La comida de los recuerdos

La comida de los recuerdos

Yuta Takahashi

EL GATO CON MANCHAS MARRONES Y EL GUISO DE AINAME

 

AINAME: bacalao japonés de alta calidad, de sabor suave y delicado, que se pesca en las costas y arrecifes de todo el país. En Uchibo, región situada en la prefectura de Chiba, su temporada comienza en verano y dura hasta el invierno. Este pescado puede disfrutarse de diversas maneras: en sashimi con la piel dorada al fuego, asado y aderezado con hojas de shisho, guisado, etcétera.

Gaviotas colinegras sobrevolaban el mar.

Ya había visto esas aves en enciclopedias y por la televisión, pero era la primera vez que las veía en persona. Sus graznidos se parecen a los maullidos de los gatos. De algún lugar llegaban unos cantos con entonación triste, que recordaban a los maullidos lastimeros de un gato perdido.

Kotoko Niki, que iba a cumplir veinte años, estaba en un pueblo costero de Uchibo. Bajo el cielo azul, próximo a la playa, había un caminito de caracolas blancas en vez de asfalto. Si las indicaciones que le habían dado por teléfono eran correctas, debía seguir todo recto por el camino de caracolas marinas hasta llegar al Chibineko, un restaurante junto al mar. La playa estaba desierta, tal vez porque aún eran las nueve de la mañana; pero tampoco había sentido la presencia de gente mientras llegaba allí. A diferencia de Tokio, donde vivía Kotoko, este parecía ser un pueblo muy tranquilo.

—Un pueblo costero…

Después de murmurar esas palabras, se quedó observando un momento las gaviotas y la arena, y empezó a caminar por el caminito blanco. El sonido de sus pisadas sobre las caracolas perturbaba el silencio. Se sentía como si estuviera esparciendo ruido en la quietud del pueblo.

Aunque ya era mediados de octubre, el otoño seguía sin llegar. El clima estival persistía y del despejado cielo azul caían los rayos del sol con fuerza. Se alegró de no haberse dejado llevar por la pereza y traerse un sombrero de ala ancha que la protegía de la luz solar. Llevaba puesto un vestido blanco con el sombrero del mismo color. A Kotoko, de piel pálida y melena larga, le quedaba bien ese atuendo pulcro que rozaba lo anticuado.

«Pareces una señora del siglo pasado».

Siempre le decía eso para tomarle el pelo. Eran las palabras de su hermano Yuito, dos años mayor que ella. Solo ese recuerdo le bastaba para estar al borde de las lágrimas.

Pero que se burlara de ella no era lo que la entristecía. Lloraba porque su hermano había muerto.

Ya no estaba en este mundo.

Había fallecido hacía tres meses.

Había muerto por culpa de Kotoko.