A todos los lectores y no lectores:
A todos los lectores y no lectores:
¿Qué sentiría un Jaime si lo llamáramos Pedro? ¿Una María si la llamáramos Lupita? Nada bonito, ¿cierto? ¿Y si lo hiciéramos una segunda vez? ¿Una tercera y una cuarta? ¿Y si persistiéramos una vida entera y hasta un par de siglos? Dejen ustedes “qué sentiría”: ¿con cuántas groserías nos respondería?
Pues yo estoy cansado de que la gente me ponga un nombre que no tengo. “Frankenstein” por aquí y “Frankenstein” por allá. Que si aquel feo parece “Frankenstein”, que si aquella mezcolanza quedó como un “Frankenstein”. ¡Pues no, señoras y señores! ¡Yo no soy Frankenstein! Ni me llamo así ni encontrarán jamás un acta de nacimiento mía con ese nombre. Si hubieran leído con atención la novela, se habrían dado cuenta de que Victor Frankenstein es el nombre del inconsciente que infundió vida a los trozos de cadáver de los que estoy hecho. Y yo… yo en cambio ni siquiera recibí un nombre.
En mis tiempos no existía eso de que toda criatura tiene derecho a un nombre. Entre aquella circunstancia y el grito de miedo que pegó aquel cuando yo nací, me quedé sin una sola palabra que me definiera. Y ahí me tienen, vagando de un lugar a otro sin saber siquiera a qué nombre responder. Quizá se debiera a eso que, cuando la gente me veía, no me preguntara quién era, sino qué era.
Pero no piensen que escribo esta queja a la revista para reclamar que me den un nombre. No, yo he leído hasta la última palabra de lo que escribió Mary y sé que no tener nombre es parte de la historia. Soy el ángel caído, la criatura, el demonio. Mi creador me abandonó a mi suerte, me dejó indefenso ante la crueldad del mundo. No se hizo responsable de su creación y más tarde se vio forzado a sufrir las consecuencias de ello. Acepto no tener nombre, pero lo que pido es que no me llamen como ese perro de las ciencias que quiso restaurar la vida donde Dios la había quitado. No me llamen como ese canalla que se hizo a un lado cuando yo lo necesitaba. No me llamen como quien dejó morir a tantos a su alrededor.
Antes prefiero ser “el demonio”, pero nunca, nunca, Frankenstein.