik Ibsen, obra que fue prohibida en varios países por hablar de la independencia de una mujer.
Ese papel la llevó al reconocimiento. Fue considerada una renovadora de la escena nipona y pionera de una corriente llamada Shingeki o Nuevo Teatro, que sintonizaba con el teatro europeo y dejaba atrás la profundidad ritual del Noh y el Kabuki, acercándose a los métodos rusos de maestros como Stanislavski.
El escándalo y la crítica que provocaba su arte en la prensa sólo eran opacados por su relación amorosa con Shimamura, quien era casado y tenía dos hijos. Al final, él decidió dejarlos para formalizar su amor con Sumako. Pero la sociedad no estaba dispuesta a perdonar que el deseo viniera de una mujer.
Montaron juntos obras de Chéjov y Shakespeare. Viajaron por distintos países presentando teatro. Sumako interpretaba a mujeres emocionalmente complejas y emancipadas. La sociedad apenas sabía cómo reaccionar: algunos la recibían con fascinación, otros con desprecio. Nadie era indiferente. Sumako entendía también esta relación como una batalla social.
Artísticamente, Sumako se encontraba en el punto medio entre dos extremos ideológicos: Oriente y Occidente. Nunca fue una espectadora pasiva. Desde el inicio hasta el final de su carrera, su compromiso fue tal que el público no sabía si lo que veía era actuación o una extensión de su realidad. Ella era la encarnación de un Japón que buscaba modernizarse sin perder su alma.
Logró fusionar las formas y códigos del teatro tradicional japonés con los postulados del trabajo actoral moderno, que coloca a los actores y actrices como creadores escénicos de nuevos personajes con el realismo psicológico ruso.
Actualmente, las corrientes teatrales adoptan la transdisciplina y técnicas híbridas como parte integral de la creación escénica. Pero a principios del siglo xx, cuando aún no existían estas definiciones, Sumako ya exploraba estas líneas que la atravesaban. Esa experiencia la vuelve aún más relevante para las creadoras emergentes que buscan un faro para guiarse.
A finales de 1918, tras una serie de éxitos y fracasos tanto artísticos como personales, Shimamura enfermó de neumonía, en plena epidemia de gripe española, al término de la Primera Guerra Mundial. Con 47 años murió repentinamente, dejando en shock a todos. Sumako colapsó. Había perdido a su pareja, su maestro y su director de escena, en el momento de mayor plenitud artística.
Todo perdió sentido para ella. Se aisló. Era indiferente ante los demás. Aunque siguió actuando, lo hacía de una forma desbordada, en la que el sufrimiento del personaje y de la actriz se volvían uno. Apenas podía con la presión social y la soledad.
La situación no duró mucho. El 5 de enero de 1919, Sumako fue hallada sin vida. Había tomado una cuerda de su piano y se colgó con ella.
El acto dio inicio a una serie de especulaciones. En lugar de tratarlo como una tragedia, la gente lo interpretó como una locura. A Sumako la tacharon de desequilibrada. Pero con el paso de los años, su imagen fue reivindicada. Se convirtió en un símbolo romántico que vivió siempre desde la pasión, con los riesgos que eso implicaba. Su contribución artística también fue reconocida con el tiempo. Al final, su historia habla del compromiso de una actriz con su arte en tiempos de transformación social.
Parte de nuestro deber es preservar la memoria de quienes crean lazos, vínculos que nos invitan a encontrarnos a través de nuestras semejanzas, y no a separarnos por nuestras diferencias. Sumako Matsui murió hace más de cien años, pero su legado sigue vivo. Hoy ocupa un lugar especial en la historia como la madre del teatro japonés.+
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¿Por qué su libertad como mujer solo fue aceptada después de muerta, y en vida fue tan duramente juzgada?
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