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Retrato de Julio Trujillo a partir de sus iniciales

Retrato de Julio Trujillo a partir de sus iniciales

Jorge F. Hernández

Tocó tantas vidas que quizá él mismo no reparaba en ello y tocó tantas vidas que alguno intentó honrarlo hablando más de sí mismo que de un hombre que acaba de confirmar el inmenso y enrevesado poema del mar: el oleaje interminable de los versos desgarradores y la amarga espuma de la melancolía. Lo que se impone es la gratitud porque Julio Trujillo fue un minucioso pastor de la palabra ajena como editor a lo largo de una importante trayectoria e incluso coeditor de estas páginas de una librería emblemática. Además, fue la voz de la propia librería en entrevistas a distancia con escritores del momento y con autores ya esfumados por el tiempo que Trujillo mantenía vivos en la lectura constante y en el contagio de sus títulos.

Julio Trujillo navega ya para siempre como un magnético hombre que electrizaba con la mirada de ceja arqueada y la insinuación de una sonrisa bajo gruesas gafas que enmarcaban una personalidad inolvidable. Llevaba la memoria de poemas cincelados en la saliva instantánea y la claridad de cada sílaba en por lo menos dos idiomas que recitaba, no sin negar el filamento cercano de la banalidad y la carcajada. Es decir, era capaz de citar a Tennyson y pasar directamente a evocar una escena de Tin Tan.

Dirán los que saben que la cuadrícula de su obra como poeta pertenece ya a un tiempo congelado en el cíclico renacimiento de sus lectores y quizá se defina el hilo conductor de sus libros como un auténtico círculo de vida no exento de espejos. Hablo de largos versos donde parece que Trujillo camina en pos de sí mismo y en una esquina inesperada se abraza al joven que fue, ya con canas y ganas de seguir andando el poema sobre una página donde el poeta se habla a sí mismo y nos convierte en una mancha en el espejo. De aquí la luminosa sombra de David Huerta y otros poetas de la palabra endeble y firme a un tiempo, y de aquí la isla del alma donde parece caminar sobre la playa el hombre que ya no deja huellas en la arena, levitación impalpable en el reposo de las palabras. Allá la sombra de Gilberto Owen como un pañuelo de despedida y aquí el guiño como abrazo para sus hijos y tantísimos afectos, amigos y lectores que recorremos verso a verso el recuerdo enrabietado de la resignación en desolación.

Lo echamos de menos en la generosa presentación de nuevos libros y en los párrafos de marinero al timón de ideas claras y lecturas con relecturas a expandirse en círculos concéntricos, las miradas de los demás y los párrafos que provocaba con ese silente ejercicio de la comunicación. Lo echamos de menos un jueves, como título de un poema interminable, y otro jueves y los demás; lo echamos de menos en el abrazo pendiente y en la deuda de gratitud que le quedamos a deber por habernos recordado que una sola vida toca a todas las demás en una bruma gélida de amanecer que parece silenciar el llanto y reconfortarnos con todas las palabras más entrañables, con todas las sílabas sin rima, con todo el afecto que nos une hoy en su memoria.